El caballete torcido sostenía un lienzo de treinta centímetros por veinte, en el centro de la tela una mancha violácea figuraba el paisaje que R.H tenía delante.
-¿Y cómo es posible que un campo de trigo y amapolas tenga ese color de nazareno?
R.H se ajustó la visera, apretó los párpados hasta casi cerrarlos y apuntó el paisaje con su pincel.
-¡Calla, ignorante! ¡Qué sabrás tú de arte!
La mancha se extendió hacía la izquierda, con una pincelada nerviosa trazó un línea en zigzag que fue a parar al borde superior.
-¿Y eso qué es?
La mirada de R.H se abrió de rabia y asombro, le habría soltado un sopapo a su amigo L, pero en el último segundo prefirió la pedagogía pacífica y moderna.
-¿Pues qué va a ser? un árbol, ese que tienes en tus narices, una acacia, un árbol sagrado cuya madera servía a los hebreos para hacer sus símbolos sagrados y los egipcios también la tenían en mucha estima. La pinto asi, tal como es, al óleo y usando una técnica antiquísima , pero qué sabrás tú...
L, se limpió la boca con la manga y echó las sobras de su bocadillo de atún a las hormigas que correteaban por el camino, no quiso discutir con R.H porque sabía que tenia las de perder. Sí, no sabía nada de arte, pero su amigo tampoco, aunque había que reconocerle la audacia de pintar paisajes sin más instrucción que la lectura de los tres primeros fascículos de "La pintura, ¡qué fácil!"
-Yo sólo digo que a mi eso que pintas no me parece un árbol, más bien me parece una vela derretida.
Sin inmutarse, R.H mojó el pincel en el rojo y luego en el verde, antes de estamparlo en la parte derecha de la tela, dijo:
-Lo más importante del dibujo al natural es la línea y su sombra, luego el color.Y ya está.
-Pues entonces yo también quiero ser pintor.
R.H, no podía creer lo que estaba oyendo:
-¿Pintor, tú? Venga hombre, para eso hay que tener una sensibilidad especial, como mucho, tú servirías para tocar la armónica mientras yo pinto. Pensándolo bien, es una gran idea ¿no te parece?
L reflexionó unos segundos sobre la propuesta, quizás tuviera razón R.H, el instrumento ya lo tenía y sólo hacía falta aprender alguna melodía pegadiza.
-Vale.
R.H escondió el caballete detrás de una roca.
-Te invito a una cerveza para celebrar nuestra colaboración artística.
-¡Guay!