domingo, 21 de junio de 2009

Autoridad




Tumbada en el césped entrecerró los ojos para mirar a hurtadillas las nubes, y esas líneas de color blanco que dejan los reactores de los aviones cuando surcan el cielo. Eran casi las nueve de la noche pero aún había mucha luz, apenas unos minutos antes el sol desapareció detrás de los edificios del parque. Del zoo le llegaba el rugido de los animales de la selva y el canto de cortejo de los pavos reales. Aves que emitían trinos, gorjeos, llamadas y gritos  que se escuchaban a  un kilómetro a la redonda. Frente al museo botánico con su invernadero decimonónico, ahora convertido en restaurante, Encarna se sentía en completa armonía con el Cosmos. No deseaba ni temía nada, era un nirvana al que tenía derecho una vez al año, la víspera del solsticio de verano. Mientras otros echaban petardos por las calles, ella se acostaba sobre el césped, pringoso de meadas de perro, rodeada de cagarrutas y garrapatas insidiosas, para oler la hierba i reseca, mirar el cielo y escuchar el alboroto de los animales cautivos. ¿Quién soy yo? cuarenta y cinco años haciéndose la misma pregunta sin saber la respuesta.  ¿Qué personaje soy?  ¿A quién interpreto? ¿Cuál de entre todas las identidades con las que se exhibía en sociedad la definía mejor? Volvió a entornar los ojos, tanta felicidad le daba risa, quizás sólo era ese trozo de carne sobre una hierba podrida en mitad de una gran ciudad, presa como esos animales salvajes, en un entorno que no era el suyo.
-Señora que vamos a cerrar el parque, y está prohibido tumbarse en la hierba, venga arriba.
Encarna miró al guardia, un pipiolo que no llegaba a los treinta y sonrió con una pizca de pena por el chaval, que iba a recibir más palos que una estera a lo largo de su vida. Si lo sabría ella, mientras se levantaba y se calzaba los zapatos de tacón de color beige con hebilla, preguntó:
-¿En qué comisaría está destinado?

En el tono de autoridad de Encarna reconoció el guardia que esa mujer era  una mandamás.
-¿Por qué lo pregunta?
-Por curiosidad, simple curiosidad.
Encarna se dirigió a la salida del parque más cercana, sin que el guardia se atreviera a decir ni pío, se quedó allí mirando como la mujer se iba sacudiendo los restos de hierba y ahuecándose la media melena rubia. La perdió de vista en cuanto llegó a la estatua dedicada al general Prim. A las puertas del parque esperaba el  Audi blindado conducido por un chófer uniformado y seguido por un coche escolta.
-Lléveme a un parque que no cierre tan pronto.

-Señora ministra, hoy a las diez hay audiencia en la capital y el avión la está esperando, no podemos retrasarnos más.
-¿No podemos retrasarnos? ¿No puedo ir al parque? pues vaya mierda de trabajo.
El chófer echó una ojeada por el retrovisor a la mujer que se sentaba en el centro del asiento de piel, y que con gesto enfurruñado se pintaba la raya de los ojos, atenta a su espejo de mano. 
El chófer aceleró, se saltó un semáforo en rojo y duplicó la velocidad permitida en la ciudad. Si no fuera por esos pequeños placeres de los que disfrutaba, por ejemplo la transgresión de las normas de tráfico y el uso a discreción del cachirulo luminoso y la sirena, haría mucho tiempo que habría cambiado de oficio.




NYPL. Uniformes militares del S.XIX. Ilustración caja de cerillas

viernes, 19 de junio de 2009






Ángeles negros volaban, ángeles de largas trenzas y corazones de aceite. (F. Garcia Lorca)

Los ángeles han sido representados con alas, como seres femeninos, con forma animal, en una inacabable escenificación del bien y el mal. En las narraciones religiosas orientales, por ejemplo la persa, los ángeles simbolizaban el sol y la luna, y más tarde evolucionaron en entidades divinas que gobernaban el cosmos. En la tradición judeo cristiana, el ángel, cuando no es custodio es una criatura arrogante, rebelde que se atreve a desafiar el poder divino y acaba caído, habitando las tinieblas. Los apsaras, ángeles hindúes a medio camino entre el agua y el aire, son ninfas celestiales, danzarines imprescindibles en la mitología Hindú.
En 1860 el escritor Thomas Moore escribió el cuento The paradise and the peri, un libro que fue impreso por primera vez con una nueva técnica denominada cromolitográfica, los dibujos y diseños de Owen Jones lucían esplendorosos. El cuento de Moore se basa en la mitología persa y narra las aventuras de un ángel -peri- a la búsqueda de un regalo que le abra las puertas del paraíso.

