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jueves, 14 de mayo de 2009

Terapia






-¿Y dice usted que necesito seguir el tratamiento unos cuantos meses más?
El psiquiatra apoyó la cabeza sobre la palma de la mano y entornó los ojos del párpado superior de pliegue abultado. ¿Dormía, acaso? No, reflexionaba sobre la preguntaba de su paciente, Carme, propietaria del piso de la plaza Tetuán y que padecía delirio erotómano. El doctor sopesaba el escaso avance de la terapia hasta el momento y la posibilidad de cambiar de tratamiento clínico. La paciente no progresaba, o era un progreso pasajero para volver a las andadas.

El enquistamiento de su enfermedad durante decenas de años, había producido una especie de callo en su personalidad, sólo susceptible de ser mutilado mediante cirugía. Bien sabía el doctor que eso no era factible, aunque habría sido un remedio muy efectivo. Con los ojos cerrados y casi sin mover los pálidos labios, preguntó:
-¿Cree usted que quiero retenerla conmigo porque estoy enamorado de usted?

-¿Le digo la verdad, doctor?

-Para eso estamos aquí, conteste con sinceridad.

-Sí, lo supe desde el primer día. Y no le eche, doctor, la culpa a mi mal. Es muy distinto, veo en sus ojos y en la manera que tiene de escarbar en mi pasado que le fascino. Quiere usted saberlo todo de mí, y eso ....eso es...enamoramiento, aquí y en la Conchinchina

El psiquiatra respiró hondo, abrió los ojos y se encontró con los pies de la paciente, calzados en los zapatos azules de raso, impropios para la ocasión, que le venían grandes.

 -¿Qué tal duerme?

-Inquieta, ya sabe que tengo un inquilino en casa, me acosa y temo que una noche no pueda reprimirse y me fuerce.

-Bien, a partir de mañana subimos la dosis y en vez de media pastilla tomara una entera antes de dormir.

-¿Le gustan mis zapatos?

-No.

Carme se levantó de su butaca ayudándose de sus musculosos  brazos. De pie, miró de reojo al médico para pedirle con modestia que le dejara un trozo de papel y un lápiz.

-¿Cómo se llama mi enfermedad? Es que nunca me acuerdo y mañana salgo de excursión con unas amigas, por si me lo preguntan.


-Síndrome de Clérambault.

-¡Qué bonito nombre!

-El próximo jueves, no se olvide de traer el diario con todos los pensamientos anotados que se le ocurran.

-¿Todos?

-Todos, siempre que sean en relación a los hombres con los que se relaciona. Sea concisa, intentaremos separar el grano de la paja y verá que no son tantos sus pretendientes.

-Si voy a tener que escribir un tocho. Bueno, lo que usted diga, pero solo con los que usted me inspira hay para llenar una enciclopedia.     





Rothschild, Lionel Walter Rothschild, baron, 1868-1937 / Extinct birds. An attempt to unite in one volume a short account of those birds which have become extinct in historical times--that is, within the last six or seven hundred years. To which are added a few which still exist, but are on the verge of extinction(1907)
University of Wisconsin Digital Collections.

miércoles, 6 de mayo de 2009

Sueños




La siguiente visita era la de un paciente de cincuenta y nueve años que había empezado el tratamiento hacía sólo tres semanas. Era un tipo reservado, algo solemne en sus gestos, se notaba que estaba acostumbrado a mandar y ser obedecido.

-¿Qué tal esta semana?

-Perfecta.

-¿Perfecta?

El paciente miró contrariado al doctor, quien le  respondía añadiendo un interrogante a su respuesta. Un eco desagradable. Ya le había cogido el número y no  iba a añadir una palabra más. A ver por donde salía. Al cabo de unos segundos, el médico repitió:
-¿Así que perfecta?

La barbilla del paciente tembló, su mano derecha con la manicura recién hecha le sirvió para taparse la boca que se contraía en un amago de llanto. Por fin pudo hablar, pasado el ahogo:

-¡Ha sido una mierda, doctor! ¡Una mierda auténtica!
-Exactamente en qué momento fue una mierda. ¿Tal vez fue otra alguno de sus subordinados ¿Sus hijos, quizás su esposa?

