martes, 1 de septiembre de 2009

El lenguaje de los pájaros





-¡El niño es un auténtico cabrón! Y no sabes ni quieres saber la clase de individuo que estás educando.
-¡Bah! Eres un exagerado, el niño es travieso, como todas las criaturas a su edad.

Rita cambió los pañales a la criatura, que respondía al nombre de Santiago, "Tago" para la familia. Cuando acabó de asearlo, lo sentó en su silla, le acarició con el dorso de la mano la mejilla de piel sonrosada y besó los ojos vivarachos. Qué bien hueles, cielo mío y qué celos te tiene tu padre, pero tú no sufras que mientras yo esté aquí, nadie te hará daño. Tago dejó caer la cabeza sobre el pecho. Lo entiendes todo ¿verdad? Y Tago respondió con una mirada en escorzo, casi sin parpadear. Sonríes porque sabes que tengo razón. Hala, te quedas ahí un rato y le haces compañía a Tibi.
Tibi era un periquito inglés de plumaje color turquesa que había cumplido cinco años, la misma edad de Tago; fue el regalo de nacimiento de su madrina con el propósito, según ella, de que le sirviera a Tago para superar la enfermedad. 

-Me habría gustado regalarle un caballo porque he leído que los caballos ayudan a niños con problemas, pero, luego he pensado que dónde ibais a meterlo y claro, me he decidido por un periquito inglés que dicen que son lo más listos.

Mientras la madrina, que no era otra que su cuñada Fina, hermana de su marido, ofrecía la jaula con el periquito, Rosa pensó que debía ser genética la mala leche porque de lo contrario era inexplicable que su marido y ésa cínica compartieran el mismo carácter y tuvieran tal desfachatez. Un caballo, decía que quería comprarle a Tago, como si la rácana se hubiera gastado alguna vez algo decente en un regalo apropiado
-¿Y no has pensado en comprar un delfín?

-Pero Rita y dónde ibais a meterlo, por Dios, que yo al pobrecito le compro lo que le haga falta, pero si por no tener, no tenéis ni bañera entera en este pisito raquítico.


-No vuelvas a llamar a mi hijo pobrecito y te metes el periquito por la oreja, a ver si te enseña a piar y dejas de decir chorradas ¡falsa! El periquito se quedó en la casa porque entretenía al niño.

El nacimiento de Tago  provocó dos secuencias, la primera, que su cuñada le guardaba el aire desde entonces; y la segunda, el descubrimiento de un amor inconmensurable, como nunca había sentido antes, hacia ese niño, su hijo, que sólo se comunicaba con gestos y gritos. No necesitaba más porque ella sabía exactamente qué quería, qué sentía, qué le gustaba y podía interpretar todas las modulaciones de sus roncos gemidos.
-Y otra cosa te digo: es la última vez que hablas así de Tago, y menos estando él delante.
-Pero si es un trozo de carne que no se entera de nada y sólo grita, por tu culpa, que solo sabes consentirlo.

Rita miró a su marido, en camiseta con el símbolo de la discoteca Pachá  en el centro de su barriga, pantalón corto, repantingado en el sofá, con un plato de cacahuetes delante y la tele encendida. 

Dirigió la mirada hacia Tago y el periquito, ambos en el balcón, en la tarde calurosa de verano y comprendió el lenguaje secreto con el que se comunicaban el pájaro y su hijo. Un sonido largo del periquito, prrirrirri, era contestado por un corto gemido del niño, ahhhh. Durante varios minutos siguió, sin entender, la conversación entre las dos especies, maravillándose frente a esa inteligencia sobrenatural que unía en un mismo lenguaje a las dos criaturas y por un instante comprendió y se hizo cargo de su insignificancia frente a la grandeza de lo que estaba sucediendo en el balcón. Entonces se le ocurrió una idea, o más bien, fue una iluminación un soplo celestial porque, sin reflexionar, sin saber la razón, pronunció la siguiente frase. .
-Julián, ese hijo no es tuyo.
-¿Ehhh?

