jueves, 8 de octubre de 2009




"Cada hombre está eternamente obligado, en el curso de su breve vida, a elegir entre la esperanza infatigable y la prudente falta de esperanza, entre las delicias del caos y las de la estabilidad"

Con esta frase de las Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar, Pili inició la dedicatoria de un manual de micología que pensaba regalarle a Evaristo, un guarda jurado que prestaba sus servicios en la empresa donde ella se ganaba la vida como ejecutiva comercial. Desde hacía varios meses, Pili pasaba un cuarto de hora todas las mañanas con Evaristo. Le sirvió de excusa que la máquina de café del vestíbulo sacaba un café más sabroso que el de la máquina que le correspondía, en la cuarta planta. Casi dos horas y media pasaba durante la semanas con Evaristo. Calculaba que habían estado juntos dos días enteros sin interrupción, hablaban de setas y de los mejores bosques para encontrarlas. Conocer a ese hombre con rostro de criminal antiguo, la había cambiado. Cuando le miraba mientras tomaba el café junto a su garita, veía el reflejo del pasado, de una existencia turbulenta. Las arrugas profundas y verticales, dividían sus mejillas, como si fueran meridianos terrestres. Estaba loca por él. Le provocaba palpitaciones imaginar la tosquedad de esos dedos en la piel de su vientre.
Cuando hacía la compra semanal, Pili pasaba por el pasillo de conservas adrede, se detenía en las latas de lactarius deliciosus en trozos o enteros, porque le recordaban a él. Suspiraba mientras recordaba la última conversación, aquella misma mañana
El guarda jurado tenía una sabiduría pasada de moda, preñada de palabras que parecían inventadas o más propias de un micólogo puntilloso que de un guarda con licencia de armas.
-Humm, qué interesante así que esa seta brota de esclotico… perdona, pero es que no se me queda ningún nombre, son tan enrevesados.
Evaristo había sonreído, con indulgencia. Sostenía la guía con delicadeza, pasaba las láminas coloreadas con precaución para no romperlas. No le importaba que Pili no distinguiera apenas un champiñón de un cantherellus. Sentía la misma emoción por ella, incluso más, que cuando descubría el sombrero respingón de una canocybe filanis, su hongo preferido.
-Que es un carpóforo que brota de un esclerocio, es bien fácil, mujer.

-¡Qué bonito es y cuánto sabes!
Pili aspiraba a pasar el resto de su vida con el guarda jurado, por eso en su dedicatoria quiso dar buena impresión al usar la frase de un libro que no había leído, se lo había recomendado, con efusión, una amiga que trabajaba en la FNAC. Rubricó la frase de las Memorias de Adriano con otra de su cosecha:
Para que nuestras esporas florezcan en el árbol de la amistad o... del amor. 

Evaristo le agradeció el regalo con un beso en las mejillas, titubeante y con intención de acercarse a los labios que Pili le ofrecía, pero no hubo tiempo de mayor acercamiento, porque el libro cayó al suelo, y el ruido les sobresaltó.
Al día siguiente Evaristo le entregó una postal con la foto de un bosque de hayas de Irati en la que había escrito con caligrafía borrosa e insegura: 
Hasta ahora he sido un claviceps purpurea, a partir de ahora seremos un collybia Fusipes.