-No, esta vez fue una puñetera conductora de un esmirriado Fiat, me adelantó en la autopista, yo la sobrepasé a ciento treinta, jugándome el carnet y los puntos, pero la muy zorra, me pasó por la derecha a ciento cuarenta, hice lo que usted me dijo la semana pasada, conté hasta diez, pero la muy desgraciada me estaba cogiendo una ventaja insoportable, así que le aticé a mi Audi hasta ciento cincuenta y me puse a su lado, ella, se estaba burlando de mí,  el coche tuneado, de eso no hay duda, me adelantaba una y otra vez.

-¿Les detuvieron?

-No, pero los radares soltaban destellos como si fuera la fuente de Montjuïc en la Mercè. Me van a caer al menos tres multones, pero no me importa el dinero, doctor, no es ese el problema, sino que no puedo controlar mi impulso de ser más y mejor que el resto de la gente. Su terapia no está resultando…y no es barata, por cierto. Pago con gusto pero quiero lo mejor. Me entiende, ¿no?

-Sólo lleva tres sesiones y no es usted un paciente fácil, trate de seguir el guión que le fotocopié la semana pasada, si usted no pone de su parte, no será posible curarle.
-Vale, perdone, doctor, comprenda que soy un hombre de acción, necesito resultados.

-¿Algún sueño?

-Sí, esta noche he tenido un sueño muy raro, aquí está. Lo he escrito como me dijo.

Del bolsillo de su pantalón sacó un hoja de papel pautado en el que había escritas varias líneas con una caligrafía grande y emborronada.
-Léamelo.
-Estoy en el despacho, a punto de entrar en la reunión del consejo de accionistas cuando oigo un ruido en la ventana, miro y es una bella cacatúa, su rostro no es de pájaro sino el suyo,- perdón doctor pero es así, sigo: con el pico da golpes en el cristal, abro y la cacatúa me dice con una sonrisa, en vez de pico ahora tiene los labios carnosos, que es importante comprar las acciones de Acerinox. Y eso hice esta mañana. ¿Qué le parece? ¿tiene algún significado?

-Todos los sueños tiene significado, su contenido forma parte de lo más profundo del ser humano, aunque sueñe usted con situaciones o lugares desconocidos, no le quepa duda de que poseen una significación a la espera de ser interpretada. La cacatúa es un animal conocido por su facultades canoras, es la imagen que vulgarmente se asigna a las mujeres parlanchinas, viejas y pesadas; a usted mis silencios le incomodan, el sueño revela que le gustaría verme en su situación, ser usted el dominante, quien da las instrucciones y escuchar mi parloteo.....sin embargo, esa cacatúa le ha regalado un consejo bursátil. ¿Le ha hecho caso?
- Sí. Acabo de consultar en mi móvil el cierre de la bolsa y he comprobado que ha sido un consejo muy acertado, las acciones se han disparado y ahora valen bastante más que ayer.
-Interesante.
-¿Le he dicho que en mi infancia me dedicaba a matar gorriones desde la ventana de la habitación de mi niñera en nuestra casa de campo?

-Lo dejaremos para la próxima semana. Siga anotando sus sueños, y... bueno yo también juego en bolsa ¿le importaría avisarme si en sus sueños se produce otro consejo o recomendación relativo a inversiones económicas?



 









Ilustraciones, Agence Eureka.

martes, 28 de abril de 2009

Kid tejano




El volumen de su cuerpo apenas le permitía moverse en el pasillo largo y estrecho, empequeñecido por las estanterías que cubrían las paredes, llenas de libros y revistas viejas, amontonadas y en completo desorden.
En la salita con fachada a la plaza, Julito se sentó sobre un colchón en el suelo, escasamente tapado con una colcha de imitación pachtwork que dejaba ver unas sábanas arrugadas de tergal de color verde.

-Hogar, dulce hogar ¿Qué te parece?- preguntó Julito enseñándole uno de los billetes de 100 euros a la mujer que, de pie, calzada con unas zapatillas deportivas sin cordones le observaba con una sonrisa burlona.

Sin contestar y con un gesto rápido la mujer le quitó los dos billetes. Desde donde estaba recostado Julito, Carme semejaba una matrona, una Venus prehistórica de la fecundidad, con el vientre abultado y los pechos caídos. Gastaba  tan malas pulgas que era mejor no imaginar qué clase de criaturas podía emerger de su potencia procreadora.

-¿Qué me va a parecer...? Qué pregunta más tonta..

