domingo, 27 de diciembre de 2009

Mil vidas



Aunque viviera mil vidas ninguna de ellas sería mejor que esta. La frase está siempre en boca de la Loli, actriz de variedades que un día baila como el malogrado Mikel Jackson y al siguiente saca palomas mensajeras de un bombín, en cualquier teatrillo de mala muerte de las ciudades que recorre en su gira europea. Su edad y estado civil es un secreto que jamás desvelará porque sabe que perjudicaría su reputación de actriz polifacética. La Loli tiene gracia y es versátil como sólo pueden ser quienes han crecido en la más abyecta pobreza económica.  ¿Qué dijo La Rochefaucould sobre el ingenio? pues que es imposible gustar al público durante mucho tiempo cuando se dispone de un solo  talento. En desafiar esta máxima se dirige toda la energía de la Loli: canta, se contorsiona, es ventrílocua, practica la magia de cerca y suelta unos recitativos filosóficos que dejan al personal consternado, por su hondura y verdad. Adereza anécdotas propias y ajenas que nunca existieron. Predica paciencia frente a la desesperación a los pocos viandantes que se quejan de su suerte. Confía en el prójimo, que nunca le falla,  cuando entre la mochila y su maleta de ruedas no alcanza a juntar cinco euros. De tanta admiración que siente por su miserable y solitaria vida, la Loli ha conseguido ganarse el respeto de sus semejantes  y una entrevista en la tele local.  

Imágenes NYPL, colección de ilustraciones teatrales de William Worthen Appleton.

sábado, 12 de diciembre de 2009



Con gran acierto el investigador Jared Diamond, se pregunta por qué unos pueblos inventaron y desarrollaron la escritura y otros han sido ágrafos a lo largo de miles de años. Con la expansión del Islam y la colonización europea, la escritura llegó a Australia, las islas del pacífico, África subecuatorial y casi toda América, con excepción de los territorios ocupados por los Mayas. No se entienden las conquistas sin la escritura: la administración de los nuevos territorios, la transmisión de la información necesaria para mantener el poder, fueran órdenes e instrucciones o epopeyas sobre victorias y derrotas. Así se han forjado los grandes imperios del planeta desde hace aproximadamente 4.000 años a. C , en el caso de Sumeria y casi 6.00 años a. C los Mayas, sin olvidar a los chinos: 1.300 años a.C y egipcios, 3.000 años a.C.
Es asombroso que hace casi 7.000 años se le ocurriera a alguien, probablemente fue el esfuerzo de varias personas y generaciones, inventar un sistema de señales que representara sonidos hablados. A partir de esa primera creación, es probable que el resto de pueblos colindantes copiaran el modelo, en algunos casos mejorado hasta llegar a los sistemas de escritura moderna.

Imágenes procedentes del libro Silabario Español, Las diversiones de la Feria, publicado en 1890. Bibliothek Braunschweg.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Dream a little dream



En el bar sonaba Dream a little dream of me, la voz de Mama Cass parecía el eco de su juventud. Sonrió y miró la clientela,  escasa,  que ocupaba media barra. Ninguno tenía pinta de inspector, quizás el aspirante a encarnar la actividad sancionadora era el calvo de la corbata arrugada, aunque bien pudiera ser un vendedor de aparatos de limpieza industrial.Se preguntó si la Sociedad General de Autores sabía que el dueño del bar se pasaba el día poniendo y sacando los discos de vinilo que guardaba en un bargueño junto a la entrada del lavabo. Estaba seguro de que la música del bar no pagaba el canon porque, de lo contrario, Fermín habría despotricado durante días y habría suprimido la música, que era la seña de identidad del local. Hacía cuarenta años que se inauguró el bar La Garza, nombre elegido con la pretensión de que algún día se transmutara en un local semejante a La Oca, lugar moderno situado en la plaza, antes  Calvo Sotelo, ahora Francesc Macià; desde entonces, con breves interrupciones temporales -por enfermedad- el cliente había ocupado la última mesa del bar, bebía Coca cola  mientras escuchaba las canciones que, según él,  justificaba toda su existencia. Calculaba que pasaba 600 horas al año en aquel rincón,  un día tras otro reconstruía su pasado con la misma selección musical.
-Ponme otra.
-Allá voy.
Con la bandeja de acero inoxidable llena de rallajos, como cicatrices en la pulida superficie, Pepe se acercó hasta la mesa para dejar con su temblorosa mano la botella de refresco. 
-Ya no entra una titi decente en este tugurio. Un día vas a dejar de verme el pelo para siempre. Gástate la pasta y arregla el chiringuito, joder.
A Pepe le entró la risa

