Hace unos días alguien que conoce a fondo, al menos así me lo parece, la influencia y el futuro de esta hiperrealidad construida por internet en apenas treinta años, me avanzó que muy pronto todos los humanos seremos ángeles. ¿Cómo? ¿Ángeles?
¿Nosotros convertidos en seres descarnados en vuelo rasante de aquí para allá?
Me gustaría que fuera verdad, la versión actualizada de los ángeles benéficos, aquellos imaginados por Dionisio Areopagita en el siglo V, quien quiso convertir los dáimones platónicos en mensajeros de la divinidad deseosos de ayudar a los descarriados y dolientes humanos.
Mi fuente fidedigna me corrigió: no ese tipo de ángeles con alas y belleza sobrenatural; seremos un holograma, una visión desmaterializada de lo que hoy somos, o de lo que fuimos ayer, elegiremos con qué imagen nos quedamos para socializar con otros como nosotros, mientras nuestro cuerpo será destruido y solo se conservará la información neuronal para vincularla a la imagen tridimensional.
Esta predicción descabellada me pareció una broma, claro que estaba ante alguien que dirige una investigación de primer nivel en Inteligencia Artificial, un ateo con mucho sentido del humor y que tiene la facultad de enmudecer a las ignorantes como yo. Así que el plazo no será muy largo, en quince o veinte años, sino antes, la humanidad en su versión biológica desaparecerá, es la consecuencia lógica si queremos que la especie humana evolucione. Habrá una extinción de todo ser vivo, quedará el planeta devastado, como Marte, ya no necesitaremos ni oxígeno, ni alimentos, ni nada de lo que ahora es tan necesario para vivir.
¿Y este apocalipsis quién lo ha decidido? A ti te lo voy a decir, me ha contestado. O sea, que no sé si me estaba tomando el pelo. Los argumentos para llegar al exterminio biológico programado son dos.
El primero, que la humanidad está en un bucle histórico donde se suceden guerras, hambrunas y conflictos territoriales aniquiladores. Si no se corta de cuajo este ciclo diabólico, también nos aniquilaremos sin remedio entre sufrimientos inútiles, eliminando la posibilidad de evolución de la actual humanidad.
El segundo, que toda especie inteligente alcanza su mayor evolución cuando supera la fase biológica para convertirse en inmortal, en un proceso de perfeccionamiento tecnológico. No nacerán nuevos humanos, los que habiten la Tierra en el momento de transición alcanzarán nuevas versiones de sí mismos, cada vez mejores, destinadas a poblar el Cosmos desde su naturaleza incorpórea.
Esta conversación, a la que no he dejado de darle vueltas, tiene visos de no ser una invención para pasar la sobremesa de un domingo. Me imagino un próximo futuro donde todos los que hoy habitamos este planeta, nos relacionaremos en un infinito mundo de recreaciones de cuando éramos de carne y hueso, acogidos en una Tierra habitable. Todo será gozo y sabiduría, y de vez en cuando un impulso eléctrico nos llevará a aquella playa, al verano donde dimos el primer beso a aquel chico tan simpático del que hoy no recordamos ni su nombre.