domingo, 16 de febrero de 2020

Dies Irae


                                                            
Detalle El triunfo de la muerte, Giacomo Borlone de Buschis, 1485



Cuando suceden hechos inesperados, los que obligan a cambiar nuestras rutinas y tuercen  planes y previsiones, la vida deja de ser un sobrentendido. No sabemos qué pasará mañana, lo cierto es que nunca sabemos que ocurrirá al día siguiente, pero el paso de los días sin alteración,  provoca  la ilusión de que gobernamos en nuestro tiempo.  Hasta que ocurre un hecho fortuito y todo se va al garete, la agenda queda convertida en un cuaderno de ejercicios que carece de otro sentido que no sea el sentimental.   

Estos días de epidemia en China, recuento de contagiados, enfermos y muertos, de cuarentenas de  país militarizado, de vídeos que muestran un paisaje de pesadilla enmascarada, me pregunto cuánto de verdad hay en todo lo que nos enseñan.  Y si llega hasta aquí con semejante virulencia,  ¿cómo reaccionaremos?  
   
Desconfío de las cifras, desconfío de los síntomas,  desconfío de las teorías conspiranoicas y vuelvo la mirada a las otras pestes que asolaron esta parte del mundo.

Entre  1348 y 1444, en dos oleadas de la denominada peste negra, disminuyó la población europea en un 20 por ciento. Tal fue el promedio, pero en algunas zonas, por ejemplo L’Ille de France, la población disminuyó un 50 por ciento. En la Corona de Aragón,  la reducción fue del   37 por ciento. 

Las consecuencias las imaginamos, pero sobre todo las conocemos porque quedan documentos, registros y crónicas: hambrunas, desaparición de circuitos comerciales, crisis económica y territorios despoblados. Hubo otras pestes, cólera, tifus,  gripe de 1918, tuberculosis y tantas a lo largo de los siglos,  porque  por  mucho que pensemos que hoy es más fácil librarse de los virus y las bacterias, que la medicina y la tecnología aliadas pueden  salvarnos, lo cierto es que pueden poco. La muerte provocada por  persistentes organismos vivos, con capacidad para reproducirse y adaptarse demuestra que estamos indefensos y que ni siquiera sabemos el alcance que tendrán el presente virus y sus descendientes.

Agarrada al estoicismo, contemplo como la vida sigue un curso incontrolable y me consuelo con las lecturas que ayudan a entender la fragilidad de la vida, pero también nos acercan a la enorme generosidad de tantos  que en circunstancias como la actual, pierden la propia vida por salvar otras.

En La peste, de Albert Camus hay un personaje central, el Dr. Rieux, quien alerta de la peste a las autoridades cuando observa, primero cadáveres de ratas y luego de vecinos. Como pasa siempre, los políticos van por detrás de la realidad, primero niegan, luego,  ante la evidencia, acepta los hechos (o los recrean a su conveniencia).

Nuestro Dr. Rieux intenta, con sus escasos medios, contener la peste. En su crónica nos describe cómo avanza la muerte, las reacciones ante la cuarentena en la ciudad; los remedios y  supersticiones de los vecinos y las actitudes frente al mal acechante.

Albert Camus destaca al personaje del médico por su  voluntad ética y por creer, como escribe al final de su crónica, que los seres humanos somos más dignos de admiración que de desprecio.

Hoy, día 16 de febrero de 2020, aún no sabemos si este virus será en el resto del planeta como una gripe con un pico más alto de muertes o conducirá a una pandemia de proporciones devastadoras.  

En China, la peste ha demostrado que hay muchos  Dr. Rieux, gente que arriesga sus vidas para salvar otras. Albert Camus escribió que la enfermedad activa  la palanca de la decencia  y de la generosidad entre personas a las que no une ningún vínculo, y yo añado que ante las grandes catástrofes la bondad aparece, como también el pillaje y la mezquindad, pero un acto de amor tiene un efecto más  expansivo y multiplicador que  el mal campando a sus anchas.