-Una titi, dices, ¿y para qué? si estás peor que yo. Anda, baja de la nube. Ninguna hembra se va con  un inválido, si no es con varios billetes de por medio. Ni siquiera te han dado la licencia para que aparques gratis y quieres una mujer a tu disposición. Serás  gilipollas.
-¡Qué licencia ni que leches! No la he pedido ni la quiero, so enterao. Además, habrá alguna mujer con sensibilidad que le importen otras cosas que no sea el vil metal, claro, como tú estás que ni te aguantas de pie. Con el tembleque ese,  que no te lo cura ni la Virgen de Fátima
Please, please Mr Postman... Cantaban las Marvelettes mientras el cliente bebía ansioso medio vaso de refresco, sin resuello. Como si acabara de regresar del desierto. Cuando acabó, eructó y también desahogó la rabia:

-¡Vaya bodrio de canción!
Pepe se llevó la botella vacía.
-Pues antes era tu preferida, antes querías oírla todo el santo día. Estás muy mal, jefe, cualquier día de estos te encierran en Sant Boi.
-No lo verán tus ojos, me corto el otro brazo si veo que se me acerca un loquero.
Uno de los clientes de la barra dirigió su mirada hasta la manga izquierda caída, desmañada y hueca de quien amenazaba con dejarse  sin la mano hábil.
-Quiere bronca– Afirmó un cliente de la barra al camarero cuando pasó junto a él.
-No. Tiene un mal día, si no fuera por él, hace años habría cerrado este agujero. Es mi hermano.
El cliente de la barra salió del local tras pagar el euro cincuenta del café con leche, pensó que tanto el dueño como el hermano tullido eran un par de deshechos sociales, sin contar que el café estaba infecto. De camino al párquin, apuntó en su agenda electrónica los datos necesarios para tramitar la reclamación de las cantidades adeudadas en los últimos años por difusión ilegal de obras musicales, sin haber satisfecho la cuota a la Sociedad General de Autores, sería el último requerimiento antes de interponer demanda judicial. Con gente como ésa, el país va directo a la bancarrota, desgraciados. El tráfico de salida estaba atascado, para entretener la espera, buscó entre los cedes ordenados en la guantera, insertó la recopilación de rancheras cantadas por Luis Miguel que le había bajado su mujer por internet y cantó a voz en cuello: que seas feliz, feliz, feliz, es todo lo que pido en nuestra despedida... 

Láminas de The Birds of south america. Brabourne, 1912.

