domingo, 26 de julio de 2009

Pito




Cantar mal y bailar peor y ni así conseguía perder la simpatía del público.
-Es mi sino, me he ganado la vida trabajando en oficios para los que no tenía ni habilidad ni gusto por aprender. Quién me iba a decir que con esa poca gracia  que Dios me ha dado, ganaría más cuartos que cuando era panadero.
-Eres un sieso con suerte.
-No te digo que no
En la playa de la Mar Bella, Pito clavó los mosquetones en la arena y extendió la tela amarilla, la sombra proporcionada por el cuadrado dorado le sirvió para instalar el radiocasete y sus discos viejos sobre la esterilla, sin indicación de venta, por si se presentaba la policía y los requisaba. Alineaba media docena de discos antiguos frente al aparato de música y a continuación lo encendía a todo volumen para bailar la música de los años sesenta y cincuenta. A los bañista les gustaba escuchar sapore di mare o cualquier otra melodía archifamosa, como un rumor pretérito que endulzaba los recuerdos y atraía una nostalgia de quita y pon. La emoción tenía un precio y la lástima añadía una propina. ¿Quién podía resistirse a los movimientos sinuosos, lentos y torpes de Pito cuando imitaba a Umma Thurman, en Pulp Fiction, en el baile de la canción de Chuck Berry  You never can tell.  
Nadie mayor de sesenta años, público mayoritario en esa playa, era indiferente al cuerpo casi desnudo, tan enjuto, tostado y envejecido que podría pasar por una momia egipcia resucitada a la vida. Desde las once de la mañana a las cinco de la tarde en julio y agosto, Pito podía sacar una ganancia diaria de treinta o cuarenta euros. El de la caseta de los helados, a pocos metros del escenario amarillo le regalaba un polo de limón cada dos horas.

-Anda, chupa y refréscate, que cualquier día vas a acabar hecho un tasajo.
-Tasajo, pero útil a la sociedad.
-¿Y no te cansas de moverte así, durante horas? Pareces una lagartija.

-Prefiero esto a estar como tú, metido en esa caseta de perro, criando grasa y culo. Además, mis fans me quieren, vienen a esta playa por mí. Tú también te beneficias.
-Ya, pero eres tan antiguo y te repites tanto..
-¿Y para qué cambiar? A la gente le gusta recordar siempre lo mismo y yo les doy la banda sonora y ellos hacen el resto.
Pito se ajustó la gorra roja de beisbol con la inscripción Ballantine´s sobre la visera e inicio una vez más el movimiento lento y tembloroso de su brazo derecho, con la mano abierta en tijera en un recorrido indeciso frente a sus ojos entornados. A pocos metros,  la Guardia Urbana aparcó el coche patrulla, dispuestos a llevarse el radio casete y multar a Pito por contravenir la ordenanza de las actividades prohibidas en las zonas de baño. 


sábado, 18 de julio de 2009





Entre 1892 y 1914 la isla de Ellis en Nueva York recibió, aproximadamente, 10 millones de personas venidos en su mayor parte de Europa. En 1890 se vivió una época de depresión económica que provocó una corriente de animadversión hacia los inmigrantes; se le acusaba de propagar todo tipo de enfermedades y de extender la delincuencia y la pobreza en las ciudades estadounidenses. Las autoridades decidieron que todos los inmigrantes deberían pasar un examen médico para evitar que quienes padecieran enfermedades "aborrecibles y de peligroso contagio o deficiencia mental" entraran en el país. Se aplicó la mayor selección médica conocida hasta el momento, por fortuna no siempre con éxito, muchos inmigrantes enfermos pudieron entrar y empezar una nueva vida solos o con sus familias. Las asociaciones progresistas de apoyo a los inmigrantes y, sobre todo, el fin de la depresión ayudaron a mitigar las inspecciones médicas y favorecer el flujo de inmigración. El cuarenta por ciento de la población estadounidense desciende de aquellos empobrecidos inmigrantes que llegaban a un país desconocido, sin chablar inglés, muchos eran analfabetos, y sin otro patrimonio que los pocos enseres que arrastraban en viejas maletas y sacos atados con cordel.

