sábado, 28 de junio de 2025

Los invisibles

 

Josefa Tolrà. Imagina Art 


Hace unos días, una amiga me habló de Josefa Tolrà, una mujer que vivió en el Maresme entre 1880 y 1959. La vida de Tolrà y, sobre todo, sus obras, son un reflejo de las capacidades ocultas que algunas personas desarrollan tras vivir hechos dramáticos que las marcan profundamente. En su caso, dos de sus tres hijos murieron: uno durante la Guerra Civil y el otro en un campo de concentración durante la Segunda Guerra Mundial. Fue en esa época, cuando rondaba los cincuenta años, que se le revelaron sus facultades pictóricas y literarias.

Pronto adquirió fama, ya que, al parecer, también tenía el don de la sanación. Sus obras interesaron a Antoni Tàpies y Joan Brossa, quienes la visitaban con frecuencia. Además, personas relevantes de la época se sentían atraídas por esta mujer que creaba al dictado de “seres de luz”, esos entes invisibles que la guiaban. Sin apenas formación, escribía textos en español con notable corrección, algo inusual para una mujer tan humilde y sin instrucción escolar. Sus pinturas y parte de sus escritos se conservan actualmente en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, el MACBA y en colecciones privadas.

Si alguien siente curiosidad por conocer a esta artista mediúmnica, Pilar Bonet es la principal especialista en la vida y obra de Josefa Tolrà. Ha dedicado más de dos décadas a su estudio, conversando con familiares, investigando sus cuadernos y comisariando exposiciones sobre la médium. Su libro más relevante es "Josefa Tolrà. Mèdium i artista" (Associació Josefa Tolrà, 2020), la primera monografía exhaustiva sobre Tolrà, que recoge tanto su biografía como un análisis detallado de su producción artística.

Otro caso más cercano en el tiempo es el de la médium Rosemary Brown (1916-2001). Esta mujer, que apenas había cursado tres años de piano y carecía de otra formación musical, asombró con sus composiciones improvisadas o dictadas en partitura, que Brown escribía con total soltura. Compositores y expertos como Leonard Bernstein o el musicólogo Érico Bomfim no dudaron de su genialidad, difícil de explicar. En los años sesenta y setenta, se hizo famosa en el Reino Unido por esta capacidad insólita en alguien con tan limitada formación musical. Rosemary era cocinera en un colegio hasta que ganó notoriedad y se dedicó a exhibir sus dotes. Contaba que, a los siete años, se le apareció Franz Liszt para prometerle que algún día le dictaría su música, y así fue. Chopin, Bach, Beethoven, Rachmaninov y su preferido, Liszt, le dictaban composiciones que Rosemary escribía y ejecutaba con seguridad y precisión. Este don también se le manifestó tras la muerte de su madre y de su marido. Sus apariciones en la BBC asombraban a expertos musicales por la rapidez y fidelidad estilística de la música dictada por el autor invisible que guiaba sus manos.

Las explicaciones sobre personas que apelan a espíritus para justificar capacidades sobrevenidas suelen tomarse como una broma por quienes están convencidos de que no existe otra realidad que la material. Sin embargo, entre la multitud de farsantes y embaucadores que viven del engaño espiritual, existen personas que, sin llegar al caso de Tolrà o Brown, poseen conocimientos asombrosos que parecen ir más allá del mundo que conocemos. Ojalá en el futuro alguien nos explique cómo podemos, los no mediúmnicos, despertar capacidades dormidas. En el caso optimista de poseerlas. 

 

viernes, 9 de mayo de 2025

Libros que no leeremos





     En torno a la lectura y los libros se han escrito millones de palabras, con pretensiones y opiniones variopintas:  se lee poco, que no se leen libros de calidad, se publica demasiado, que hay más escritores que lectores. Y podríamos seguir enumerando razones sobre los libros que “hay que leer” y aquellos que se consideran poco menos que basura y, por lo tanto, se deben despreciar. Todos (lo reduzco a algunos)  queremos ser escritores y vender mucho en Sant Jordi. El deseo se enfoca en convertir nuestra novela (ensayo, poemario, manual, etc.) en un best seller o, si no hay necesidad de dinero, pasearnos como escritores de culto, exquisitos y admirados, para que rabien los vulgares escritores que venden miles o millones de ejemplares. De culto quiere decir escritores cuya obra vende poco, muy poco, pero que son reverenciados por los críticos y en los suplementos culturales de los periódicos.

     

     En fin, este parloteo viene provocado por la tremenda cifra de libros que se publican en todos los soportes y que ningún ser humano podrá leer más que en un porcentaje minúsculo a lo largo de su vida. Y eso, en el caso de que tenga pasión por la lectura y una vida larga. Ya ni hablo de aquellos manuscritos que jamás se publicarán. Entre estos, estoy segura, habrá maravillas literarias y asombrosos descubrimientos que nunca conoceremos.

En España se publican 252 títulos cada día, aproximadamente. 89.347 libros el año 2024.       