jueves, 26 de noviembre de 2009



Favorecer las ganancias económicas antes que la eficiencia, la sencillez tecnológica y la razón, trae como consecuencia que una imposición de hace más de un siglo perviva hasta nuestros días. En 1873 se inventó el teclado QWERTY, que es el modelo de disposición de teclas en los teclados occidentales. Son las letras que se alinean a la izquierda en la primera fila superior. La idea de 1873 era que las máquinas de escribir fueran lo más lentas posibles porque si se pulsaban varias teclas adyacentes, el teclado de las viejas máquinas de escribir se atascaba. Con el fin de enlentecer la mecanografía para evitar los atascos en la maquinaria, se dispersaron las letras utilizadas con mayor frecuencia, y en todo caso, se colocaron las teclas más utilizadas en el parte izquierda, pues la mayoria de la gente es diestra y, por lo tanto, menos hábil con la mano. izquierda. La mejora durante el siglo XX de las máquinas de escribir, resolvió los atascos, En la actualidad, los teclado de ordenador siguen la pauta QWERTY a pesar de que una alineación de teclas basada en principios ergonómicos y de facilidad visual en la detección de letras ha demostrado que se reduciría el esfuerzo del tecleo en un 95 por ciento, doblándose la velocidad del mecanografiado. Las evidencias de mejora no son suficientes para arrinconar el diabólico teclado QWERTY, y aquí estamos alimentando una industria absurda.

Máquinas de escribir y máquina calculadora de Burroughs. 1890.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Zoco



En la plaza donde se entra a la cisterna de las 1001 columnas, Mordechai había extendido en una vieja alfombra tejida en Hereké, una docena de objetos sucios y rotos que nadie quería. Pocas semanas antes había sido uno de los vendedores que ocupan al anochecer, el jardín detrás de la mezquita de Beyazit, vecina al bazar de los libros. La inquina contra él de un guardia y el hurto a una turista, un tropiezo del que se arrepentía por el poco provecho que obtuvo del delito y la mucha desgracia que le causó, le obligó a buscar otro rincón en la ciudad, lejos de los policías secretas que le perseguían.
Durante las últimas semanas se conformó con entrar en casas cuando sus ocupantes las abandonaban para ir al trabajo, pero lo hacía en barrios lastimosos y sólo encontraba cascarria para poner en venta.
La mala suerte contagió los objetos que reposaban muertos sobre la alfombra, que aunque deslucida por la mugre, mostraba el fino dibujo de una puerta florida. En la plaza de la cisterna de Binbirbirek, su mercancía era invisible para los turistas, él mismo se veía como una sombra sin cuerpo. Cuando te tienen ojeriza, reflexionaba  hay que poner tierra de por medio, alejarse de la gente y vivir en soledad hasta que el tiempo borre el recuerdo. Mordechai sabía que el tiempo y la soledad trabajaban a su favor por eso dormía en la plaza, debajo del voladizo de la entrada a la cisterna y, cuando llovía, bajaba hasta la mezquita de Mehmet Pasa y se colaba para dormir en su cementerio, en el cobertizo donde se guardaban restos de lápidas rotas.
A los turistas les cuesta encontrar la cisterna de las 1001 columnas, y quienes daban con ella, pocos eran los que se acercaban con interés hasta su alfombra, pero todo se acaba y un día, dorado y limpio en el que el cielo y el mar del Bósforo relucían como aguamarinas, una mujer extranjera se dirigió hasta donde dormitaba Mordechai, rodeado de gatos y palomas y le preguntó, apresurada y nerviosa, por esa cajita oscura de hueso, la cajita que encontró dos días antes en el jardín de un palacio abandonado en el barrio de Tophane.
-¿Cuánto?
-Señora, treinta liras, es una caja de hueso muy antigua.
Mordechai calculó que diez liras serian suficientes para cenar esa noche incluso con cinco podría comer algo sustancioso, pero la mujer rubia y desgarbada hurgó en el bolsillo del pantalón y sin regatear ni lamentarse del precio, sacó dos billetes, de veinte y diez liras.
-Me la llevo.
La vergüenza enrojeció las mejillas de Mordechai que apenas se veían, ocultas entre las greñas que le caían de la cabeza y la espesa barba, dudó un instante antes de coger los dos billetes, pero al fin los agarró guardándolos en el bolsillo interior de su americana antigua, luego tomó de la alfombra, con delicadeza, un viejo collar de madreperla, el objeto más preciado que tenía y que destellaba bajo la grasa y el polvo como si fuera de esmeraldas. En su opinión, el collar valía al menos ocho liras.
-Este collar va con la cajita, todo junto son las treinta liras.
Pensativo, quiso creer que esas treinta liras y la extranjera significaban el regreso de los buenos tiempos, quizás por esa razón contempló agradecido a la mujer como se marchaba en dirección hacia Sulthanamet. La observó con curiosidad, caminaba deprisa, una ligera cojera le transformaba su paso en  un movimiento cadencioso, un poco sensual pues elevaba su cadera izquierda como si fuera la de una bailarina de ésas que se cimbrean en los locales de fiestas de Beyoglu y que enloquecen a algunos turistas.
A los pocos minutos, se acercó un hombre bien vestido, un funcionario del Registro de Bienes Inmuebles, miró desde su altura la alfombra durante un largo minuto en el que Mordechai tembló porque reconoció que, en efecto, los tiempos buenos habían llegado. El hombre preguntó si estaba dispuesto a vender la alfombra y qué precio pedía por ella.
-No por menos de cien liras, señor.
-De acuerdo, despéjala de toda esa porquería que le has puesto encima mientras voy a buscar el coche. ¿No la habrás robado?