Así fue como la declaración de Rosa provocó un ictus cerebral en su marido. En pocos meses, en cuanto le dieron el alta en el hospital y pudo regresar a casa, 
Julián habló, por fin, con su hijo. Por las tardes Rosa dejaba solos a los tres, el periquito sobre la mesa supletoria entre las dos sillas de ruedas, para que pudieran conversar a sus anchas mientras ella se iba a trabajar




Ilustraciones: Giambapttista della Porta
De humana physiognomonia libri IIII .
National Library of Medecine. Unites States

domingo, 16 de agosto de 2009




Una mujer es señalada como disidente peligrosa y condenada a pasar casi 20 años de su vida en los campos de trabajo soviéticos. No tuvo importancia que esa mujer fuera dirigente del partido comunista, Stalin la envió a Siberia, como a otros millones de personas. El frío el hambre y las enfermedades no minaron su vida, al contrario, la ayudaron a registrar en su memoria todas la iniquidades y la crueldad de las que somos capaces los seres humanos. En su libro autobiográfico El Vértigo, la inteligencia y sensibilidad de Eugenia Ginzburg se refleja en sus palabras, en la conciencia de haber sido, también ella, culpable de un sistema que arrasó millones de vidas, con el pretexto de la defensa de una ideologia liberadora.

Esas noches de insomnio en las que, como dice Pushkin, todos “releemos la vida con horror”, y nos estremecemos, y maldecimos. En el insomnio, la conciencia no se consuela por no haber participado directamente en los asesinatos y las traiciones. Porque no sólo mata el que asesta el golpe, sino los que han avivado su odio. De uno u otro modo. Repitiendo irreflexivamente peligrosas fórmulas teóricas. Levantando en silencio la mano derecha. Escribiendo cobardemente una verdad a medias. Mea culpa... Y creo, cada vez más, que dieciocho años de infierno en la tierra no bastan para una culpa como esta


Ilustraciones, Carteles de la guerra civil rusa, 1918-1922. NYPL

domingo, 9 de agosto de 2009

Café Doré





De todas las personas que frecuentaban el Café Doré, Chantal quien provocaba mayor admiración entre los clientes y personal de servicio. El propietario del Café se había empeñado en darle al local un aire decimonónico, y para eso había recurrido a las molduras de yeso en forma de guirnaldas que caían por las paredes y enmarcaban grabados antiguos –falsos- y una reproducción del cuadro de Jean Baptiste Corot, en el que una ninfa descansa desnuda sobre un prado y  mira al frente, inquisitiva. Repose se titula el cuadro. La reproducción, en lámina de dos metros por dos metros, ocupaba la pared derecha del Café y se reflejaba en el gran espejo de la pared izquierda, la ninfa controlaba el negocio y todos los ojos se dirigían a su mirada. Hasta que una noche llegó Chantal. No sabía cantar, no era una belleza, ni era joven, pero tenía el alma de artista y sabía susurrar, entornar los párpados y recitar estrofas que enardecían a la concurrencia. En el Café Doré, un pianista amenizaba el ambiente a partir de las once de la noche, tenía un repertorio facilón, lleno de melodías tristes:
-Está comprobado, Eusebio, que las canciones antiguas estimulan el consumo de bebidas alcohólicas caras. Eso es científico, así que nada de los cuarenta principales, tú dale a la vie en gos, al jetendré a...a Mayguey, del Sinatra
-Las francesas no se me dan bien.
-Pues te las aprendes porque quiero convertir este local en el lugar más selecto de la ciudad, nada de moderneces, ni internets, ni hilo musical, quiero un café congelado en el tiempo.
Al cabo de unos meses, un público nostálgico, clases pasivas y desocupados, pasaba la medianoche sentado en las butacas de terciopelo rojo escuchando una y otra vez las mismas melodías.

Chantal apareció una tarde y le pidió al dueño que le permitiera cantar todas las noches, dos canciones, sin cobrar nada y hasta el verano, que era cuando tenía previsto trabajar en un chiringuito de la costa.

-No sé si gustará, a ver cante algo, pero aquí no queremos la canción del verano, nos gusta más lo clásico.
-Precisamente, eso es lo mío.
Y así durante dos meses, Chantal cantó Paloma negra y Un mundo raro, su voz relataba en un tono de conversación intima:

Ya no puedes con mi honra parrandera, si tus caricias han de ser mías y de nadie más y aunque te amo con locura, ya no vuelvas...

