domingo, 28 de febrero de 2010

Impulso lector




No sabía Bita (Benedicta)  que la lectura le proporcionaría tantos beneficios  estéticos, porque si lo  hubiera sabido antes, cuánta pasta y sinsabores se habría ahorrado. A Bita, ingeniera agrónoma de profesión, en la actualidad desempleada, la lectura por placer, sin utilidad  ni beneficio inmediato, le pareció siempre una pérdida de tiempo que sólo podían permitirse los ociosos adinerados, o simplemente los vagos. 
Es bien sabido que en la vida, los principios y las certezas que han dirigido nuestros actos, un día cualquiera se esfuman para demostrarnos qué equivocados estábamos y, lo que es peor, para reírse de nosotros, por pánfilos y cretinos.
El día D de Bita ocurrió un 25 de febrero, la hora H no podía ser otra que las cinco y el lugar un Carrefour cualquiera,  sin  titubeos  compró un libro, el primero que palpó su mano, sacado de un  cajón de todo a 1 euro. Le gustó  por el color de la portada,  amarillo y rojo y porque era pequeño y quedaría perfecto para calzar la mesa de la cocina.

En cuanto llegó a casa, el libro fue a parar debajo de la pata coja de la mesa, Bita observó que, si bien la mesa había dejado de cimbrearse, persistía un ligero temblor en cuanto  le ponía la mano encima. Dispuesta a sacar provecho del  euro gastado, tomó el libro y  calculó  cuántas páginas debería arrancar para que la cuña fuera de provecho. La mutilación alcanzaba hasta la página 274. Ese acto fue su perdición: arrancó de cuajo  las cuarenta y cinco  páginas sobrantes y, en vez de echarlas a la basura, los ojos se le fueron al  siguiente párrafo, que leyó en voz alta: el poeta como un gallo fogoso  parece batir  las alas para prepararse al estallido de la supuesta inspiración. Pensó que esa frase era una estupidez, pero continuó leyendo, de pie, en la cocina, sin entender de qué iba esa rara y absurda historia,  un impulso, que parecía venido del más allá, le despertó la curiosidad y quiso empezar desde el principio la novela o lo que fueran  ese conjunto de hojas impresas; descalzó la mesa para recuperar el resto del libro, como si fuera víctima de un hipnotizador  invisible, se fue con el libro a la bicicleta estática, pedaleó durante una decenade kilómetros mientras leía palabras y mas palabras de una trama incomprensible. Al final de la última frase de la página 274   leyó Vinogradus, como si fuera su fin de etapa  después de atravesar el Tourmalet un mediodía de julio, se echó al suelo, sudorosa y con el corazón palpitante, besaba el libro, reía  y lloraba al mismo tiempo, entre lágrimas y mocos se decía a si misma: 

¿Te das cuenta, Bita?  diez kilómetros, que se dice pronto, y un kilo menos de grasa.  ¡Dios Santo! con este libro incomprensible  voy a conseguir una silueta de sílfide.  

domingo, 21 de febrero de 2010

Los labios de la sabiduría permanecen cerrados, excepto para los oídos que pueden entender, la frase  pertenece al libro El Kibalión, un librito, manual  teosófico o catálogo de principios esotéricos, que fue publicado  a finales del diecinueve por autor anónimo. El caso es que, según dicho texto, la doctrina que contiene será entendida y sus conocimientos darán fruto a quienes estén en condiciones de recibir sus enseñanzas y, por lo tanto, sólo los que  posean ciertas condiciones mentales se verán atraídos  por su lectura.  Hasta hace pocos días no sabía de su existencia, fue la anécdota que explicaba un lector, Manu, a propósito de mi último post, quien me llevó a la búsqueda de la cita sobre la sabiduría dirigida a un restringido grupo de personas. Encontré varias versiones de El kibalión,  he leído algunas de sus páginas en las que figuran  axiomas Herméticos que conducirán al adepto al  dominio de las leyes físicas.
Es asombroso comprobar cómo en estos últimos años,  han convertido en bestsellers libros que han copiado  con exactitud, no sólo el espíritu, sino también la letra  de El Kibalión: sietes principios que son el secreto para conseguir cualquier deseo por más estrambótico e inverosímil  que sea.
Tras toda esa infame  producción libresca actual, milagrera y de crecepelo, permanecen ocultos tratados y manuales, en general  nacidos durante la Edad Media y el Renacimiento que intentan conciliar la filosófia, las ciencias naturales, la religión y ritos paganos en  un intento de comprender e interpretar las leyes de la naturaleza, en general  con la pretensión de gobernarla y de obtener beneficios personales. Me parece muy sensata la recomendación de  Limojon de Saint Didier en su libro "Le Triumph Hermetique" publicado en 1699, que aconseja:  estamos ya sobradamente convencidos de que existe  ya una demasía de libros que tratan sobre la filosofia hermética, y de que al menos que se quiera hablar de esta ciencia claramente, sin equívocos ni alegorías, cosa que ningún sabio hará jamás,  valdria mucho más guardar silencio que llenar el mundo de nuevas obras  más propicias a turbar el espíritu...
       