Mordechai negó con la cabeza:
-No señor, me la regaló un primo mío, ha pertenecido a mi familia siempre...
-Seguro que mientes, pero no importa, espera aquí hasta que traiga el coche.
Mientras el funcionario se alejaba, Mordechai leyó en un viejo libro, puesto a la venta y que el viento súbito, abrió por la mitad.
Un mentiroso es como un muerto, lo que hace vivir a un hombre es el poder de la palabra y si ésta es falsa, la vida del hombre muere. 

La releyó un par de veces, para entenderla, para sacar provecho de lo que,  sin dura, era una señal del destino. Mordechai acarició el lomo de un gato antes de soltarle un sopapo para ahuyentarle pues ya el funcionario estaba delante de él, dispuesto a recoger la alfombra. Cuando acabó la transacción hizo un hatillo con su levita donde metió la docena de cachivaches que le quedaban. 






Ilustraciones del libro The Beauties of the Bósforo, W.H Bartlett.Edición de 1838.

viernes, 6 de noviembre de 2009



Asombra y nos entra la risa floja cuando somos protagonistas de una casualidad que escapa a las leyes de la probabilidad. Las coincidencias que vienen acompañadas de significado son lo que Carl Gustav Jung definió como sincronicidades. Soy una buscadora de casualidades, las escasas ocasiones en las que dos hechos concurren y son significativos para mi, una inmensa alegría me transforma en una máquina de imaginar y anticipar casualidades a cual más extraordinaria. Lástima que no se cumplan mis deseos y las coincidencias aparezcan en contadas ocasiones.

De la enorme casuística sobre esta clase de hechos probados, he escogido dos , el primero de carácter profético y otro que tiene a Lincoln como personaje central.
En 1954, Lester del Rey, escritor de ciencia ficción publicó la novela Misión en la Luna, en la que se leía la siguiente frase:
La nave Apolón se posó en la superficie de la Luna y de ella descendió el comandante Armstrong.

Un estudiante de Harvard se dirigía a su casa para visitar a sus padres, cayó entre dos vagones de ferrocarril en la estación de Jersey City, New Jersey siendo rescatado por un actor que iba camino de Filadelfia para visitar a su hermana. El estudiante era Robert Lincoln, hijo de Abraham Lincoln. El actor era Edwin Booth, el hermano del hombre que unas pocas semanas más tarde asesinaría al padre del estudiante.

Ilustraciones: solapa de libro editado en alemania en 1930 y lámina de Splendor Solis, manuscrito alquímico del siglo XVI en el que se detalla cómo obtener la piedra filosofal,

miércoles, 28 de octubre de 2009

Las amigas








-¿Y tú cuánto tiempo has vivido así, como una perra sin amo?


