lunes, 20 de abril de 2020

El Regreso





Peter Gric, ciudad apocalíptica



Ayer, día 37 de confinamiento, volvió a casa Maripuri. Tenía un aspecto excelente, le lucía el pelo como nunca, pero ya no ladraba con la misma alegría de antes. Después de una inspección detenida, mi vecina aceptó que, dónde fuera que hubiera estado las últimas semanas, lo habían tratado muy bien. Sin embargo, algo se había roto entre ellos. Los celos entraron en juego, mi vecina se sentía despechada, recelaba de las caricias de Maripuri y ya no lo quería en casa.



Ya no lo quiero, seguro que estará mejor contigo, total, mira qué poco ha sufrido, si no parece el mismo. Lo es, fíjate en la oreja, no creo que existan dos perros con una oreja cortada al bies con esa misma inclinación. No me importa, he descubierto que vivir sola es mejor que vivir con perro. No echo en falta salir a la calle, además, con estas pintas, ni me atrevo a poner los pies fuera del felpudo de la entrada. ¡Anda, quédate al perro!


Con ese sentido tan desarrollado para detectar emociones, Maripuri se acercó a mis pies y se sentó sobre ellos.  


De acuerdo, me lo quedo, pero solo hasta que se levante el estado de alerta y podamos volver a salir. No pienso salir nunca más de casa.  ¡Qué dices, no me lo creo! ¿Es por el disgusto? A ti lo que te ha fastidiado es que Maripuri no haya vuelto despeluchado y enflaquecido, con las patitas sangrantes después de una larga travesía de vuelta a casa, o sea, una tragedia perruna. Acepta que lo más probable es que alguien lo recogió, lo tuvo a su lado y lo ha dejado en tu puerta cuando ya se ha cansado o no ha podido cuidarlo. A lo mejor era un enfermo de covid-19 ¿Qué crees que me chupo el dedo? Seguro que estaba en la casa de un vírico. Y yo no quiero contagiarme, soy todavía muy joven y he descubierto grandes verdades en este encierro. ¡Por favor! No eres tan joven, rozas los cincuenta y esa poca compasión por el animalito dice mal de ti. Se nota que te has vuelto muy egoísta, últimamente no te veo salir a la ventana a aplaudir. Ni me verás, ya no creo en los aplausos, ya no creo en casi nada, y nunca más pondré los pies en la calle. ¿Y se puede saber en qué crees ahora? En la insurgencia, en la resistencia, el covid es el pretexto, pero en el fondo lo que se oculta es un objetivo maléfico de magnitud planetaria.


Esta  conversación tenía lugar en el rellano de la escalera, como es natural, los vecinos de los otros dos pisos, escuchaban nuestra conversación detrás de la puerta. De vez en cuando, Maripuri levantaba su cabeza para mirarme y yo le decía: guapo perrito. No fuera que pensara que tenía intención de desentenderme de él, como su ama.


Insurgencia, resistencia, palabras que en boca de mi vecina sonaban a invocación diabólica.Una notaria tan formal, tan conformista, de pronto, bueno, de pronto, no, en 37 días se había convertido en una rebelde contra el Estado, contra todo.


Poca insurgencia vas a practicar si no sales de casa, además ya me explicarás de que vas a vivir.  Tú también eres una borrega, así que no merece la pena que te explique nada. Seguid creyendo en la versión oficial ¡tontos útiles!


Las dos últimas palabras las dijo a gritos, para que la oyera media escalera de vecinos. A continuación cerró la puerta. Y aquí estoy, con Maripuri en mi regazo, sentada en el sofá y sin ganas de aplaudir. ¿Será que me ha contagiado la insurgencia? ¿Tendrá razón mi vecina y estamos viviendo una conspiración planetaria con una finalidad perversa?  Maripuri, como si siguiera el hilo de mis dudas y quisiera decirme algo, bostezó. Juraría que su oreja cortada  emitió un bip bip, parecido al aviso de llegada de mensaje en el móvil.