The Paradise and the peri. Thomas Moore. ilust. Owen Jones. 1860, Day & Son. London.

martes, 9 de junio de 2009

Comercio




-¡Qué idiotez pretender endilgarme esa basura! Tú a mi no me conoces, no tienes ni la más remota idea de la clase de persona con la que estás hablando. Ahueca el ala, desgraciado.

-Usted se lo pierde. Esto es lo que hay, como esos no va a encontrar otros, son de una princesa de Mónaco.


-Ya se nota. De la princesa, más conocida como Manolo el cachas, hombre venga, deje de tomarme el pelo. Si estos zapatos son del 41 por lo menos, y pasados de moda, cursis y completamente invendibles. ¿Me quieres engañar a mí, jodido imbécil?

-Hombre, digo yo que por cinco euros que pido, no es un mal trato.

-¿Pero tú has visto mi negocio? Esta es una tienda de anticuarios no los encantes ni la chamarilería de un gitano, venga fuera. Laargo de aquí

Julito retrocedió hasta la puerta sin dar la espalda, lo hizo con cuidado, con parsimonia, un poco desafiante, necesitaba esos cinco euros al instante y el hombre  que tenía enfrente se había envalentonado. Un chulo con ganas de atizarle, circunstancia que le impedía su clásica maniobra de distracción para hacerse con algo  de la tienda para revender más tarde. Las antiguallas que tenía a mano en el pasillo que conducía a la puerta, eran demasiado grandes para cogerlas y salir corriendo. Le faltaba valentía y menos hambre también. Sin esa debilidad mareante que le tambaleaba, se habría cuadrado, y con la navaja suiza algo habría mercado sin que el grandullón le pusiera objeciones.

-Que te largues he dicho.

Ya en la puerta, Julito sacó fuerza de flaqueza, aún con la saliva seca y blanca asomando en las comisuras, debido al nerviosismo, amenazó:

-¡Te vas a enterar!

Echó a correr por la calle Banys Nous hasta que llegó a la Plaza de la catedral, allí se detuvo jadeante, se sentó en un rincón de la escalinata. Miró los zapatos de salón que guardaba en la bolsa de supermercado con la esperanza de qué se le ocurriera una idea brillante, sacar provecho de ellos, aunque fueran dos euros. A su lado se sentó una turista inglesa de mediana edad, posaba con una gran sonrisa, mientras su amiga preparaba la cámara.
Julito la miró de soslayo. El bolso que llevaba amarrado al cuerpo, parecía de fácil arranque. Se hizo el tipo fino, no quiso despertar suspicacias:  

-Please, money for me, please madame, five euros this shoes.

La madame no se asustó del extraño que la miraba como  mira el desahuciado a una santa con una petición de última hora. Miró los zapatos que le mostraba Julito. La amiga aprobó la mercancía con entusiastas movimientos de cabeza y varios good y nice. Se los probó la primera, parecían hechos para ella. Por fin, el billete de cinco euros fue a parar de las blancas y cuidadas manos de la inglesa a las oscuras y temblorosas de Julito.



Grabados de Gustav Doré para las fábulas de La Fontaine.

viernes, 5 de junio de 2009





Ehrich Weiss, hijo de un rabino de Budapest, huyó a los nueve años de su casa para unirse a un circo ambulante y por si ese trabajo no fuera suficiente, a los once años se hizo cerrajero. A las habilidades innatas del hijo del rabino se añadió el meritoriaje en un oficio que más tarde le sirvió para convertirse en el mejor escapista de la historia. No había cerradura que se le resistiera. El ilusionista cambio su nombre por el de Harry Houdini, inspirado el nombre artístico por el mago francés, nacido en 1805, creador de muñecos autómatas y relojero de profesión Jean Eugène Robert Houdin que murió en 1871 y autor de la reparación mecánica, en 1865, de La joueuse de Tympanon, una extraordinaria creación que había pertenecido a María Antonieta.
El famoso Harry Houdini fue un excepcional criptólogo, desveló la falsedad y la estafa de los mediums y del negocio espiritista tan de moda a principios del siglo XX. El 1 de noviembre de 1926 Harry Houdini moría víctima de uno de sus desafíos: un boxeador le golpeó el abdomen a instancia del propio ilusionista, unos días más tarde fue ingresado en el hospital donde se comprobó que el golpe le había roto y gangrenado el apéndice.