La voz de Chantal era algo ronca y no sabía entonar pero las letras murmuradas con desesperación auténtica, anegaban de lágrimas los ojos del personal. De tanto repetirlas acababan cantándolas a coro, en un rito colectivo de liberación y desahogo. Si hubiéramos hecho, si nos hubiéramos atrevido a decir... Esas eran la clase de divagaciones de la clientela cuando acompañaban por lo bajo a Chantal; ella convocaba los viejos espíritus de los amores idos y de las ilusiones perdidas. Hasta que llegó julio Chantal echó a volar. Escribió la siguiente tarjeta que fue entregada al dueño del Café Doré, según detallada nota, una semana más tarde de su óbito. Dentro del sobre había  cien euros.
Ojalá que os vaya bonito, os invito a cava para celebrar que ya se acabaron las penas.
                              



Repose
Jean Baptiste Camille Corot, 1796-1875.

domingo, 2 de agosto de 2009




Villard de Honnecourt os saluda y recomienda a todos aquellos que se
sirvan de las instrucciones que se encuentran en este libro de rezar por su
alma y de acordarse de él, pues en este libro se puede encontrar una
ayuda válida para el gran arte de la construcción y de algunas
instrucciones de carpintería y encontraréis el arte del retrato y sus
elementos tal como lo requiere y lo enseña el arte de la geometría. (...)

En el siglo XIII, un tal Villiard de Honnecourt, maestro constructor de iglesias, escribió un libro de 33 páginas para explicar cómo se construía una bóveda, un rosetón o un reloj en la torre de una iglesia. Sus saberes cupieron en 33 hojas de pergamino, el Livre de Portraiture, un manual donde aprender a esculpir y construir con piedra y madera. Siglos más tarde, las logias masónicas buscaron en sus dibujos las claves de la geometría sagrada, en particular les interesaba la utilización del pentagrama y su relación con la proporción áurea presente en muchos de los dibujos de Villiard de Honnecourt.

domingo, 26 de julio de 2009

Pito




Cantar mal y bailar peor y ni así conseguía perder la simpatía del público.
-Es mi sino, me he ganado la vida trabajando en oficios para los que no tenía ni habilidad ni gusto por aprender. Quién me iba a decir que con esa poca gracia  que Dios me ha dado, ganaría más cuartos que cuando era panadero.
-Eres un sieso con suerte.
-No te digo que no
En la playa de la Mar Bella, Pito clavó los mosquetones en la arena y extendió la tela amarilla, la sombra proporcionada por el cuadrado dorado le sirvió para instalar el radiocasete y sus discos viejos sobre la esterilla, sin indicación de venta, por si se presentaba la policía y los requisaba. Alineaba media docena de discos antiguos frente al aparato de música y a continuación lo encendía a todo volumen para bailar la música de los años sesenta y cincuenta. A los bañista les gustaba escuchar sapore di mare o cualquier otra melodía archifamosa, como un rumor pretérito que endulzaba los recuerdos y atraía una nostalgia de quita y pon. La emoción tenía un precio y la lástima añadía una propina. ¿Quién podía resistirse a los movimientos sinuosos, lentos y torpes de Pito cuando imitaba a Umma Thurman, en Pulp Fiction, en el baile de la canción de Chuck Berry  You never can tell.  
Nadie mayor de sesenta años, público mayoritario en esa playa, era indiferente al cuerpo casi desnudo, tan enjuto, tostado y envejecido que podría pasar por una momia egipcia resucitada a la vida. Desde las once de la mañana a las cinco de la tarde en julio y agosto, Pito podía sacar una ganancia diaria de treinta o cuarenta euros. El de la caseta de los helados, a pocos metros del escenario amarillo le regalaba un polo de limón cada dos horas.

-Anda, chupa y refréscate, que cualquier día vas a acabar hecho un tasajo.
-Tasajo, pero útil a la sociedad.
-¿Y no te cansas de moverte así, durante horas? Pareces una lagartija.

