jueves, 21 de febrero de 2013

Allegro sostenido I


 
Man Marko. Yellow Ladder.
 
Existe un elemento liberador  que ilumina la vida y  no es otro que el  humorismo,  cuyo significado nos lleva de la mano a ese equilibrio que hermana el bienestar emocional y físico.
En primer lugar es necesario que sintamos que los seres humanos, nuestros semejantes,  son gente, en el fondo, agradables y  si fueran antipáticos,  juzgarles con indulgencia.  Algo habrá si rebuscamos para que podamos tolerarlos, al menos  dos minutos.   La capacidad para reírse y ver la dimensión cómica en cualquier situación,  y no  es lo mismo que burlarse de quien sufre,  nos pone en la senda correcta de lo que somos, todos sin excepción:   individuos maltrechos en busca de una mano amiga.
Estas palabras vienen a cuento de dos libros que he releído sobre  la naturaleza humana,  en su  faceta de exquisito cenutrio. Y es que a la luz de los  primeros lustros del siglo  XXI, comprobamos un día tras otro, que  los más zoquetes alcanzan un poderío asombroso, toman decisiones que afectan a millones de personas  y  son, aquí viene el humorismo, tipos  que hablan con una solemnidad  apabullante de sí mismos y de las muy acertadas visiones sobre cómo  ha de gobernarse la sociedad. Individuos  pierdonodoyuna, recalcitrantes y con un optimismo demente sobre sus cualidades personales.    
Wilkintie. Merijn Hoss

El primer Libro es el del economista, Carlo M.Cipolla: Allegro ma non troppo.  Inicia su  manual sobre  las leyes de la estupidez humana, con un repaso sobre el auge y caída de la civilización occidental. Empieza por la descripción del fin del imperio Romano. Cita la teoría, entre otras, de que fue la contaminación general por plomo la causa del desmoronamiento. Plomo en los recipientes para cocina, en las tuberías, cosméticos y colorantes.  En particular, la ciudad de Ravena, sede del imperio de Oriente  en Italia, se llevó la palma. Cuenta el historiador romano  Sidonio Apolinar: en Ravena los muros se desploman, las aguas cesan de fluir, las torres ceden, las naves encallan, los ladrones vigilan  y los  guardianes duermen. La baja tasa de natalidad y la alta tasa de mortalidad  durante años fueron culpables de la decadencia romana, sin una élite política ni cultural el Imperio se autodestruyó.
Y después vino la Edad Media y el  comercio de especias, con una clara favorita: la pimienta  por sus cualidades  euforizantes, y no solo por ser condimento culinario. Y en fin, ya sabemos  que después de unas cuantas epidemias, revoluciones, guerras, crisis económicas  y reformas chapuceras hemos llegado hasta hoy.  ¿Y cómo estamos?  Cipolla apunta que los florentinos se hicieron renacentistas por despecho,  decepcionados ante el impago de los ingleses que se   declararon en  bancarrota en 1340 y dejaron de pagar sus deudas.  Si ya no existía seguridad jurídica para el cobro de los préstamos,  era preferible abandonar las actividades financieras para dedicarse a las bellas artes, con los resultados gloriosos que conocemos.
Después del repaso breve sobre la inevitabilidad de la desgracia humana, por nuestra mala cabeza,  Cipolla se dedica a analizar, de manera constructiva,  las razones por las que  siempre tropezamos con la misma piedra. Descubre el bicho, una  fuerza colosal y oscura que impide alcanzar  el bienestar general, prolongado en el tiempo,  y  que tiene un nombre conocido: la estupidez.
          
Desarrolla las cinco leyes fundamentales de la estupidez humana, con profusión de demostraciones matemáticas sobre la ineluctable proporción de estúpidos, sea cual sea el origen social, étnico, religioso y económico. Toma, como ejemplo para defender su teoría,   las universidades,  categoriza cuatro estamentos: bedeles, administrativos, alumnos y profesores.  Nos explica que la Naturaleza  es implacable y  no se deja   domeñar por simplezas como el origen modesto de los bedeles y su escasa instrucción; tampoco se amilana ante catedráticos de reconocido prestigio. Todas las categorías tiene el mismo porcentaje de estúpidos. La hipótesis es demoledora, y se nos abren las carnes cuando  demuestra que, entre los premios nobeles, también hay estúpidos en la misma proporción que entre los afiladores de cuchillos.
Necesitamos saber en qué consiste esa lacra purulenta, culpable de que las sociedades humanas seamos como la yenka, aquel baile en el que se daba un  paso  adelante y otro atrás. ¿O era Lenin quien  postulaba  avanzar  para retroceder?  
Estúpida: dícese de persona  que causa un daño a otra o a un grupo humano sin obtener  al mismo tiempo un provecho para sí.
Continuará.