Archivo histórico fotográfico Isla de Ellis. NYDL

domingo, 12 de julio de 2009

Bel Canto



El repertorio de Dolores era escaso, cuatro piezas selectas: Amami Afredo de La Traviatta, la habanera de Carmen, la romanza de Doña Francisquita y Una furtiva lágrima. El pelo canoso y ensortijado de Dolores tenía el aspecto de una peluca antigua, que le daba un aire muy teatral cuando su boca se abría y forzaba los músculos del cuello mientras cantaba por el humo se sabe donde está el fuego, del humo del cariño nacen lo celos... Sus ojos pequeños, azules y achinados buscaban la aprobación de los espectadores que se detenían en la esquina de la calle del Bisbe. Al principio le daba mucha vergüenza ejercer de artista callejera, pero en cuanto se calentaba y su voz de soprano lírico  alcanzaba el timbre exacto que requería el fragmento elegido, se sentía poderosa dentro de su metro cincuenta y su cuerpo delgado. La tarde era calurosa y tan pegajoso el aire húmedo que subía del puerto que los churretes de sudor le mojaba la frente y anegaba su bigote, jamás depilado. Tres turistas holandeses se detuvieron frente a ella. A Dolores se le escaparon varios quiebros de voz cuando le cayeron en el plato de cerámica, comrado en  Granada, dos euros que le echaron conmovidos por el esfuerzo que le ponía al canto. Una pareja de novios japoneses, dejó cinco euros, que Dolores, sin dejar de cantar, se agachó antes de que volaran para recogerlos y guardarlos en el bolso, colgado en bandolera. Cuando acabó el recital y antes de volver a empezar, calculó que llevaba ganados veinte euros. Bebió agua, sonrió a la mujer anciana que pasaba siempre a la misma hora. Se saludaron ambas con una inclinación respetuosa de la cabeza. Empezó de nuevo, esta vez con Amami Alfredo, pero nadie se detuvo y sin público se sentía ridícula.
Veinte euros era cantidad suficiente para las necesidades del día. Recogió su reproductor de música, guardó el cedé en el bolso y ayudándose de las muletas caminó vacilante hasta la plaza de la catedral, con destino a su habitación de alquiler en la calle Sant Pere més baix.



Portadas. El arte del Teatro, 1906.Madrid
El amigo de la juventud, 1914. Barcelona-
Biblioteca Nacional.

sábado, 4 de julio de 2009




El efecto pigmalión o la profecía autocumplida. Confirmar expectativas y conseguir generar un cambio de comportamiento sobre determinada persona, es la consecuencia de la famosa teoría . ¿Ocurre siempre así? Casi siempre. El sociólogo Merton en 1948 creo la teoría sociológica de la profecía autocumplida: cuando mantenemos una creencia sobre alguien o algo acabamos corroborándola.
Ovidio cuenta que Pigmalion fue un rey de Chipre, contemplaba una estatua de marfil que le pareció blanda, la moldeó según su gusto y casi podía sentir el pulso de sus venas. Pigmalión buscaba la mujer perfecta, creo la estatua y pidio a Afrodita que le insuflara la vida. Afrodita quiso premiar la tozudez e insistencia desesperada de Pigmalión en su búsqueda de la mujer que debía acompañarle el resto de su vida y convirtió a la estatua en una mujer: Galatea. Cuando Pigmalión despertó del sueño, Afrodita le dijo: mereces la felicidad, una felicidad que tú mismo has plasmado. Aquí tienes a la reina que has buscado. Ámala y defiéndela del mal.

El efecto Pigmalión tiene una dramática consecuencia cuando la creencia es negativa. Repetirle a un niño que es torpe provocará que la criatura se comporte como tal, y en todo caso, infligimos un sufrimiento cuando desmerecemos al otro. La buena fe y la creencia en la bondad y en las posibilidades de quienes nos rodean pueden provocar un efecto más duradero y positivo que las leyes dictadas para hacer progresar la humanidad.

Ilustraciones: The arabian nights: their best known tales. 1909. Maxfield Parrish 1879-1926.