domingo, 24 de abril de 2011



Cuenta Cyril Connolly, aquel  crítico y escritor  británico, con un aspecto  a medio camino entre Hichtcock y  el actor Richard Attenborough, que su pasión bibliófila le llevó a coleccionar sólo primeras ediciones modernas, fiándose sólo de su criterio estético (y porque sólo costaban siete libras).  Compraba a contracorriente de la opinión general, desafiaba los consejos de libreros y  revistas literarias, en general coleccionaba novela de escritores noveles, pero no por afán de ser propietario de un futuro ejemplar convertido en valioso y susceptible de hacerle millonario, sino por puro disfrute personal porque la novela le gustaba, tras ojearla en la tienda.  Le horripilaban las estanterías uniformes, ordenadas y  vestidas con cubiertas y lomos clónicos. No sabemos si alguna de aquellos primeros ejemplares de las novelas que compró alcanzó éxito, si fue popular o pasto de cenáculos exquisitos.  En La alacena del adicto a la novela, Connolly explica su querencia por ciertos escritores, en especial menciona a Arthur Firbank, del que salvaría toda su obra. 

No tenía idea de la existencia de Firbank a quien tanto elogia Connolly, eso me ha hecho reparar en la muy  efímera fama literaria, y, por otro lado,  tan volátil como cualquier otra gloria, también la mediocridad humana desaparece con la misma rapidez, por suerte para todos. En la red he encontrado muchas referencias y varias de las  novelas de Firbanks disponibles en Amazon. Resulta que Connolly  dice algo que me ha parecido muy interesante referido a los que él considera artistas: quienes con sus libros hacen avanzar el espíritu humano. Es esta una declaración tan solemne como imprecisa. Simenon, Agatha Christie o Dorothy Sayers ¿pueden equipararse a Petrarca o Dante?  No tengo ni idea,  porque a estos dos últimos los conozco  por haber estudiado el contexto y algunos datos biográficos, pero no  he leído ni una  sola línea de sus obras.  Me gustaría poder decir lo contrario, y sin embargo  estoy  segura de que ellos contribuyeron a formar el estrato  cultural sobre el que ahora escribo.  Aunque si he de ser sincera, reconozco que mi relación con la literatura es  pasional, una atracción íntima que trenza   un vínculo; no sé si mis preferencias literarias conseguirán que avance el espíritu humano -ni  me importa-  pero si sé que cuando encuentro un autor que me habla me doy a la lectura como si compartiera un secreto que solo me afecta a mí.   


Edward Hopper, 1938 Compartement C, car 293.

sábado, 9 de abril de 2011


En el relato de Stefan Zweig, Mendel el de los libros, el narrador escribe: Gracias a él  me había acercado por vez primera al enorme misterio  de que todo lo que de extraordinario y más poderoso se produce en nuestra existencia se logra sólo a través de una monomanía sublime, sagradamente emparentada con la locura.  Sabemos que el caldo nutritivo de las grandes obras humanas se cuece en pucheros misteriosos: obsesiones, sueños, visiones. El protagonista del  cuento de Zweig,  vive una existencia fronteriza entre la realidad y su obsesión libresca. Otros han reconocido en los sueños el impulso decisivo para  tirar adelante una empresa alocada, imposible para un mundo que se orienta por criterios  racionales, sensatos. Muchas veces sueños y obsesión conviven juntos.  En los sueños no hay incongruencia, por más absurdo que nos parezca al despertar; el sueño no sabe de la lógica  dualista que gobierna nuestra vigilia porque su  mundo es el de las emociones y los símbolos. 
Soy una declarada  adicta a los sueños y a las ensoñaciones diurnas, y esa inclinación por lo onírico, antes vergonzante y ahora reconocida,  me ha servido como una linterna para orientarme por la vida. No soy la única. Salvando las distancias,  Arthur Koestler, por ejemplo, explica en sus libros El cero y el infinito y en  el Testamento español,  el decisivo papel  que tuvieron sus sueños y visiones para salvar la vida  durante la guerra civil española, cuando durante meses estuvo prisionero en Almería, acusado de espía comunista y con una condena de muerte sobre su cabeza. Entre los músicos, Haendel  contaba que los últimos movimientos de El Mesías los escuchó en sueños; también Berlioz soñó el primer movimiento de su Sinfonía fantástica.