Carmela se mordió el labio inferior, costumbre que arrastraba desde la infancia y que le había producido un callo entre la comisura izquierda y el labio. Para disimular la rugosa y áspera piel, se pintaba un lunar marrón.
-He tenido amos, pongamos que media docena en treinta años, pero ahora me he asilvestrado. Prefiero la libertad a la apacible vida doméstica. Soy una fiera que nada tiene que ver con la pinta de yorkshire que, perdona que te lo diga, tienes tú. Muerdo si me provocan, así que ándate con tiento.
-Antes fuimos amigas ¿o no?
Carmela echó un sorbo a su orujo de hierbas, aspiró el humo del cigarrillo mal liado y hecho de restos de otros que encontraba tirados, entrecerró los ojos, al estilo de Joseph Cotten en Duelo al sol, con quien compartía un parecido físico asombroso, pero en versión femenina.
-Amigas he tenido pocas y tú no eres una de ellas.
-¡Cómo me dices eso! si juntas recorrimos media Europa en auto stop en el año 1973 ¿Es que no tienes memoria? Tú y yo nos peleamos en Verona por culpa de aquel desgraciado, ya no recuerdo ni su nombre.
Otro sorbo de orujo y la mirada de Carmela se encendió como si le hubieran prendido fuego con una antorcha de rastrojos secos.
-¡No fue en Verona! Nos despedimos en la estación de tren de Bolzano, y yo me fui con él, desde entonces tú y yo - cruzó los dedos índice y corazón de la mano derecha, los besó y luego se llevó el cigarrillo a medio consumir a los labios- no nos hemos vuelto a coincidir. Mejor, tampoco tenía ganas de verte ni en pintura, para que lo sepas: me caes gorda, tú, como te llames.
-Me apena oírte decir eso, después de lo que hemos pasado juntas... pero te perdono, estás enferma.
-Ja, ja , me parto de risa –Intentó que pareciera una carcajada sarcástica, pero solo le salió una sucesión de gemidos roncos e indescifrables. Tres ingleses que bebían cerveza sentados en el bordillo de la acera, dejaron de hablar entre ellos para dirigir la mirada hacia las dos mujeres.
-Vete y deja de darme la tabarra.
-Soy Dora, sé que me recuerdas: fuimos amigas en la infancia y casi toda la juventud, siempre nos hemos tenido cariño y ahora he venido a llevarte conmigo, aquí no puedes estar.Con un gesto, Dora avisó a los dos hombres de emergencias sanitarias que esperaban de pie, junto al banco del paseo, para que cogieran a Carmela en volandas y la metieran en la ambulancia. Para asombro de todos no se resistió, con mansedumbre se dejó caer en la camilla y lamió las manos del enfermero.
-¿Lo ves? Soy perra silvestre pero bien educada, se reconocer al buen amo con sólo mirarle a los ojos y éste lo es.
-Sí, es verdad, ése hombre será un buen amo para ti
.
Poco después de que la ambulancia se perdiera de vista con Carmela dentro para ser ingresada en un hospital, Dora cogió el carrito de niño lleno de bolsas repletas de ropa y revistas viejas que eran las pertenencias de Carmela. Con paso apresurado se acercó hasta el contenedor de la basura, revisó las bolsas que al abrirlas olían a comida podrida; en la tercera encontró lo que buscaba. En la bolsa del Corte Inglés había un buen fajo de billetes, los ahorros y las pensiones de invalidez de los últimos cinco años de Carmela. Trabajar en los servicios sociales le había parecido a Dora una humillación, un trabajo muy por debajo de sus capacidades, sin embargo, reconocer a Carmela en la indigente loca del barrio, había sido providencial para las dos y un premio a su trabajo, sonrió y reflexionó mientras se dirigía a su casa, sobre los extraños caminos de la vida: mira que quién me iba a decir a mí, que esa idiota alcoholizada que me robó hace treinta años a Fernando, fuera la benefactora que necesitaba para jubilarme a los sesenta. Quien la hace la paga, gracias a Dios. 

Ilustraciones Agence Eureka