-No, déjame,
antes he de resolver esta maldita partida.
Sobre la mesa
de tijera, un periódico doblado por la página de pasatiempos mostraba un
tablero de ajedrez con la partida celebrada en 1984, en Cienfuegos, entre
los maestros internacionales Tatai y Lebredo en una posición muy
comprometida para el cubano, tanto que no pudo impedir la entrada victoriosa de
la dama blanca.
-Deja ya el
jueguecito y ven, es un ultimátum. Mira qué tarde más preciosa y
huele a hierba; podríamos tomar un frankfurt en el chiringuito que hay en la
entrada del parque y luego ir a tomar una copa al Virtudes.
-Que no. No
insistas, además ahora hace frío y luego echan una película en la tele
basada en una novela de Clancy.
Ella se
mordió el labio antes de dar media vuelta y coger el bolso en el que metió las
llaves de casa, y el móvil. Desde la puerta se despidió con una
alegre ¡hasta ahora!
La dama
blanca aspiró con placer y con los ojos entrecerrados, el aire fresco y húmedo
que subía desde el puerto. Podía ir a ciegas hasta el parque, que estaba a una
distancia de cien metros del edificio donde compartía su vida con
el jugador de ajedrez. A medio camino, frente a un paso cebra se
echó de bruces contra el asfalto, con cuidado para no hacerse daño
y a pocos centímetros de un Audi A3 que circulaba con gran lentitud
porque el conductor era vecino de un pueblo de Castellón, aunque
esta circunstancia no justificaba los 10 km por hora. El conductor frenó,
se le secó la boca y salió del coche con las piernas tan temblorosas que apenas
le sostenían.
En un
estado de total laxitud, excepto el brazo derecho que apretaba el bolso contra
su pecho, escuchó con atención la conversación precipitada y tartamudeante del
conductor que intentaba convencer a varios transeúntes de su
inocencia.
-Que se
ha echado encima, que ni la he tocado, mire.. vamos.. si es que
debe ser una loca, una drogada, está el mundo imposible.... No hay
derecho...yo iba tan tranquilo...un día que se me ocurre venir a Barcelona...mecachis.
-Hay que
llamar a la guardia urbana y a los de emergencias médicas.
La dama
blanca entreabrió un poco el párpado de su ojo izquierdo para ver
quién daba las órdenes. Era un hombre negro, lo tenía visto por el
barrio. Mientras acudía más gente con ánimo de pasar un rato entretenido,
intentó ubicar al líder de la reunión, a estas alturas tumultuosa,
cuando la sirena de una ambulancia acalló las conversaciones. ¡Ya
está! Se le encendió la bombilla: es el propietario del
chiringuito del parque, ése donde hacía un rato propuso tomar un
frankfurt. Un enfermero y una doctora le tomaron el pulso y la
tensión.
-¿Qué
hacemos? No hay nada anormal.
-Pues a
urgencias, solo falta que la palme y nos echen la culpa, ya sería para
hacerse el Mata-Hari.
-Querrás
decir el Hara-Kiri- corrigió el enfermero que hacía poco había visto El puente
sobre el rio Kwai
-Lo que tú
digas.
Abrió los
ojos la dama blanca y sonrió a los sanitarios, con trémula y falsa
voz susurró:
-Estoy
bien, sólo un poco mareada, llamen a mi marido aquí -señaló con el dedo el
nombre de la agenda de su teléfono móvil- él se hará cargo de todo.