Fotos, Library of Congress.
Imagen de la Joueuse de Tympanon Conservatoire National des Arts et Mètiers de France

domingo, 31 de mayo de 2009





El derecho a ser feliz es una frase tópica, la humanidad, cualquier ser vivo, tiene el derecho de gozar de la felicidad, ese estado de completo bienestar físico y emocional. ¿Podemos ser felices cuando nos vemos rodeados de desgracias, víctimas de todas las penalidades que podamos imaginar? La respuesta es afirmativa porque el estado de felicidad tiene que ver con el instante en el que se produce la conexión más profunda con nuestro yo y entendemos, aunque sea fugazmente, el sentido de la existencia. Viktor Frankl relata que sintió un estallido de felicidad cuando iba de camino en una helada madrugada, a la cantera en el campo de concentración donde estaba internado, unido por grilletes a otros presos, golpeados por los soldados, miró al cielo limpio y vio la imagen de su amada mujer, que había muerto en otro campo, hecho que el desconocía, y esa imagen querida prendió en su espíritu y le llenó de optimismo y de felicidad.
Hellen keller, una niña ciega y sordomuda, aprendió cautiva de sus privaciones sensoriales que la vida era motivo de optimismo. Guardamos en algún lugar de nosotros mismo una minúscula llama, dar con ella es fácil, convertirla en hoguera que nos caliente y reconforte requiere alimentarla con la fuerza de la razón y el calor de nuestros sueños.

Foto Hellen keller. American Library.
Cromos recortables holandeses. Agence Eureka.

viernes, 29 de mayo de 2009

Desorden




Juliette  guardó el  móvil en el bolsillo lateral del bolso, reservado precisamente para tenerlo ahí. Para Juliette el orden era lo más importante en esta vida, todos los objetos debían estar en su lugar, una vez se les había asignado. En caso contrario, Juliette se encolerizaba hasta transformarse en una bestia ciega a la razón.

El desorden, la anarquía  como ella lo denominaba, merecía el peor castigo, su primer impulso era morder, herir, castigar  a quien se había atrevido a alterar el orden. Un libro fuera de su anaquel  o  un vaso apartado de la estricta posición de formación militar en el armario de la cocina, provocaba un ataque de ira incontenible. Mantener el orden y la limpieza significaba paz y serenidad, incluso sentía algo parecido al amor cuando observaba, implacable, que todo estaba en el lugar correcto. En ese instante, la vida rozaba la perfección, rota, como siempre, por la visión de esa arruga en el sofá o el pliegue mal planchado de la camisa.

Su tercer matrimonio con el psiquiatra, el único hombre que creyó  comprensivo con su manía, también fue otro error. Al principio el tercer marido significó una recompensa muy merecida, el fruto de su búsqueda del hombre perfecto. La excelencia andante. No hay  bien que dure, no cien años, apenas unos meses. El muy mostrenco le comunicó aquella misma mañana  por mensaje wassapl, el colmo de la cobardía, que ya no quería seguir  con ella, que había empezado el  trámite del divorcio. Que para no verla se había ido a pasar unos días a Cuenca y que, por favor, empaquete sus pertenencias y deje expedito lo antes posible el piso. La vivienda era propiedad exclusiva de él, heredada de sus padres.
Según él, la situación es insoportable yl es perjudica a los dos. Juliette ha sacado su llavero del bolsillo interior del bolso y ha mirado detenidamente el manojo de siete llaves, ordenadas por tamaños, de mayor a menor, según se mira por la derecha. En el piso, hasta ahora hogar conyugal, Juliette ha recordado que el motivo de esa ruptura imprevisible la ha provocado con saña y estrategia criminal el psiquiatra marido. Sobresalía por su astucia, era su cualidad o defecto más destacado, según se mire. Hoy era un abominable defecto.