-Ahora podré quedarme a dormir unas semanas más, vamos, digo yo.

Carme se ajustó el batín con el cinturón de un abrigo viejo. Sus pantorrillas eran blanquísimas solo oscurecidas por las venas azules que las surcaban, abultadas y hermosas como plantas acuáticas que emergían entre los pliegues del batín, Julito las miraba y se hacía cruces de la complejidad del sistema venoso que la naturaleza había dotado a esa mujer.
Carme, observó la mirada ensimismada de Julito, la interpretó maliciosa y cargada de lubricidad, lo que provocó que se atusara los ralos pelos de la nuca con el puño cerrado en el que tenía atrapado el dinero. Reblandecida por la vanidad de sentirse deseada dijo con tono chispeante:

-No adelantemos acontecimientos, chico, te puedes quedar hoy y mañana, luego ya veremos, he de hacer cuentas porque me pagas de ciento en viento y ya no sé cuántas semanas tienes pendientes.

Julito se echó  sobre el colchón, cerró los ojos y respiró hondo, se sentía tan cansado, gruñó como quien espanta un bicho en el campo y se hizo el dormido.

Carme se dirigió a su dormitorio para echar otra cabezadita. Al pasar por el lavabo se miró al espejo y frunció los finos labios dándole un beso a su imagen.

-¿Y que voy a hacer yo si este hombre me adora?
Se tumbó en la cama con una gran sonrisa de satisfacción. En la otra habitación Julito cogió un tebeo de uno de los montones que había junto al colchón. Leyó:
¿Quién es  kid tejano? ¿Un delincuente? ¡ No! ¡¡Un auténtico heroe!!
También Julito se dejó vencer por el sueño con una sonrisa de satisfacción.






Ilustración: contraportada de tebeo de la serie Roberto Alcázar y Pedrín. Aventura: La mansión de los monstruos, número 476. Editorial Valenciana, 1961. Archivo propio.

domingo, 19 de abril de 2009

Silla de notario






Salió del piso de Lara con varios objetos que no eran de su propiedad: un Ipod, un par de zapatos de mujer, de color azul y doscientos euros en dos billetes de cien. Cuando salía del piso arrambló con el felpudo de fibra de coco del descansillo de la entrada, en el que se leía, Hello, pintado de color naranja. El felpudo pesaba un quintal, pero Julito no desistió, lo ató enrollándolo con una cuerda y lo ajustó sobre la mochila. Desde que lo vio sabía que la alfombra le venía que ni pintiparada para su dormitorio. Pensaba ponerla a los pies de la cama, para desvestirse sin pisar las frías losetas. En la calle hacía frío, a pesar de sol y de que estaba a punto de entrar el verano. Julito entró en calor por el infalible método de caminar rápido, con varios kilos a cuestas. Nadie diría que un tipo tan escuchimizado pudiera arrastrar tanto peso. Cuánto más corría Julito, más llamaba la atención de la gente, nadie dudaba de que era un delincuente que acababa de perpetrar un delito.
Un coche de los mossos  dobló la esquina justo en el momento en el que Julito atravesó la calle con el semáforo en rojo.
-Mira.
-Ya lo veo, un mangui.
-¿Qué hacemos? ¿Vamos a por él?
-Pss, deja, es un desgraciado, habrá robado a una vieja cuatro chorradas. Hoy estoy aplatanada, ayer me quedé a ver los dos capítulo de House y el niño no ha dejado de llorar toda la noche. ¿Le sigue alguien?
-Creo que no


La agente era rubia y lucía una coleta larga sujeta con una cinta marrón adornada con dos pajarillos de silicona de color verde, sonrió al conductor. Tenía suerte con su compañero de turno, un chico muy práctico al que no le gustaba nada meterse en líos y pasarse media mañana con el papeleo de la detención.
-Dejemos de hacer el cherif por un rato, anda, sigue hasta Lauria y luego damos la vuelta por Mallorca, a ver si le perdemos de vista.
Mientras esta conversación tenía lugar dentro del coche patrulla, Julito había llegado casi a su destino, en la Plaza Tetuán. Antes de entrar en el edificio, respiró hondo, apretó el botón del  telefonillo.
-¿Quién?
-Abre.
Subió con lentitud las escaleras hasta el entresuelo primero, letra b. En la puerta le esperaba una mujer, era calva y vestía un batín de hombre que en la distancia parecía de seda, pero era de poliéster, con rombos negros y grises.