-Prefiero esto a estar como tú, metido en esa caseta de perro, criando grasa y culo. Además, mis fans me quieren, vienen a esta playa por mí. Tú también te beneficias.
-Ya, pero eres tan antiguo y te repites tanto..
-¿Y para qué cambiar? A la gente le gusta recordar siempre lo mismo y yo les doy la banda sonora y ellos hacen el resto.
Pito se ajustó la gorra roja de beisbol con la inscripción Ballantine´s sobre la visera e inicio una vez más el movimiento lento y tembloroso de su brazo derecho, con la mano abierta en tijera en un recorrido indeciso frente a sus ojos entornados. A pocos metros,  la Guardia Urbana aparcó el coche patrulla, dispuestos a llevarse el radio casete y multar a Pito por contravenir la ordenanza de las actividades prohibidas en las zonas de baño. 


sábado, 18 de julio de 2009





Entre 1892 y 1914 la isla de Ellis en Nueva York recibió, aproximadamente, 10 millones de personas venidos en su mayor parte de Europa. En 1890 se vivió una época de depresión económica que provocó una corriente de animadversión hacia los inmigrantes; se le acusaba de propagar todo tipo de enfermedades y de extender la delincuencia y la pobreza en las ciudades estadounidenses. Las autoridades decidieron que todos los inmigrantes deberían pasar un examen médico para evitar que quienes padecieran enfermedades "aborrecibles y de peligroso contagio o deficiencia mental" entraran en el país. Se aplicó la mayor selección médica conocida hasta el momento, por fortuna no siempre con éxito, muchos inmigrantes enfermos pudieron entrar y empezar una nueva vida solos o con sus familias. Las asociaciones progresistas de apoyo a los inmigrantes y, sobre todo, el fin de la depresión ayudaron a mitigar las inspecciones médicas y favorecer el flujo de inmigración. El cuarenta por ciento de la población estadounidense desciende de aquellos empobrecidos inmigrantes que llegaban a un país desconocido, sin chablar inglés, muchos eran analfabetos, y sin otro patrimonio que los pocos enseres que arrastraban en viejas maletas y sacos atados con cordel.

Archivo histórico fotográfico Isla de Ellis. NYDL

domingo, 12 de julio de 2009

Bel Canto



El repertorio de Dolores era escaso, cuatro piezas selectas: Amami Afredo de La Traviatta, la habanera de Carmen, la romanza de Doña Francisquita y Una furtiva lágrima. El pelo canoso y ensortijado de Dolores tenía el aspecto de una peluca antigua, que le daba un aire muy teatral cuando su boca se abría y forzaba los músculos del cuello mientras cantaba por el humo se sabe donde está el fuego, del humo del cariño nacen lo celos... Sus ojos pequeños, azules y achinados buscaban la aprobación de los espectadores que se detenían en la esquina de la calle del Bisbe. Al principio le daba mucha vergüenza ejercer de artista callejera, pero en cuanto se calentaba y su voz de soprano lírico  alcanzaba el timbre exacto que requería el fragmento elegido, se sentía poderosa dentro de su metro cincuenta y su cuerpo delgado. La tarde era calurosa y tan pegajoso el aire húmedo que subía del puerto que los churretes de sudor le mojaba la frente y anegaba su bigote, jamás depilado. Tres turistas holandeses se detuvieron frente a ella. A Dolores se le escaparon varios quiebros de voz cuando le cayeron en el plato de cerámica, comrado en  Granada, dos euros que le echaron conmovidos por el esfuerzo que le ponía al canto. Una pareja de novios japoneses, dejó cinco euros, que Dolores, sin dejar de cantar, se agachó antes de que volaran para recogerlos y guardarlos en el bolso, colgado en bandolera. Cuando acabó el recital y antes de volver a empezar, calculó que llevaba ganados veinte euros. Bebió agua, sonrió a la mujer anciana que pasaba siempre a la misma hora. Se saludaron ambas con una inclinación respetuosa de la cabeza. Empezó de nuevo, esta vez con Amami Alfredo, pero nadie se detuvo y sin público se sentía ridícula.
Veinte euros era cantidad suficiente para las necesidades del día. Recogió su reproductor de música, guardó el cedé en el bolso y ayudándose de las muletas caminó vacilante hasta la plaza de la catedral, con destino a su habitación de alquiler en la calle Sant Pere més baix.



Portadas. El arte del Teatro, 1906.Madrid
El amigo de la juventud, 1914. Barcelona-
Biblioteca Nacional.