                      
Fragmentos de manuscrito de Ramón Llull. Arxiu Corona D´ Aragó y  Universitat de Barcelona.
Fausto o El alquimista. 1652,  Rembrandt. 

sábado, 13 de febrero de 2010

La buena dirección


      Placa del Pioneer, un mensaje para civilizaciones extraterrestres.


En la playa de la isla se acumulaba la basura dejada por la marea  baja, entre los restos de plásticos, ruedas de coches y una trona en la que se adivinaba el resto de pintura azul, había una botella de gaseosa con el tapón oxidado y dentro de ella un trozo de papel. 
El mensaje de la botella fue echado al mar en el pueblo de Pobra do Caramiñal, Galicia,  el 5  de agosto de 1964, lo firmaba Francisca Pousa. Decía así: 

A quien pueda interesar: tengo dieciséis años, soy bien parecida y busco  un novio extranjero para casarme y tener hijos, me gustaría que fuera americano. El que quiera ser mi novio  que me escriba a la siguiente dirección: calle Lombiña, 16, bajos. Prometo contestar. 

En el papel cuadriculado, una hoja arrancada de un cuaderno escolar y debajo de la firma, la autora del mensaje había pegado una foto recortada. Su propia foto, en la que se apreciaba la timidez adolescente en la sonrisa apenas dibujada en el rostro enmarcado por una melena oscura, repeinada con artificio para disimular las orondas mejillas.

El 7 de octubre de 2009, en la playa de Osprey de la Isla Gran Turca, William  J. Pertierra, de sesenta y tres años, paseaba a Max, su perro mil leches recogido diez años antes frente a la Iglesia de Santa Maria, en Cockburn Town,  donde lo había visto rondando durante días en busca de amo. Le impuso al perro el nombre de Max por el personaje de Luces de Bohemia, obra escrita por su  paisano Valle Inclán.

El tapón de la botella estaba tan soldado al vidrio que no hubo más remedio que romper la botella con una piedra; la hoja de papel doblada en cuatro pliegues, amarilla y quemada en los bordes, conservaba la caligrafia redondilla y la foto intacta de Francisca.  Durante unos momentos, William J. miró al  horizonte despejado en el que se veían los primeros barcos del día llenos de turistas, luego  miró de nuevo  la foto y la firma, se mojó los labios y besó, un poco mareado por la emoción,  el trozo de papel.
-Max, ven aquí. Hay Dios o Diablo ahí arriba que se burla de nosotros. 
El perro lamió la mano temblorosa del amo que se derrumbó sobre la arena, incrédulo y maravillado de tener entre sus manos el mensaje de su antigua vecina y  primer amor de juventud.       

domingo, 7 de febrero de 2010

En la corta historia del Alpinismo, apenas dos siglos, el relato de los primeros hombres y mujeres que se aventuraron a trepar hasta las cimas de las montañas, provoca admiración y espanto; lo segundo por la temeraria valentía con la que se atrevieron a subir los picos de los Alpes y Pirineos y lo primero por la vestimenta de bombachos y americanas, las botas claveteadas y las gorrillas que  poco protegerían a quienes alcanzaron el Mattherhorn, el Aneto o el Montblanc; y sin embargo lo hicieron, y algunos incluso sobrevivieron y repitieron muchas veces durante toda su longeva vida, como es el caso de algunos guías legendarios.
Me encanta  la literatura de montaña de principios y mediados del siglo XX,  hay mucho romanticismo y también un halo de candidez en los perfiles de los protagonistas, por ejemplo en  las novelas de R. Frisson-Roche: Regreso a la Montaña  o el Primero de la cuerda. La descripción de las ascensiones tiene, en muchas ocasiones, un carácter épico individual, en el que importa más que el desafío y la consecución del objetivo la emoción que proporciona la naturaleza.  El autor ponía en boca de Armand de la Bolla Nere, personaje de la novela Regreso a la montaña, estas palabras: " sentíase alegre sencillamente por existir y por amar lo que amaba: la pureza de la mañana, el paisaje invariable..."             
             
Foto del libro Les Aiguilles de Chamonix de Henri Isselin. Ed. Arthaud, 1961