-Vienes temprano hoy, ¿has traído dinero?
Julito cerró la puerta, la mujer se apartó, apoyó su cuerpo rechoncho en el aparador sin perder de vista la mochila que Julito depositó sobre la silla de estilo isabelino, recogida un mes antes en el contenedor de la esquina. La silla confería  empaque al recibidor, a pesar de lo raído del terciopelo del asiento, esa silla valía un potosí. Perteneció a un notario que había muerto de infarto cerebral cuando las escrituras hipotecarias dejaron de llegar a la notaría. ¡Cuántas alegrías y desgracias, en forma de donación y testamento, fueron leídas desde la comodidad de aquel trono! 
-Me  pagas la deuda o te echo escaleras abajo.
-Mujer, a eso vengo.
   




Imágenes, Empire and Regency, George Smith, 1826. NYPL

jueves, 9 de abril de 2009

Desayuno

Fresco del siglo XIV, autor desconocido. Iglesia de Mantua.Italia

El taconeo sobre el pavimento recién regado sonaba como el chasquido de un látigo. Lara pisaba con la fuerza que transmitía su musculatura alimentada con arginina, jalea real, carnitina y otras sustancias, algunas ilegales, pero la licitud del comercio nada importaba cuando se trata de moldear su cuerpo. A pesar de su rostro marcado por las cicatrices de la viruela, Lara era hermosa, tenía la belleza de esos edificios olvidados que fueron esplendorosos en algún momento y que conservan un muro, un patio o una escalera en donde se concentra el brillo del pasado. Una belleza oculta, invisible para la mayoría de la gente pero que destaca como un diamante en medio de una boñiga a una hora determinada del día, en ese instante en el que a los afortunados que pasan por allí les es dado el favor de percibir la belleza escondida. Los zapatos azules le iban como un guante, se sentía cómoda y en un estado de ánimo sobrenatural, Lara cantaba por la calle, a esa hora en la que sólo quedan algunos parranderos y las brigadas de limpieza del ayuntamiento.

“En una noche de luna Naila me hablaba con ternura.....ya me embriagué con otro hombre ya no soy Naila para .... Naila y por qué me abandonas, tonta, si bien sabes que te quiero, vuelve a mí, ya no busques otros senderos, te perdono porque sin tu amor se me parte el corazón”. 
-¡Chica toma claras de huevo! ¡peazo voz tienes, condenada! 
- Ya quisieras tú mi voz, Montserrat Caballé.
Lara dejó al de la limpieza con un rubor que le llegaba al nacimiento del espeso pelo enredado en decenas de rastas. Sus compañeros sofocaron las risas, el de las rastas continuó recogiendo papeles con la pinza, recordaba con rabia las veces que por el maldito teléfono le confundían por una vieja debido a su femenina  y aguda voz.
A las ocho de la mañana, Lara entraba en su piso, husmeó el ambiente, alguien había estado antes allí. Olía a hombre, a sudor a restos de tabaco. Si moverse del vestíbulo, miró el suelo: dos pisadas sobre el suelo sucio delataban un intruso. Eran huellas de zapatillas deportivas, con las llaves aún en las manos, retrocedió hasta la puerta, el ruido de cubiertos en la cocina la tranquilizó, alguien estaba lavando los platos. Gritó sin moverse de la puerta:
-¿Quién hay ahí?
Un hombre vestido con un pantalón arrugado y sucio y camiseta roja que le venía muy grande, apareció por la puerta de la cocina:
-Disculpe la molestia, no tenía adonde ir, he entrado porque tenía hambre y sueño. Había pollo frito en la nevera, me lo he comido y ahora, si no le importa me marcho. Lo he dejado todo limpio, no quiero importunar.
Había dicho importunar, esa palabra, le pareció a Lara una garantía de la personalidad bondadosa del ladrón que había allanado su casa y se había zampado su comida.
-No hacía falta que te comieras el pollo, era mi comida. Hay también yogures y un flan.
-Ya, también me los he comido. Lo siento, gracias. Cuando tenga dinero se lo pagaré.  
El hombre se dirigió a la puerta con intención de abrir la puerta, pero Lara, que le sacaba dos cabezas, le detuvo:
-Ya que estás aquí,  me acompañas mientras desayuno. Es lo menos que puedes hacer después del saqueo ¿No te parece?   







