viernes, 9 de junio de 2017

La muerte abolida





Una casualidad  quiso que, de vuelta de un funeral, un libro que aún no había leído pasara por delante de mi campo visual. Había sido arrinconado en una estantería y allí estaba, a la espera de mi atención. Me acerqué a él sin verlo, como otras veces, pero en esta ocasión, al dejar unas  llaves en un cuenco, lo vi de verdad: Cinco meditaciones sobre la muerte de  François Cheng.

La muerte, de cerca, de lejos; de alguien famoso o de quién nos parecía simpático o soso en vida, trae una cantinela  repetida y convertida en consolador aforismo. No somos nada. Tanto sufrimiento para qué. Vivamos el presente  y etcétera. De manera que, vamos de un funeral a otro, sin conciencia de la muerte, siempre próxima.

El libro del poeta y traductor François Chang, nacido en China en 1929, es un punto de partida glorioso porque atiende al goce de vivir de la mano de la muerte. Vida y muerte no son dos hechos antagónicos aunque lo parezcan. Las cinco meditaciones las construye en torno a su experiencia vital, alimentada por las dos tradiciones culturales de las que es deudor, la china y la francesa.   
              
Anjou Bible, Naple 


Su infancia y juventud pasaron entre dos guerras. Se refiere a esa época con una mirada asombrada, pues creía que moriría joven. El hambre y las enfermedades le debilitaron, pero también consiguieron que apreciara la vida como un milagro insólito, digno de disfrutar. Su primera poesía se deleita en un sorbo de agua limpia, en el cielo claro, en la fruta que sacia el hambre.  
Reflexiona en voz alta y  no lo hace para ensalzar la muerte, sino para detenerse en ella, observarla y concluir que no es una fuerza negativa, al contrario, es una invitación a la urgencia de vivir. Ignorarla es alimentar el Mal, propiciarlo. Porque, asegura, la muerte, si está  presente integrada en nuestra  existencia,  nos abre los ojos a la belleza incomprensible del Universo y al respeto  por la vida. 

La cuarta meditación aborda la esperanza de la muerte como acceso, puerta a otra existencia. ¿Es una creencia que surge de nuestro miedo a la nada?  Reflexiona sobre las tradiciones religiosas, considera que ni siquiera el materialismo está libre del deseo de supervivencia espiritual. Incluso Mao Zedong, en su lecho de muerte, se complacía en repetir: pronto veré a Marx.

Chang menciona varias anécdotas, algunas referidas a la muerte de Keats y Shelley; la conexión mental del segundo con la muerte del primero y el premonitorio  poema de su propia muerte. Reconforta en especial la cuarta  Meditación,  por la nobleza con la que plantea, desde su propia experiencia vital y no religiosa, la inmortalidad.
Concluye que los muertos que hemos querido en vida son invisibles, sí, pero no están ausentes.

lunes, 1 de mayo de 2017

Chaos Kosmos



Acabo de leer Idios Kosmos, de Pablo Capanna, una biografía de Phillip K. Dick muy bien atemperada, su autor logra apartarse del camino del mito -creciente-para concentrarse en la obra y vida del escritor, lejos de  los  prodigios y profecías  que  miles de sus seguidores le atribuyen.

Es cosa sabida que Phillip K.Dick tuvo una existencia perturbadora  y marginal. Escribió obras que algunos interpretan anticipadoras del porvenir, o quizás ya estamos viviendo en ese futuro delirante. Sociedades tecnológicas dirigidas por incomprensibles máquinas;  humanos resucitados que negocian su próxima reencarnación y  mucha referencia a los presocráticos.  Lector de filosofía, pero también de la Biblia y de otros textos religiosos, entre ellos la Cábala, su pulsión  reinterpretativa se convirtió en una obsesión. Nada raro en alguien que escribía bajo el influjo de las anfetaminas y del alcohol.

Durante los últimos diez años de su vida, murió en 1981, escribió sin templanza un diario, crónica y apunte literario que ocupa más del 8.000 páginas  y cuyo título: Exégesis, señala la intención analítica, en una atmósfera interior cada vez más religiosa. No sabemos si consiguió aclarar por qué escribía, y sobre todo, si pudo dar respuesta a su gran búsqueda e interrogante vital:  ¿qué pasó el 3 de febrero de 1974? Él se refería a esa fecha como  2 3 74. 

Ocurrió que el 2 3 74  fue al dentista por un dolor de muelas, la anestesia consistió en una dosis muy alta de pentotal sódico. De regreso a casa, y aún bajo los efectos del anestésico mezclado con pastillas de anfetamina, abrió la puerta a una vendedora. Le deslumbró el colgante con el dibujo de un pez que la chica llevaba colgado al cuello.El símbolo cristiano primitivo le provocó una visión, la epifanía que marcaría el resto de su vida. Phillip K. Dick aseguraba que en ese instante se trasladó a la época de Jesucristo.Disociación, delirio, trance psicodélico que detalló en su Exégesis. A partir de esa fecha tuvo episodios de glosolalia. Hablaba lenguas que desconocía, por ejemplo el latín y el ruso, según afirmaba su esposa de esa época, lingüista de profesión y que se divorció de KDick, poco después. Es comprensible, vivir con alguien que apenas dormía, padecía brotes psicóticos y viajaba en el tiempo no debió de ser fácil.          


Fotografía de René  Maltête

Una explicación al creciente empuje de su obra, cada vez más popular, quizás obedezca a la sintonía con un mundo sumido en la incoherencia y la confusión, donde también se mezcla, en un inextricable ovillo, la ciencia, pseudociencias, religiones de todo pelaje y absolutos absurdos sin fin. ¿Naufragamos, como en sus novelas,  entre olas de paranoicas percepciones e ilusiones?  Diría que sí, que nuestro tiempo avanza alimentado por mentiras verdaderas, incrustadas -y consentidas- en nuestra mentes para conducirnos, en palabras de Phillip K,Dick a la entropía, o sea, a  la destrucción. Incluso es posible que la realidad sea un maldito holograma de una chiflada inteligencia que se entretiene con nosotros. Claro que esa interpretación tampoco es nueva,  también  Shakespeare  aportó similar conjetura cuando escribió: la vida es un relato contado  por un idiota, sonido y furia que nada significa.