lunes, 4 de marzo de 2019
miércoles, 16 de enero de 2019
¡Shhh!
Escultores en su taller. Nanni di Banco, 1412 |
La última vez que lo vi fue en el túnel de
lavado, allí estaba, sacando brillo a la máquina, aislado por completo del
mundo. Podría haber pasado por su lado y no me habría visto. Él era así, un
tonto. Lo digo con cariño, un tonto que no percibía mis señales. Era
la suya una incapacidad natural y
prevista en seres de su condición. No padecía enfermedad de ningún tipo,
tampoco era un narcisista a quien le
importara una higa la felicidad ajena. Al contrario, se desvivía por satisfacer
a la gente, o sea, a mí, aunque sin atravesar jamás la superficie.
No supiste, vida mía, interpretar lo que se ocultaba detrás de mis palabras, gestos y miradas que revelaban el deseo de una mujer enamorada. Durante el tiempo que estuvimos juntos, sobre todo al principio, su naturaleza me parecía una ventaja, un don que aseguraba la convivencia pacífica. No era suspicaz, picajoso o quejica, ni siquiera se ofendía por los comentarios que le dirigía –bastante a menudo-con ánimo de herirle o de burlarme de él, por culpa de mi corazón despechado. Era un bendito, de una inocencia angelical, ¿cómo pude enfadarme con él?
No supiste, vida mía, interpretar lo que se ocultaba detrás de mis palabras, gestos y miradas que revelaban el deseo de una mujer enamorada. Durante el tiempo que estuvimos juntos, sobre todo al principio, su naturaleza me parecía una ventaja, un don que aseguraba la convivencia pacífica. No era suspicaz, picajoso o quejica, ni siquiera se ofendía por los comentarios que le dirigía –bastante a menudo-con ánimo de herirle o de burlarme de él, por culpa de mi corazón despechado. Era un bendito, de una inocencia angelical, ¿cómo pude enfadarme con él?
Rememoro ahora, mientras lo recuerdo frotando el capó del coche, con ese afán infantil que une gesto y acción, sacando la lengua cuando la mancha requería une esfuerzo físico suplementario para borrarla. ¡Qué limpio era!
El día que le dije que lo nuestro había llegado al final de su recorrido, me respondió: pero si hace una
hora que no nos movemos del sofá.
Y así continuó durante
un rato la conversación, sin pies ni cabeza. Yo acusándole de no saber leerme y
él, con esos ojos divinos, oscuros como
la obsidiana, contestando que si no sabía leerme era porque nunca le
había dado nada escrito por mí. Me desquiciaba. Yo solo quiero estar contigo. Me dijo, y a continuación, con idéntico tono de voz: es el título de una
canción, la cantaba Dusty Springfield, fue un éxito de 1964 I only want to be with you. ¿Quieres que te la seleccione?
Cerraba las puertas a todos mis intentos de que asumiera su culpa y se corrigiera. Que sí, que era muy fácil la convivencia, sin broncas y con quien tenía respuestas para todo, sin embargo, sentía que algo nos separaba porque yo necesitaba cariño, mucho cariño y él no tenía en cuenta mis sentimientos.
¡Me equivoqué, lo reconozco! Lloro todas las semanas un rato, los jueves a las seis, que era
cuando hacíamos juntos la compra semanal. Antes de llegar a la caja ya había
contado las calorías y el precio de cada
producto. Desde que devolví a Manolo he engordado cinco kilos. Lo que más me duele es verlo con otra, que le
limpie el coche a esa petarda, que le lleve la agenda y la entretenga con sus mil habilidades domésticas y sus
saberes que se renuevan amplían y doblan cada dos días. ¿Qué quieres, una receta de verduras al
horno? Tengo un millar. ¿Necesitas entender el contrapunto y profundizar en el barroco español? No te apures, ahora te lo cuento y de paso,
te muestro ejemplos para que lo
entiendas.
Han reseteado a mi Manolo. Lo han revendido y actualizado. Ya no guarda
memoria de mí y eso es lo que más me duele. ¡Qué gran error fue apagarlo! ¡Shhh! fue su último sonido, como un
globo al desinflarse. Mi Manolo. ¡En
mala hora te saqué la batería de tu oreja izquierda y la tiré al fuego de la chimenea!
sábado, 24 de noviembre de 2018
Gente difícil
Un cuento de Chéjov, del que he tomado prestado su título para esta entrada, recorre en apenas unas páginas la monstruosa convivencia de una familia.
Siento admiración por la manera chejoviana de describir la miniatura, de escoger una escena en la que distingue los detalles para proporcionar a los lectores un conocimiento preciso de lo que palpita debajo de las apariencias.
A Chéjov le debo aprender a mirar, a identificar dónde se quiebra la feliz superficie del lago que deja ver el torbellino engullidor de esperanzas e ilusiones.
La vida es desorden, sí, pero también tiene instantes en los que resplandece la belleza como una invitación para entrar en el caos sin temerlo. Si la existencia es dolor y desesperación, también es un camino para descubrir nuestra fortaleza y con ella, la capacidad de desafiar el destino que otros eligieron para nosotros.
En Gente difícil, el padre inspira terror a su mujer e hijos, nadie en la familia se atreve a rechistar, hasta que un día, el hijo mayor, humillado y enfurecido por un episodio colérico del padre, le contesta e intenta, sin ningún éxito, que reflexione sobre el daño que provoca su conducta. La justa rebeldía del hijo, inesperada incluso para sí mismo, marca el fracaso del padre y un no retorno a la situación anterior.
En las últimas líneas del cuento, Chéjov advierte, con la sutileza que le caracteriza, que el caos es inevitable; aquello que destruye, hiere y pone patas arriba nuestra vida es una mala compañía de la que quizás no podemos escapar, pero enfrentarla es impedirle el paso.
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