viernes, 2 de octubre de 2009




En la corte de cierto emperador, cuyo nombre y año subió al trono omitiré, vivió una dama que aún sin pertenecer a los rangos superiores de la nobleza, había cautivado a su señor hasta convertirse en su favorita indiscutida.
El fragmento pertenece al Libro de Genji, novela escrita por Murasaki Shikibu, una mujer que vivió entre los años 980 y 1050 d.c ;relata la vida cortesana en dicho período y es considerada la primera novela, precursora de Tirant lo blanc, El Quijote - la similitud del arranque es asombrosa- y del resto de novelas europeas escritas cinco o seis siglos más tarde.
En 54 capítulos Murasaki Shikibu nos cuenta la vida amorosa el príncipe Genji, el hijo guapo y seductor del emperador, el trasiego de cartas y notas entre las distintas y variadas conquistas amorosas de Genji sirve para que el lector conozca la vida cortesana de éste período. En el circulo del emperador la vida transcurría pendiente de los placeres y el refinamiento cultural con el que se entretenían apenas unos millares de personas de la corte imperial. Las penalidades de los súbditos les eran desconocidas, entre otras cosas porque la gente sin rango era despreciada por considerarlas no humanos. En ése mundo etéreo de emociones Shikibu mostraba la sensibilidad de Genji en el siguiente poema : De esta vida tan frágil como la crisálida de una cigarra, estaba ya cansado, cuando me llegó vuestro mensaje y me dio aliento para volver a vivir.
Las misivas amorosas estaban escritas en Tanka, poemas precursores del haiku; Shikibu nos da cuenta de la tristeza de Genji, que gozaba de bellas y sofisticadas favoritas, porque la mujer que desea, Fujitsubo, cortesana que habitaba en el jardín de las glicinas, nunca será suya.

Grabados japoneses, ilustración del Libro de Genji. s. XIII
Ilustración leyenda de Kitamo Tenjín.
Museo Nacional de Tokio.

domingo, 27 de septiembre de 2009

Apoderada



En algunos raros casos, existe una sutil diferencia entre el enamoramiento loco y el cuerdo, la frontera entre uno y otro permanece invisible para el observador distraído. Sucede así con los gemelos, aquellos que son indistinguibles hasta para su propia familia. Quizás una leve inclinación de la ceja derecha, o bien el iris media tonalidad más clara, en todo caso, sólo el ojo experimentado puede apreciar los rasgos que definen las particularidades de dos individuos idénticos.
Encarna padecía de amor loco, aunque nadie lo diría porque su conducta era modélica y no había en ninguno de sus actos asomo de las obsesivas y recurrentes manías que caracteriza a quien padece de tal mal. No hablaba de él con nadie, tampoco perdía las horas en  investigaciones sobre sus actividades actuales y pasadas. No se devanaba los sesos con el análisis minucioso de las palabras de su amado, interpretadas según el humor del momento, con este o aquel sentido oculto. Encarna disimulaba su locura con éxito. El aire de serenidad y aplomo que mostraba era un imán que atraía hacía sí a compañeros y clientes de la  oficina bancaria. La tenían por persona cabal, la consejera financiera más inteligente, la orientadora sentimental más sagaz y sensible

Encarna era apoderada y, en un futuro no muy lejano, directora de la pequeña sucursal del pueblo, y más adelante, con toda seguridad, la ascenderían para trasladarla a la central, en la ciudad. Su competencia profesional le auguraba un futuro de lisonjas sociales y reparto de beneficios, sin embargo, alguien había hecho una gran trastada en la caja. Alguien tenía la mano muy larga. El destino lo vistió como un hombre bajito, con pelo cortado al uno y poseedor de dos teléfonos móviles que siempre llevaba en su mochila, con el resto de herramientas laborales.  El destino lo condujo hasta la oficina de Encarna con el objetivo de solicitar un crédito y evitar el embargo.

-¿Posee inmuebles de su propiedad?
- No.
-¿Avales o bienes que puedan garantizar el crédito en caso de impago?
-No.
Encarna miró al peticionario, o sea, al hombre que tenía delante, mal sentado en el borde del sillón mullido y supo, la voz interior le gritaba hasta ensordecerla, que ése desharrapado y ella compartían la misma línea del destino. Como Romeo y Julieta.
 -¿Está usted casado?
-Sí
-¿Hijos?
-Tres
La declaración de paternidad unida a la ruina económica la enloquecía, insistió:
-¿Su mujer  trabaja?
-No.
-¿A cuánto asciende su solicitud?
-Pues...a doce mil euros.
-¿Solo?
-¿Es que puedo pedir más sin tener nada detrás que me avale?

-Claro, si lo sabré yo. Pida, no se quede corto
-¿Treinta mil es mucho?
Las manos de Encarna caminaron sobre el teclado del ordenador hasta alcanzar la pantalla:
-No, es poco, según indica este modelo que estoy viendo, le vamos a dar cincuenta mil con un interés al cuatro por ciento en treinta años.
-¿Pero… eso se puede...?

