sábado, 18 de julio de 2020

Finales Prácticos


El paso de la laguna de Estigia, Joachim Patinir, 1519



¡Cómo nos gustaría poder planificar nuestra vida y dirigirla con buen tino al instante del apagón definitivo! Finales prácticos es el título de un libro de ajedrez de Paul Keres. El análisis sobre las mejores jugadas de aperturas y medio juego captan el interés de todos los jugadores de ajedrez, sin embargo, el meollo de la vida, que es también un juego, reside en salir bien parado del lance vital. Un bel morir tutta la vida onora, escribió Petrarca.  El perfeccionamiento de las últimas jugadas es fundamental y quien se aturulla, precipita o subestima al contrario, perderá  de la peor manera, con vergüenza y desprecio de todo el esfuerzo anterior. 

La muerte deseada es la que ocurre en el silencio de la casa, cuando todos duermen y una leve brisa -o sin ella- se lleva a quien, hasta ese segundo, dormía. Dormir es también una muerte, en este caso transitoria, se desvanece con  el despertar cuando volvemos a la vida consciente. No sabemos que dormimos mientras  nuestro cuerpo y cerebro permanecen ajenos al mundo material que nos rodea. Este mecanismo que se enciende y apaga todas las noches, nos parece de lo más normal y lo es, pero también es un indicio de que la mente recrea territorios ignotos al margen de nuestra voluntad. 

Los  misterios que rodean la muerte humana son tantos, y lo peor, no existe nadie que pueda dar un testimonio fidedigno de lo que nuestra mente consciente barrunta en el último instante. El gran viaje es un asunto que nos acongoja y del que huimos, sin embargo está tan presente en nuestra vida que me parece una mala idea no indagar ni acercarnos con curiosidad ante el hecho que cierra el ciclo vital. 

Estos meses de encierro, y al que parece volveremos pronto, he buscado en la filosofía, en la ciencia, en la literatura, en al arte, en la calle, una visión comprensiva, abierta y desprovista de prejuicios sobre la muerte, la que viene por causas no violentas, invitada por la enfermedad y la vejez.

En los tiempos de epidemia nuestra vida ha quedado suspendida, algunos viven con mucho temor el contagio, otros desconfían de que se tomen medidas porque perciben poco peligro. Detrás de esta amenaza, y de tantas otras,  la muerte sobrevuela nuestras vidas. No hemos entendido que morir es un acto inapelable e improrrogable, nos tocará siempre a pesar de cerrar los ojos, agarrados a un modelo social hedonista y  paradójico. En la mayoría de series de plataformas de televisión, la muerte, en sus versiones más horrendas e inhumanas, divierte, engancha al espectador y, al mismo tiempo, hay un rechazo a conversar sobre ella para entender mejor la vida y aceptar el final. El carpe diem, disfrutar el presente es el código, pocos se atreven a encararse con ella, pretenden ignorar los mil riesgos azarosos que acechan.

¿No es acaso esta evidencia el mejor motivo para dar  sentido a nuestra existencia y dotarla de significado, para nosotros y para quienes nos rodean?  La conversación interior, aquella en la que observamos nuestra existencia y contemplamos sin temor su punto final, es apartada porque este mundo vive en el delirio permanente del presente continuo. Y como afirma Woody Allen, tan atento a la muerte, no estoy de acuerdo con ella, pero es inevitable y por eso quiero entenderla antes de que llegue.