William Orpe, Self-portrait, 1910. The Metropolitan Museum of art. |
Hace unas semanas, un suplemento literario publicó un artículo sobre un autor misterioso: Trevanian. Tengo los tres libros que se publicaron en España, La sanción del Eiger -se hizo una película con Clint Eastwood de protagonista- La sanción del Loo y Shibumi. Durante un tiempo, un mes más o menos, leí a Trevanian y Dorothy L. Sayers, mientras en el tocadiscos sonaba Breakfast in America de Supertramp, que entonces me gustaba mucho y ahora no tanto.
Los dos escritores, tan distintos, tenían como protagonistas a individuos cultos y sibaritas, en especial Jonathan Hemlock, profesor de arte, que mata por encargo, vive en una iglesia rodeado de pinturas de grandes artistas y es el tipo duro que se las sabe todas; en cambio, Dorothy L. Sayers, tiene a Lord Peter Wimsey, cuyos recursos intelectuales y astucia son más que suficientes para descubrir al asesino. No mata ni se le ocurre usar la violencia física, en todo caso, algún empujón y sólo para zafarse de perseguidores y en legítima defensa.
He vuelto a Trevanian, y he tenido que dejar el libro al cabo de pocas páginas, por aburrimiento.
Dorothy L. Sayers sigue magnífica e indestructible, y su personaje, Lord Wimsey, tampoco decepciona. En la novela, El misterio de Bellona Club, el detective que lo es por ayudar a los amigos y sin ánimo de lucro, está leyendo un ejemplar del siglo XIV, de Justiniano, que le produce un placer muy especial. Así que tenemos a un hombre que disfruta leyendo la compilación de Derecho Romano, y eso no es todo, cuando le interrumpe el mayordomo para informarle de una visita que le priva de tan agradable lectura, musita: ¡Diantre!
La escritora británica publicó su primer novela en 1923, el Londres de la época, las costumbres y usos sociales han desaparecido, pero Lord Wimsey nos trae noticias de la sociedad, la de antes y la de ahora, con toda la carga de hipocresía y mezquindades; también generosidad y una comicidad basada en las incongruencias del comportamiento humano, que nunca pasa de moda y que la escritora supo analizar con delicadeza sin despreciar la sorna.
Mi intención hoy era escribir de Machado de Assís y de su novela Memorias Póstumas de Brás Cubas, pero se me ha ocurrido poner a Supertramp en Spotify -en un ataque de nostalgia dominguera- y ya se sabe que la evocación de tiempos pasados es traicionera.
De la mano de It's raining again, me he desviado de mi propósito y ahora ya es tarde. Sólo diré que el escritor brasileño del siglo XIX, Machado de Assís, concibe en estas Memorias Póstumas un retablo moral, irónico y bien hilvanado. Es la crónica de un muerto que se empeña en contarnos sus inventos y andanzas mientras reflexiona sobre la teoría filosófica de un loco.