Una sonrisa pacífica acompañado de un leve suspiro confirmo al peticionario que sí, que se podía. Desde ese jueves del mes de septiembre de 2008, Encarna  
recibe todas las semanas a su amor secreto en el despachito acristalado,para entregarle los quinientos euros por semana, sin papeles de por medio, ni firmas, ni corredores de comercio. Para colmo, tampoco le aplica el  tae.
El recelo del peticionario desapareció la segunda semana, el día que Encarna le confesó que ese dinero que le regalaba pertenecía a un fondo financiero de alto riesgo, que ya había quebrado cuando lo de Lehman Broothers.
-Ese dinero lo tenía apartado para ayudar al prójimo. Lo he endosado a las pérdidas por transacciones arriesgadas ¡Que les den morcilla a los de Wall Street!
-Eso, que les den, pichoncita mía!- Contestó el peticionario, medio enamoriscado de la perturbada que le pasaba el sobre semanal, con puntualidad de reloj atómico. 

Ilustraciones, National Library of Medecine.
Anatomía de la mano, Finletti Odorado, 1513-1638 y
Cavidad torácica, William Fairland, 1880.

domingo, 20 de septiembre de 2009



El año 1630 en Milán se propagó la peste y se extendió un rumor, un bulo criminal que culpó a un barbero y a un inspector de sanidad de empozoñar mediante ungüentos y otras artes a los vecinos de la ciudad. Los jueces condenaron a esos dos pobres desgraciados a sufrir tortura y a ser demolida la vivienda, erigiéndose en su lugar una columna, la columna infame con una inscripción para la historia donde se informara del despreciable delito y de la sentencia que se dictó contra los culpables. Antes del proceso los dos hombres fueron torturados atrozmente hasta que confesaron su culpabilidad, después, la sentencia les condenó a morir atormentados. Ciento cuarenta y siete años más tarde de este terrible suceso, el escritor italiano Alessandro Manzoni, recuperó la historia, indagó en los documentos judiciales y actas relatando con escrupulosa contención emocional, el ambiente de miedo que se vivía en la ciudad, la absurda base procesal sobre la que construyeron los jueces la acusación, arrastrados por la cruel y alocada muchedumbre que reclamaba la condena y muerte de los que habían esparcido así la peste : «cuerpos de hombres, niños de leche, apestados vivos puestos a hervir en una caldera...» Sierpes también, claro es. Los polvos así confeccionados se soplaban con ciertas cañitas sobre tiendas, iglesias, confesonarios.

La muerte de Sócrates. Jacques-Louis David. 1748-1825
Martirio de San Andrián. Pintura francesa, 1480.
Metropolitan Museum NY.


domingo, 13 de septiembre de 2009




- De todas las escuelas de pensamiento económico, ésta es la más superlativa, te lo digo yo que he recorrido unas cuantas. Desde que recalé en la London Economics School, ya te digo. Ahora, en Harvard, estoy entre la créme de la créme y el próximo año, en  Davos, presentaré la ponencia Who's learn the classics and plays golf? 
-¿Qué? te has quedado planchao, no te lo esperabas. Pues sí, el chairman de mi seminario sobre nuevas estructuras económicas en el tercer milenio. Te lo traduzco para que lo entiendas, porque el título original está, como Dios manda, o sea en inglés- pues eso, que el chairman me ha propuesto una charla en Davos,  será la culminación de mi carrera. Es que no podía ser de otro modo, en mi formación he perseguido la excelencia desde que iba a párvulos y a mi edad, que ya voy a cumplir 44 se te hace raro ¿no?. Ya sé que parezco mucho más joven, es el golf, la vela, correr diez kilómetros diarios y las chicas siempre, a diario, je, je, je. Lo entiendes ¿no?, cumplo a rajatabla lo de corpore sano in mens sana, y no es raro que me echen treinta y pocos y que no aparente los cuarenta y cuatro castañazos que me caen ahora. A lo que iba, en Harvard solo admiten a los mejores, es así , te guste o no, y yo estoy entre ellos; mi esfuerzo me ha costado, una vida de dedicación al estudio. Sí, puedo decir que me he forjado a mí mismo y que me siento orgulloso de mi papel en este mundo. La economía y las finanzas pueden orientarse con un sentido ético, eso lo he aprendido en el seminario, y voy a practicarlo en cuanto regrese a la empresa. Todos podemos trabajar con una dimensión ética y entonces el trabajo se convierte en bien universal, en un valor de cambio. ¿Me oyes? Pero ... no a ti no te interesa la cultura ni las altas finanzas, y ¡hala! te has quedado dormido. Qué pobre desgraciado has sido siempre y lo seguirá siendo, qué poco sentido ético tienes de tu papel en el mundo. Si ya desde chaval te importaba todo una higa, y ahí están los resultado, siento decírtelo pero como estás dormido ni te vas a enterar: eres un don nadie, y por si eso no fuera suficiente, eres poco agraciado, o sea feo, y monolingüe y no tienes ni un mísero máster en MBA. ¿Qué coño de contribución vas a hacer a la humanidad? 
-Perdón, ¿decías algo?
-No.
-Me ha parecido que me preguntabas, mira, creo que ya hemos llegado, anda acércame la mochila.

