miércoles, 28 de octubre de 2009

Las amigas








-¿Y tú cuánto tiempo has vivido así, como una perra sin amo?


Carmela se mordió el labio inferior, costumbre que arrastraba desde la infancia y que le había producido un callo entre la comisura izquierda y el labio. Para disimular la rugosa y áspera piel, se pintaba un lunar marrón.
-He tenido amos, pongamos que media docena en treinta años, pero ahora me he asilvestrado. Prefiero la libertad a la apacible vida doméstica. Soy una fiera que nada tiene que ver con la pinta de yorkshire que, perdona que te lo diga, tienes tú. Muerdo si me provocan, así que ándate con tiento.
-Antes fuimos amigas ¿o no?
Carmela echó un sorbo a su orujo de hierbas, aspiró el humo del cigarrillo mal liado y hecho de restos de otros que encontraba tirados, entrecerró los ojos, al estilo de Joseph Cotten en Duelo al sol, con quien compartía un parecido físico asombroso, pero en versión femenina.
-Amigas he tenido pocas y tú no eres una de ellas.
-¡Cómo me dices eso! si juntas recorrimos media Europa en auto stop en el año 1973 ¿Es que no tienes memoria? Tú y yo nos peleamos en Verona por culpa de aquel desgraciado, ya no recuerdo ni su nombre.
Otro sorbo de orujo y la mirada de Carmela se encendió como si le hubieran prendido fuego con una antorcha de rastrojos secos.
-¡No fue en Verona! Nos despedimos en la estación de tren de Bolzano, y yo me fui con él, desde entonces tú y yo - cruzó los dedos índice y corazón de la mano derecha, los besó y luego se llevó el cigarrillo a medio consumir a los labios- no nos hemos vuelto a coincidir. Mejor, tampoco tenía ganas de verte ni en pintura, para que lo sepas: me caes gorda, tú, como te llames.
-Me apena oírte decir eso, después de lo que hemos pasado juntas... pero te perdono, estás enferma.
-Ja, ja , me parto de risa –Intentó que pareciera una carcajada sarcástica, pero solo le salió una sucesión de gemidos roncos e indescifrables. Tres ingleses que bebían cerveza sentados en el bordillo de la acera, dejaron de hablar entre ellos para dirigir la mirada hacia las dos mujeres.
-Vete y deja de darme la tabarra.
-Soy Dora, sé que me recuerdas: fuimos amigas en la infancia y casi toda la juventud, siempre nos hemos tenido cariño y ahora he venido a llevarte conmigo, aquí no puedes estar.Con un gesto, Dora avisó a los dos hombres de emergencias sanitarias que esperaban de pie, junto al banco del paseo, para que cogieran a Carmela en volandas y la metieran en la ambulancia. Para asombro de todos no se resistió, con mansedumbre se dejó caer en la camilla y lamió las manos del enfermero.
-¿Lo ves? Soy perra silvestre pero bien educada, se reconocer al buen amo con sólo mirarle a los ojos y éste lo es.
-Sí, es verdad, ése hombre será un buen amo para ti
.
Poco después de que la ambulancia se perdiera de vista con Carmela dentro para ser ingresada en un hospital, Dora cogió el carrito de niño lleno de bolsas repletas de ropa y revistas viejas que eran las pertenencias de Carmela. Con paso apresurado se acercó hasta el contenedor de la basura, revisó las bolsas que al abrirlas olían a comida podrida; en la tercera encontró lo que buscaba. En la bolsa del Corte Inglés había un buen fajo de billetes, los ahorros y las pensiones de invalidez de los últimos cinco años de Carmela. Trabajar en los servicios sociales le había parecido a Dora una humillación, un trabajo muy por debajo de sus capacidades, sin embargo, reconocer a Carmela en la indigente loca del barrio, había sido providencial para las dos y un premio a su trabajo, sonrió y reflexionó mientras se dirigía a su casa, sobre los extraños caminos de la vida: mira que quién me iba a decir a mí, que esa idiota alcoholizada que me robó hace treinta años a Fernando, fuera la benefactora que necesitaba para jubilarme a los sesenta. Quien la hace la paga, gracias a Dios. 

Ilustraciones Agence Eureka

domingo, 18 de octubre de 2009



El siglo XV inicia la edad moderna, la de los descubrimientos geográficos, los avances técnicos y científicos que abren camino para el despliegue del humanismo y el renacimiento con la variada y asombrosa actividad de personajes que buscan el conocimiento, propagándolo a través de sus obras. En el año 1384 nació Enrique de Villena, noble español nieto de Enrique II de Castilla, un personaje de vida errática y desgraciada, pionero del mundo que empezaba a surgir de las tinieblas medievales. Fue tenido por nigromante y brujo, a su muerte en 1434 casi todas sus obras fueron quemadas, preservándose sólo algunos tratados, entre ellos el Tratado de la lepra y el de la fascinación, éste último dedicado al estudio de las supersticiones, en concreto del llamado "mal de ojo" que enseña a detectar el hechizo y los modos de liberarse de esa maldición mediante precisos rituales que explica con prolijidad en dicho tratado. De Enrique de Villena se sabe que fue el primer traductor de la Eneida y de la Divina Comedia, asimismo, escribió un manual del arte de bien Trovar en el que exponía las reglas de la métrica, la sintaxis y los secretos de la pronunciación de las distintas letras del alfabeto. Sus tratados fueron la respuestas a las preguntas que le hacían sus múltiples admiradores, cristianos, judíos y musulmanes. Escribió en catalán Los dotze treballs de Hèrcules por encargo de un caballero valenciano, un relato del descenso a los infiernos como paso previo para alcanzar el conocimiento místico de la Divinidad.