      En el mundo, se publican anualmente entre dos millones y medio y tres millones de libros. Cuando leo estas cifras, me digo a mí misma que nunca podré alcanzar a leer ni un miserable uno por ciento de todo lo que se publica. Esto no me perturba tanto como pensar en los miles, millones de manuscritos rechazados, y que en algunos de ellos se guardarán verdaderos tesoros. Por pura probabilidad, al menos otro uno por ciento de lo no publicado será material literario extraordinario.

      

      La capacidad humana para expresarse es inagotable, y la pulsión por ser famoso y recibir atención mediática es el objetivo principal de millones de personas. Lo novedoso del asunto es que muchas editoriales buscan celebridades para que escriban, les guste o no escribir y tengan algo que decir,  porque saben que unos miles de ejemplares los comprarán sus fans. Y aquí se me abren las carnes, porque sé que la mayoría de manuscritos de autores sin pedigrí en redes son rechazados, muchas veces sin siquiera ser leídos.


     No es un reproche a los editores; es la constatación de que vivimos en una época desquiciada, en busca desesperada del beneficio económico inmediato. La lentitud en el trabajo, el oficio sin prisas y acompañado de reflexión, es considerada hoy una disparatada manía. Efímero, rápido, olvidable  y lucrativo podría ser el lema universal que mueve el mundo en el que vivimos. Y, mientras tanto, millones de libros sin lectores.



miércoles, 5 de febrero de 2025

Algo contigo ...que no es amor

 

                                       

Imagen creada por IA


A sus ochenta años, Clara ya no esperaba sorpresas. Su vida se había vuelto predecible: el café con leche por la mañana, el paseo por el parque, la novela a media tarde y las llamadas esporádicas de sus hijos. Pero un día, al volver del mercado, algo la detuvo en seco.Un enorme anuncio colgaba sobre el puente de la carretera, anunciando una nueva colonia llamada  Fatidique. No era la fragancia lo que llamó su atención, sino el rostro del hombre en la fotografía.

De cabello entrecano y ojos profundos, sonreía con una mezcla de melancolía y desafío. Algo en su expresión le resultaba familiar, aunque no lograba recordar de dónde. Durante días, Clara  pasó dos y tres veces bajo el puente, buscando excusas para ver el anuncio una y otra vez.

—Abuela, ¿qué haces mirando ese cartel todos los días? —le preguntó su nieta Sofía una tarde.

—Nada, es que me recuerda a alguien.

Sofía tomó una foto al anuncio.

—Es un modelo cualquiera, bastante viejo, por cierto. Pero si tanto te gusta, podríamos investigar quién es.

Clara fingió no darle importancia, pero en su corazón nació una esperanza ridícula, absurda. ¿Y si realmente podía encontrarlo? ¿Y si ese hombre aún vivía?

Sofía cumplió su palabra. Buscó el nombre de la empresa, encontró al fotógrafo de la campaña y, después de varios correos, consiguió un nombre: Julien Moreau. ¡Sí, era él! No era un modelo profesional, sino un mecánico retirado que había aceptado posar para la publicidad casi por casualidad. Regentaba una librería de segunda mano en París

—Abuela, vive en París.

Clara sintió un escalofrío. París. De allí era,  él mismo se lo dijo hace más de cincuenta años, cuando ella era una madre joven y soñadora que vivía de rentas.

—Tengo que verlo.

—¿Hablas en serio?

—Sí.

Sofía, emocionada con la locura de su abuela, la ayudó a comprar un billete de avión por internet.

Cuando Clara llegó a París, su corazón latía como el de una muchacha de veinte años. Encontró la dirección de Julien en un cuchitril librería del Barrio Latino. Con pasos temblorosos, entró al local. El hombre que buscaba estaba sentado en un rincón, hojeando una revista de motores de avión.

—Disculpe… —su voz tembló—. ¿Usted es Julien Moreau?

Él levantó la vista. Sus ojos, los mismos del anuncio, se posaron en ella con curiosidad.

—Sí, soy yo.

—Esto le parecerá una locura, pero… nos conocimos  hace muchos años.

Julien frunció el ceño, intentando recordar.

—¿Cómo se llama usted?

—Clara Montserrat.

La revista cayó de sus manos.

—¿Clara? No puede ser…pensé que te había perdido de vista para siempre.

El tiempo pareció detenerse.

Julien la observó con asombro. Había sido su casera, aquella mujer joven que le echó de su piso con cajas destempladas.

—Te lo quería dar —susurró él—. Durante años, pero siempre salía una cosa o la otra.

Clara sintió los ojos húmedos por culpa de aquel local polvoriento.

—Ya lo sabes, Julien, me adeudas seis mil euros con los intereses de mora. Sinvergüenza,  que te fuiste sin pagar las dos mensualidades que me debes.¡ Con lo que hice  por ti, que te daba siempre de cenar y a veces de merendar!

El destino, caprichoso, los había llevado por caminos distintos, pero ahora, medio siglo después, les daba una segunda oportunidad.

Y esta vez, ninguno pensaba desaprovecharla. Julien le entregó un cheque  que Clara, al día siguiente en Barcelona no pudo cobrar porque era un cheque sin fondos. Y la pobre Clara, otra vez engañada, se murió del disgusto en la sucursal del banco.