-Te olvidas el libro.

-Lo dejo ahí para que alguien lo aproveche, total, yo ya lo he leído.
-¿Y de qué va?
-De chorradas, de que si quieres de verdad algo lo vas a conseguir
-¡Qué gilipollez! aquí estaría yo a mis cincuenta y ocho años en una mierda de autocar, junto a otros desgraciados, en un pueblo perdido de Francia para trabajar en la vendimia, pues no habré deseado yo vivir como Dios... no sé por qué te gastas la pasta en esas majaderías de crecepelos con letras.
-Otros se lo gastan en el Interviu.
-Pues más vistoso es el Interviu que ese libraco, a tus casi cuarenta y cuatro años Manuel, ya es hora de que te sueltes un poco, que eres un estreñío y un místico.
Los dos hombres, con sus mochilas colgando, del hombro se añadieron a la fila para bajar del autocar y dirigirse a los barracones, donde el capataz de "Vignoble des Maurins" preparaba la bienvenida.




Ilustraciones, representación egipcia de elaboración de vino.
Miniatura (c.a 1500)
Archivo de la NYPL.

domingo, 6 de septiembre de 2009


Para mantener alejado el mal, la ilusión de vencer las influencias malignas, la humanidad ha inventado ritos, ha creado objetos y ha recitado invocaciones con la esperanza de alejar los demonios; cualquier espíritu diabólico que ronde una casa con una imagen apotropaica en la entrada sabrá que deberá buscar otra, libre de esa protección. En algunos pueblo de Aragón y Castilla existen junto a las iglesias o como parte de las mismas, un espacio llamado conjuradero donde el cura reza el tentenublo con el fin de alejar lo maligno personificado en el pedrisco que arrasa cosechas. En el Ampurdán, en los pueblos del Pedraforca, y en la mayoría de pueblos levantinos, se pintaban las ventanas y las puertas con añil para ahuyentar las brujas.




En las iglesias, de cualquier confesión, las piedras sirven para erigir esculturas que la protejan o para gravar en ellas oraciones y conjuros que convierten el edificio en una templo sagrado a salvo de todo mal. En los juegos infantiles, sea aquí o en oceanía, los niños marcan un espacio simbólico donde se refugian para evitar ser alcanzados por el espíritu que acecha para llevárselo, el hombre del saco, el sacamantecas, la bruja pirula o el espíritu del tigre .


Ilustraciones:
Pintura de William Blake.
La Virgen de las rocas - detalle del ángel. Leonardo Da Vinci
Invocación de El Zohar.
Gárgola de la iglesia de Chartres.

martes, 1 de septiembre de 2009

El lenguaje de los pájaros





-¡El niño es un auténtico cabrón! Y no sabes ni quieres saber la clase de individuo que estás educando.
-¡Bah! Eres un exagerado, el niño es travieso, como todas las criaturas a su edad.

