Extracción de la piedra de la locura. El Bosco, 1475. |
Me ha costado más de un mes decidirme a escribir este post. He cambiado de intención media docena de veces,
primero era sobre tal libro, luego el otro, después el de más allá. Y mientras tanto, la lectura de los blogs que
frecuento me ha tenido distraída y con la idea de que no hay en este planeta
nada sobre lo que alguien no haya escrito antes.
En el capítulo anterior, invitaba a la lectura de Carlo Cipolla, que entre risas
y verdades, nos advertía de la incorregible
naturaleza humana, siempre inclinada a
la tontuna, con una loca adicción a
resolver conflictos –o dejarlos estancados-con el objetivo, confesado o no, de evitar el beneficio al mayor número
de personas. No hace falta que ponga ejemplos de la escasa capacidad que gasta
el ser humano para decidir con el menor perjuicio,
no solo para el común, sino también para
sí mismo, cosa asombrosa, se mire como se mire. Nos tiramos las piedras en
el propio tejado.
En busca de un conocimiento universal
del porqué de esa afición tan dañina a buscar casi siempre la peor solución
personal y social, me he ido adentrando en lecturas muy aleccionadoras sobre cómo
funciona nuestro cerebro, una aproximación,
pues ni de lejos se conocen todas las
intrincadas relaciones que se producen en esa masa viscosa que tiene, pásmese quien
lea esto, más conexiones nerviosas en un centímetro cúbico de tejido cerebral que estrellas hay
en la galaxia donde habitamos. ¿Y eso qué
significa? No lo sé, ni tampoco
qué implicaciones tiene tal formidable
red, en perfecto orden, que nos
conduce por la vida sin que tengamos consciencia de que nuestras decisiones no obedecen, al menos en parte, a lo que siempre hemos creído como fruto de nuestra santa
voluntad.
La biología domina nuestra visión de la realidad. Nos guste o
no, nos parezca una idea trasnochada o que pueda ser, de hecho lo es, instrumentalizada por el poder
político. Somos lo que somos porque nuestra morfología nos impone una manera muy concreta de percibir lo que
nos rodea. Constatada esta, por ahora,
verdad, el siguiente paso es averiguar si
la consciencia de lo que somos tiene reflejo
y/o construye el mundo que habitamos.
Hay que regresar al principio porque a pesar de todos los logros, los interrogantes
sobre qué somos y adónde vamos están vigentes más que nunca. Hoy, a diferencia de la época en la que los griegos meditaban sobre estas preguntas fundamentales, poseemos una tecnología que es capaz de
modificar nuestra biología. Y me barrunto que si nuestro cerebro puede ser cambiado, lo harán y será para fastidiar algo que ni
siquiera conocemos, ni tenemos
conciencia de que existe dentro de nuestra cabecita.
Las neurociencias avanzan que es una barbaridad, el resultado de lo que hoy se sabe, lo ha resumido y muy bien,
David Eagleman en Incógnito. Podemos empezar a pensar que la estupidez tiene
cura, que apenas estamos descubriendo cómo
es ese desconocido que vigila nuestra consciencia
y tiene el mando de los deseos y sueños.