martes, 24 de marzo de 2009

Intruso

Window factory building San Francisco, artista Ansel Adams


El taconeo sobre el pavimento recién regado sonaba como el chasquido de un látigo. Lara pisaba con la fuerza que transmitía su musculatura alimentada con arginina, jalea real, carnitina y otras sustancias, algunas ilegales, pero la licitud del comercio nada importaba cuando se trata de moldear su cuerpo. A pesar de su rostro marcado por las cicatrices de la viruela, Lara era hermosa, tenía la belleza de esos edificios olvidados que fueron esplendorosos en algún momento y que conservan un muro, un patio o una escalera en donde se concentra el brillo del pasado. Una belleza oculta, invisible para la mayoría de la gente pero que destaca como un diamante en medio de una boñiga a una hora determinada del día, en ese instante en el que a los afortunados que pasan por allí les es dado el favor de percibir la belleza escondida. Los zapatos azules le iban como un guante, se sentía cómoda y en un estado de ánimo sobrenatural, Lara cantaba por la calle, a esa hora en la que sólo quedan algunos parranderos y las brigadas de limpieza del ayuntamiento.

“En una noche de luna Naila me hablaba con ternura.....ya me embriagué con otro hombre ya no soy Naila para .... Naila y por qué me abandonas, tonta, si bien sabes que te quiero, vuelve a mí, ya no busques otros senderos, te perdono porque sin tu amor se me parte el corazón”. 
-¡Chica toma claras de huevo! ¡peazo voz tienes, condenada! 
- Ya quisieras tú mi voz, Montserrat Caballé.
Lara dejó al de la limpieza con un rubor que le llegaba al nacimiento del espeso pelo enredado en decenas de rastas. Sus compañeros sofocaron las risas, el de las rastas continuó recogiendo papeles con la pinza, recordaba con rabia las veces que por el maldito teléfono le confundían por una vieja debido a su femenina  y aguda voz.
A las ocho de la mañana, Lara entraba en su piso, husmeó el ambiente, alguien había estado antes allí. Olía a hombre, a sudor a restos de tabaco. Si moverse del vestíbulo, miró el suelo: dos pisadas sobre el suelo sucio delataban un intruso. Eran huellas de zapatillas deportivas, con las llaves aún en las manos, retrocedió hasta la puerta, el ruido de cubiertos en la cocina la tranquilizó, alguien estaba lavando los platos. Gritó sin moverse de la puerta:
-¿Quién hay ahí?
Un hombre vestido con un pantalón arrugado y sucio y camiseta roja que le venía muy grande, apareció por la puerta de la cocina:
-Disculpe la molestia, no tenía adonde ir, he entrado porque tenía hambre y sueño. Había pollo frito en la nevera, me lo he comido y ahora, si no le importa me marcho. Lo he dejado todo limpio, no quiero importunar.
Había dicho importunar, esa palabra, le pareció a Lara una garantía de la personalidad bondadosa del ladrón que había allanado su casa y se había zampado su comida.
-No hacía falta que te comieras el pollo, era mi comida. Hay también yogures y un flan.
-Ya, también me los he comido. Lo siento, gracias. Cuando tenga dinero se lo pagaré.  
El hombre se dirigió a la puerta con intención de abrir la puerta, pero Lara, que le sacaba dos cabezas, le detuvo:
-Ya que estás aquí,  me acompañas mientras desayuno. Es lo menos que puedes hacer después del saqueo ¿No te parece?   




miércoles, 4 de marzo de 2009

Zapatos de raso



-Señora, ¿pido un taxi?
-Sí, gracias, lo necesitamos para antes de las diez.

José pagó la factura del hotel mientras Dora esperaba en el Hall, con las dos maletas en custodia, a las que no perdía de vista. El día era luminoso y el azul del cielo tan claro que parecía un mar calmo. Cuando salieron del Hotel, Dora inspiró hondamente para quedarse con el olor a palomitas fritas que le recordaría para siempre a Barcelona y que venía directamente de un puesto muy cercano, en la entrada de un galería comercial.

-¿No te da un poco de pena que nos vayamos hoy, precisamente con este día tan espléndido? El mejor de toda la semana.