Rita cambió los pañales a la criatura, que respondía al nombre de Santiago, "Tago" para la familia. Cuando acabó de asearlo, lo sentó en su silla, le acarició con el dorso de la mano la mejilla de piel sonrosada y besó los ojos vivarachos. Qué bien hueles, cielo mío y qué celos te tiene tu padre, pero tú no sufras que mientras yo esté aquí, nadie te hará daño. Tago dejó caer la cabeza sobre el pecho. Lo entiendes todo ¿verdad? Y Tago respondió con una mirada en escorzo, casi sin parpadear. Sonríes porque sabes que tengo razón. Hala, te quedas ahí un rato y le haces compañía a Tibi.
Tibi era un periquito inglés de plumaje color turquesa que había cumplido cinco años, la misma edad de Tago; fue el regalo de nacimiento de su madrina con el propósito, según ella, de que le sirviera a Tago para superar la enfermedad. 

-Me habría gustado regalarle un caballo porque he leído que los caballos ayudan a niños con problemas, pero, luego he pensado que dónde ibais a meterlo y claro, me he decidido por un periquito inglés que dicen que son lo más listos.

Mientras la madrina, que no era otra que su cuñada Fina, hermana de su marido, ofrecía la jaula con el periquito, Rosa pensó que debía ser genética la mala leche porque de lo contrario era inexplicable que su marido y ésa cínica compartieran el mismo carácter y tuvieran tal desfachatez. Un caballo, decía que quería comprarle a Tago, como si la rácana se hubiera gastado alguna vez algo decente en un regalo apropiado
-¿Y no has pensado en comprar un delfín?

-Pero Rita y dónde ibais a meterlo, por Dios, que yo al pobrecito le compro lo que le haga falta, pero si por no tener, no tenéis ni bañera entera en este pisito raquítico.


-No vuelvas a llamar a mi hijo pobrecito y te metes el periquito por la oreja, a ver si te enseña a piar y dejas de decir chorradas ¡falsa! El periquito se quedó en la casa porque entretenía al niño.

El nacimiento de Tago  provocó dos secuencias, la primera, que su cuñada le guardaba el aire desde entonces; y la segunda, el descubrimiento de un amor inconmensurable, como nunca había sentido antes, hacia ese niño, su hijo, que sólo se comunicaba con gestos y gritos. No necesitaba más porque ella sabía exactamente qué quería, qué sentía, qué le gustaba y podía interpretar todas las modulaciones de sus roncos gemidos.
-Y otra cosa te digo: es la última vez que hablas así de Tago, y menos estando él delante.
-Pero si es un trozo de carne que no se entera de nada y sólo grita, por tu culpa, que solo sabes consentirlo.

Rita miró a su marido, en camiseta con el símbolo de la discoteca Pachá  en el centro de su barriga, pantalón corto, repantingado en el sofá, con un plato de cacahuetes delante y la tele encendida. 

Dirigió la mirada hacia Tago y el periquito, ambos en el balcón, en la tarde calurosa de verano y comprendió el lenguaje secreto con el que se comunicaban el pájaro y su hijo. Un sonido largo del periquito, prrirrirri, era contestado por un corto gemido del niño, ahhhh. Durante varios minutos siguió, sin entender, la conversación entre las dos especies, maravillándose frente a esa inteligencia sobrenatural que unía en un mismo lenguaje a las dos criaturas y por un instante comprendió y se hizo cargo de su insignificancia frente a la grandeza de lo que estaba sucediendo en el balcón. Entonces se le ocurrió una idea, o más bien, fue una iluminación un soplo celestial porque, sin reflexionar, sin saber la razón, pronunció la siguiente frase. .
-Julián, ese hijo no es tuyo.
-¿Ehhh?

Así fue como la declaración de Rosa provocó un ictus cerebral en su marido. En pocos meses, en cuanto le dieron el alta en el hospital y pudo regresar a casa, 
Julián habló, por fin, con su hijo. Por las tardes Rosa dejaba solos a los tres, el periquito sobre la mesa supletoria entre las dos sillas de ruedas, para que pudieran conversar a sus anchas mientras ella se iba a trabajar




Ilustraciones: Giambapttista della Porta
De humana physiognomonia libri IIII .
National Library of Medecine. Unites States