Y vuelvo al principio de esta entrada, nos sobran ejemplos para reconocer en la reflexión de Zweig   una verdad como un puño: todo lo que de extraordinario y misterioso... Y aunque no los nombra,  detrás de una obsesión creadora duermen los sueños, fantasías diurnas, duermevelas o en el profundo descanso  de la noche; de esas llamaradas que crecen y se apagan en nuestra cabeza, se alimentan actos y decisiones, intuitivas o racionales, un fuego interno que nos empuja a alcanzar lo que un día - o una noche- nos deslumbró en sueños  ya  sea tocar el arpa,  aprender sevillanas o escribir una enciclopedia. I have a dream, pronunció Martin L. King y los negros dejaron de viajar separados de los blancos.  


Hasta dentro de unos días, me voy a dar una vuelta por esos satélites a ver qué se me ocurre.
 





Ilustración,  A quatre heures de  l'été. L' espoir, pintura al óleo de Yves Tanguy 1900-1955.

martes, 5 de abril de 2011



Si pudiéramos comprender en profundidad la mente humana probablemente la literatura debería buscar otras fuentes de inspiración, pongamos, por ejemplo,  la vida de los palmípedos: la interrelación  entre sus individuos, sus traiciones, lealtades y picoteos darían para narrar hermosas epopeyas sobre gansos y cisnes -de hecho el patito feo apuntaba al género novelístico palmípedo- Ahora esa especie animal acuática caracterizada por  poseer una membrana interdigital,  ha cambiado la denominación y ya no son palmípedos sino anseriformes.  Uno de mis primeros libros gordos lo leí a los ocho años,  fue el Maravilloso viaje de Nils Holgersson a través de Suecia, de la escritora Selma Lagerloff. No voy a glosarlo porque es innecesario, quien lo haya leído sabe de qué estoy hablando. El libro me hizo soñar durante muchos años en los que imaginaba volar a lomos de un pato salvaje; y es hoy y aún me recreo  con algunos de mis episodios favoritos. La mente humana, ese territorio ignoto, como algunos  refieren, tiene una misteriosa manera de proceder, de analizar, evaluar y  obtener conclusiones, casi siempre erradas. Resultado de todo lo anterior, son nuestras filias, fobias, obsesiones e indiferencias. En esos vericuetos, circunvoluciones de nuestro cerebro, semejante a un laberinto, se cuecen comportamientos asombrosos. 
En los años noventa el escrito italiano Emanno Cavazzoni, escribió  un libro al modo de hagiografía,  titulado Vida breve de idiotas. Son historias de personas reales, una por día, como si fuera un santoral mensual. Los personajes son reales, estaban internados en el manicomio -ahora esa palabra también está proscrita- de Reggio Emilia. Santos idiotas, personas que, en otras circunstancias históricas y sociales habrían sido  reconocidos, tal vez,  y  en algunos casos, santificados o/ y sacrificados.  Bien mirado, la mayoría de ellos fueron auténticos mártires.  Cavazzoni  explica el caso de un médico que en 1938 se prendó de unos zapatos de piel de color marrón, hasta ese día el médico había sido una hombre sensato, en la profesión y en la vida privada. ¿Qué  pasó por  su mente cuando vio aquel par de zapatos?  Sólo sabemos que los compró, los calzó  y hasta 1940,  fecha de su muerte, no consintió en liberar sus pies a pesar del dolor, las lesiones y por fin,  la gangrena que le produjeron y que fue la causa de fallecimiento. Por más que su hija -él era viudo- intentó convencerle para que dejara de lastimarse con unos zapatos de número inferior a su talla,  no hubo manera, pues el doctor siempre contestaba que siendo la piel de excelente calidad, pronto darían de si y se amoldarían a sus pies, por entonces ya gravemente lesionados.  Antes de morir elaboró una teoría sobre la función que la Providencia había destinado a nuestras extremidades inferiores: expuestos y sensibles nos fueron dados para poner freno al orgullo, la envidia y la codicia; de lo contrario tendríamos pezuñas como los caballos.
Ante tal elaboración, digamos espiritual,  lo único que se me ocurre es que la mente humana está atacada por un virus evolutivo que la ha desarrollado unos millones de años por delante de la biología humana. Es posible que los pies sean elementos trascendentales del psiquismo, que  la fobia a la arañas o el festival de Eurovisión tengan un sentido lógico en el futuro, pero por ahora, la mente humana sólo nos da disgustos, sobre todo cuando cualquier  sabio nos repite que poseemos grandes capacidades  de las que sólo usamos una ínfima parte. Pues menos mal.         
    
Ventanas, Istvan Oroszt, 1995.