-Sí, da un poco de pena, pero también tengo ganas de llegar a casa, recuerda que sólo me quedan tres días para regresar a Afganistán.

José no reprimió un mohín de cansancio. En ese momento una gaviota que buscaba algo de comer les sobrevoló casi a ras de la cabeza, un taxi paró y el conserje se adelantó para abrir el capó y ayudar a colocar el equipaje.

-¿Solo la maleta?

-¿Eh? pero ¿Y la pequeña? la tenía aquí hace un momento.

-Señora, se la han birlado.

Dora apretó la mandíbula y repasó lo que había guardado dentro, nada valioso o que fuera imprescindible, los zapatos azules de raso y el neceser. Los billetes del avión y el dinero los tenía en el bolso que le colgaba en bandolera.

-Agarra bien el bolso, haz el favor, ya te dije que no perdieras de vista el equipaje.

-Ahora voy a ser yo la culpable, tu también estabas aquí cuando nos la han robado, ha debido de ser ahora mismo.

-Entra en el taxi, vamos con el tiempo justo.

-¡Qué rabia! Tenía en la maleta los zapatos que compramos en la entrada de la iglesia.

-Ya te comprarás otros en Bruselas.

-Sí, pero no serán ni la mitad de bonitos.



Ilustraciones, Entrada de espectáculo del mago británico Evanión (Henry Evans 1832-1905).

domingo, 1 de marzo de 2009

Traición

Foto,The abduction of sita, 1918. NYPL.

-¿Qué número salió ayer?
-Acabado en veinticinco.
-El mío acaba en diecisiete, es un número guapo, le tengo fe y el desgraciao va y me  falla. Maldita sea.
Julito tiró con furia el cupón del sorteo que cayó justo sobre una vomitona reseca en la acera. Se había gastado todas las ganancias porque confiaba en que saldría  su número. Durante toda la noche lo había velado, arrullado junto a su corazón, en el rincón del suelo, donde antes hubo un despacho del que aún quedaba un desvencijado archivador que había salvado dos ruedas. Dentro de su saco, lo más preciado que tenía, pasó la noche inquieto y desvelado, planeaba el destino de las futuras ganancias con las que iba a decir adiós a la ciudad. Entre sueños hacía planes para irse a vivir a Matalascañas y empezar de nuevo. Un chiringuito de alquiler en la playa, donde dormiría de noche y vendería de día bebidas fresquitas; al acabar el verano era seguro que tendría las ganancias dobladas y podría alquilar un apartamento pequeño por buen precio para dedicarse a las ventas de chucherías cerca de alguna escuela. Una vida digna. Y pagaría un dentista para que le hiciera el postizo de los tres dientes que había perdido y que le hundía el labio.
Estrellao, he nació estrellao!
Julito dio puntapiés a las papeleras y a las paredes a lo largo de la calle santa Ana. Sintió odio contra toda esa gente que pasaba por su lado. ¿Por qué  yo no? se preguntaba a grito pelado. La gente se apartaba a su paso. Bajó por La Rambla hasta llegar a la Plaza Real y de allí, aún con la rabia encendida en los ojos, entró en un local pequeño y maloliente donde dos mujeres embutidas en una malla transparente y negra, buscaban una sensualidad que les era esquiva.     

-Para entrar aquí hay que pagar, chato. Hoy no se fía ni mañana tampoco, ja,ja,ja.

La bailarina de pelo rojo, Dora,  era también la camarera y la mandamás del antro.
Julito tocó los dos euros que tenía en el bolsillo secreto en su calzoncillo, él mismo se lo había cosido, ahí guardaba siempre dos euros para cualquier emergencia.
-¿Cuánto vale una caña?
-Para ti, uno cincuenta.
-Venga esa caña.
-En este establecimiento se paga por adelantado.
La moneda de dos euros rodó hasta el taburete donde se contoneaba la morena.
Julito se sentó en la única silla con respaldo que había en el local. Un cliente de  pelo largo, ensortijado y gris cerró la puerta de un portazo. Casi a oscuras, Julito sorbió la cerveza, las mujeres bailaban la canción No dudaría, cantada por Antonio Flores. Tarareó por lo bajo la letra, con los ojos cerrados y poco a poco la ira se transformó en tristeza.

Si pudiera sembrar los campos que arrasé ... si pudiera olvidar aquel llanto que oí.