Casi tres meses duró la visita de Max Aub a España, desde el 23 de agosto de 1969 hasta el cinco de noviembre. Después de treinta años de exilio, se le permitió regresar a fin de que pudiera recabar notas para un trabajo sobre Buñuel. El libro que salió de aquel viaje, después de treinta años de forzoso exilio en México, fue un diario cuyo título es una declaración de principios: La gallina ciega.
Fue publicado en diciembre de 1971, por la editorial mexicana de Joaquín Mortiz. Tengo el ejemplar delante, en su última página informa de que este es el número 1.082 de un total de 3.000 ejemplares.
Leí La gallina ciega en 1974, apenas adolescente. En aquel tiempo, en el que no había otra red social que no fuera el patio del instituto o la plaza del barrio, la gente de mi generación suspirábamos por salir de España, viajar, leer libros prohibidos y no tener que llegar a casa antes de las nueve de la noche. Queríamos que alguien nos contara el porqué de la guerra civil, conocer lo que ocurrió durante los tres abominables años. Y que acabara el régimen de una puñetera vez.
En 1974, un amigo que acababa de llegar de París cargado de libros, entre ellos La gallina ciega, me invitó a leerlo y no sé si me lo regaló o no se lo devolví. En el caso de que fuera lo segundo, le pido disculpas desde este mundo terrenal, porque él ya hace tres años que murió. Confío en su perdón.
De la lectura que hice en aquella época me quedó un recuerdo tan débil que hasta hace unos días hubiera sido incapaz de decir algo más que no fuera: es el diario de un escritor exiliado y de su viaje a España. O sea, nada.
Francisco de Goya. Museo del Prado |
Después de leer el libro de Gregorio Morán: El cura y los mandarines, en especial del capítulo dedicado a Max Aub: una anomalía, recuperé del estante La gallina ciega. Hojas amarillentas y un olor que me trajo el recuerdo de la semana en la que lo llevé conmigo de casa al instituto, para leerlo durante las cinco paradas de metro. Lo forré entonces con papel de diario, una precaución inútil porque a Max Aub no lo conocía casi nadie, tampoco hoy, y ningún peligro corría con el libro en mis manos.
El relato de Gregorio Morán es fidedigno y respetuoso con el escritor, cuenta circunstancias de ese viaje que no aparecen en La gallina ciega, no resta, sino que añade una dimensión profunda a un escritor del que se podría decir que fue un hombre a carta cabal. La lectura de su diario, por segunda vez, me he reafirmado en la idea de que el ser humano en general y el español en particular -aunque no creo que haya diferencias con otras tribus nacionales- siempre busca el sol que más calienta, no hay pudor ni medida cuando se trata de estar cerca del poder. Somos hoy así y mañana seremos asá, según cambien las agujas de reloj social.
Max Aub en su diario se pasma de la indiferencia general al régimen franquista. Observa una sociedad más interesada en el consumo, la modernidad más vulgar y el turismo, que ya entonces llenaba restaurantes y terrazas, que en la cultura y el cambio político. Llega a Barcelona el 23 de agosto y ese mismo día por la noche está en Cadaqués, de la mano de Carmen Balcells. Describe el ambiente festivo y frívolo del pueblo, las conversaciones con unos y otros, la banalidad, cuando no la ignorancia.
Se entrevista con la élite cultural del momento, quienes en esa época eran la crema de la intelectualidad. Merece la pena contemplar ese panorama que tan bien describe para detenerse en sus reflexiones. Incluso apunta una receta de sopa de pescado. Más sabroso resulta leer su encuentro con García Márquez, Carlos Barral, y tantos escritores, poetas, pintores. La gauche divine le saluda, condescendiente y despreocupada.
Alícia en el país de la maravillas. Reina de corazones |