Grabados Fábulas Esopo y Tratado de Cosmografía.
Digital Collections Library of Congress. USA.

jueves, 8 de octubre de 2009




"Cada hombre está eternamente obligado, en el curso de su breve vida, a elegir entre la esperanza infatigable y la prudente falta de esperanza, entre las delicias del caos y las de la estabilidad"

Con esta frase de las Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar, Pili inició la dedicatoria de un manual de micología que pensaba regalarle a Evaristo, un guarda jurado que prestaba sus servicios en la empresa donde ella se ganaba la vida como ejecutiva comercial. Desde hacía varios meses, Pili pasaba un cuarto de hora todas las mañanas con Evaristo. Le sirvió de excusa que la máquina de café del vestíbulo sacaba un café más sabroso que el de la máquina que le correspondía, en la cuarta planta. Casi dos horas y media pasaba durante la semanas con Evaristo. Calculaba que habían estado juntos dos días enteros sin interrupción, hablaban de setas y de los mejores bosques para encontrarlas. Conocer a ese hombre con rostro de criminal antiguo, la había cambiado. Cuando le miraba mientras tomaba el café junto a su garita, veía el reflejo del pasado, de una existencia turbulenta. Las arrugas profundas y verticales, dividían sus mejillas, como si fueran meridianos terrestres. Estaba loca por él. Le provocaba palpitaciones imaginar la tosquedad de esos dedos en la piel de su vientre.
Cuando hacía la compra semanal, Pili pasaba por el pasillo de conservas adrede, se detenía en las latas de lactarius deliciosus en trozos o enteros, porque le recordaban a él. Suspiraba mientras recordaba la última conversación, aquella misma mañana
El guarda jurado tenía una sabiduría pasada de moda, preñada de palabras que parecían inventadas o más propias de un micólogo puntilloso que de un guarda con licencia de armas.
-Humm, qué interesante así que esa seta brota de esclotico… perdona, pero es que no se me queda ningún nombre, son tan enrevesados.
Evaristo había sonreído, con indulgencia. Sostenía la guía con delicadeza, pasaba las láminas coloreadas con precaución para no romperlas. No le importaba que Pili no distinguiera apenas un champiñón de un cantherellus. Sentía la misma emoción por ella, incluso más, que cuando descubría el sombrero respingón de una canocybe filanis, su hongo preferido.
-Que es un carpóforo que brota de un esclerocio, es bien fácil, mujer.

-¡Qué bonito es y cuánto sabes!
Pili aspiraba a pasar el resto de su vida con el guarda jurado, por eso en su dedicatoria quiso dar buena impresión al usar la frase de un libro que no había leído, se lo había recomendado, con efusión, una amiga que trabajaba en la FNAC. Rubricó la frase de las Memorias de Adriano con otra de su cosecha:
Para que nuestras esporas florezcan en el árbol de la amistad o... del amor. 

Evaristo le agradeció el regalo con un beso en las mejillas, titubeante y con intención de acercarse a los labios que Pili le ofrecía, pero no hubo tiempo de mayor acercamiento, porque el libro cayó al suelo, y el ruido les sobresaltó.
Al día siguiente Evaristo le entregó una postal con la foto de un bosque de hayas de Irati en la que había escrito con caligrafía borrosa e insegura: 
Hasta ahora he sido un claviceps purpurea, a partir de ahora seremos un collybia Fusipes.

viernes, 2 de octubre de 2009




En la corte de cierto emperador, cuyo nombre y año subió al trono omitiré, vivió una dama que aún sin pertenecer a los rangos superiores de la nobleza, había cautivado a su señor hasta convertirse en su favorita indiscutida.
El fragmento pertenece al Libro de Genji, novela escrita por Murasaki Shikibu, una mujer que vivió entre los años 980 y 1050 d.c ;relata la vida cortesana en dicho período y es considerada la primera novela, precursora de Tirant lo blanc, El Quijote - la similitud del arranque es asombrosa- y del resto de novelas europeas escritas cinco o seis siglos más tarde.
En 54 capítulos Murasaki Shikibu nos cuenta la vida amorosa el príncipe Genji, el hijo guapo y seductor del emperador, el trasiego de cartas y notas entre las distintas y variadas conquistas amorosas de Genji sirve para que el lector conozca la vida cortesana de éste período. En el circulo del emperador la vida transcurría pendiente de los placeres y el refinamiento cultural con el que se entretenían apenas unos millares de personas de la corte imperial. Las penalidades de los súbditos les eran desconocidas, entre otras cosas porque la gente sin rango era despreciada por considerarlas no humanos. En ése mundo etéreo de emociones Shikibu mostraba la sensibilidad de Genji en el siguiente poema : De esta vida tan frágil como la crisálida de una cigarra, estaba ya cansado, cuando me llegó vuestro mensaje y me dio aliento para volver a vivir.
Las misivas amorosas estaban escritas en Tanka, poemas precursores del haiku; Shikibu nos da cuenta de la tristeza de Genji, que gozaba de bellas y sofisticadas favoritas, porque la mujer que desea, Fujitsubo, cortesana que habitaba en el jardín de las glicinas, nunca será suya.

Grabados japoneses, ilustración del Libro de Genji. s. XIII
Ilustración leyenda de Kitamo Tenjín.
Museo Nacional de Tokio.