Desde hacía una semana, siete días de contención y agonía que la estaban enloqueciendo, los yogures, que ella alineaba por fecha de caducidad en el primer estante de la nevera, eran por sistema mezclados, repartidos con aleatoriedad asesina en la huevera, el verdulero y hasta en el congelador. El malicioso Le desordenaba la recta columna que ella revisaba todas las noches antes de irse a dormir. Lo haría de madrugada porque antes era imposible, pendiente como estaba de los movimientos de él, no se atrevió a pisar la cocina.


Las siete mañanas anteriores comprobó con horror el caos de mermelada y yogures, salsas y botellas dispuestos sin criterio, para fastidiarla.


Ese mal inicio del día propició un desquiciamiento progresivo. Ya no podía más y esa misma mañana, Juliette había ido al baño donde se afeitaba su vil marido y con una habilidad propia de campeona de esgrima, le  clavó el pela zanahorias en la nalga izquierda, tres centímetros. Nada  grave. ¿Qué había hecho él? ¿Se disculpó por el tormento que le causaba el desorden? ¡Qué va!  Gritó como un cochinillo en época de matanza, la echó del baño a empujones. Pidió una ambulancia, lloriqueaba como un niño por una raspadura de nada. Luego, casi la mata con el jarrón chino que le tiró a la cabeza. Que saliera de su casa, si no quería ser arrastrada por la policía, a la que pensaba llamar si no desaparecía de su vista. 


Juliette obedeció, se marchó a su trabajo un poco más aliviada y diciéndose a sí misma que la incisión del pela zanahorias en esa parte blanda había sido su último recurso tras una semana de insidias y tormentos, de burlas cargadas de insultos, disimulados con nombre de enfermedad mental. Ahora su marido quería el divorcio, Juliette sonrió, tenía las llaves del piso. Se dirigió al armario de los trajes los tiró sobre la cama, añadió las camisas y la ropa interior y también los dos jerseis favoritos del psiquiatra, de cashemir. Una vez hecho el montón, derramó sobre media docena de riojas, un bote de ketchup, otra de mayonesa light, tres Coca colas y dos camparis. Viendo ese desorden y suciedad sintió un gran placer, por primera vez en su vida.  Una liberación, la catarsis que tanto había buscado le vino al encuentro ante esa visión repulsiva y olorosa. Bien mirado, el tercer marido fue una buena elección.




Ilustraciones, James Cook, Volume 4. A voyage to the Pacific Oceanic. National Library of Australia

jueves, 28 de mayo de 2009




Las malas cosechas y las deudas de un pequeño propietario provocaron la desgracia de la familia. El padre murió en la prisión y la madre, desnutrida y enferma, acabó también muriendo; los niños fueron echados de su granja y obligados a vagabundear por los pueblos.
Este cuento infantil publicado a finales del siglo XIX , cuenta la miseria de una familia hundida en la penuria económica. No todo estaba perdido, los huérfanos encontraron una ayuda desinteresada entre sus vecinos, Tomy se embarcó con la intención de hacerse marinero y Margery quedó sola al cuidado de una vecina, recibió como regalo unos zapatos y con esfuerzo, paciencia e inteligencia aprendió a leer, enseñó a leer a otros niños y a un cuervo al que previamente había rescatado del tormento al que sometían unos malvados niños. Margery sobresalía entre sus vecinos por poseer cualidades intelectuales y morales poco comunes así que la envidia empezó a crecer y fue acusada por sus vecinos de un delito de robo. En el juicio demostró su inocencia, el juez quedó prendado de Margery y viceversa. El día de la boda, un joven deslumbrante apareció en la iglesia, era su hermano Tomy que había conseguido ganar una fortuna en los mares lejanos. Y así acaba este, en apariencia, sencillo cuento pero que contiene los trazos fundamentales sobre los que se ha construido el ethos de la sociedad norteamericana. No es importante el origen social o nacional sino los valores personales y el esfuerzo para superarnos y conseguir el objetivo que en Estados Unidos no puede ser otro que el reconocimiento social y la fortuna económica.

Goody Two shoes
1888. New York. McLoghlin Bros. American Libraries