domingo, 10 de julio de 2016

Fantasmas y aparecidas


Pesadilla nocturna. Füssli, 1802 


Cuenta el poeta Coleridge que una mujer se le acercó  para preguntarle si creía en fantasmas y aparecidos: "Le contesté con veracidad y sencillez: no, señora, he visto demasiados  para creer en ellos". En versión gallega: eu non credo nas meigas, mais habelas, hainas.

Según la RAE, el aparecido es el espectro de un difunto. Ya sabemos que no existen pero cuando se aparecen es por algún motivo importante, jamás por capricho.  Hace unas noches, en la oscuridad de mi patio, tumbada en la hamaca, miraba el cielo. La luna nueva facilitaba la contemplación, agucé todo lo que pude mi miope mirada para descubrir el brillo de Júpiter, la apagada luz de Saturno y Marte, planetas en hilera frente a la constelación de Libra. Según me informó antes mi libro de astronomía para aficionados. Al mismo tiempo, y a ciegas, sorbía con caña una horchata casera. La atmósfera era perfecta, el aire tibio y las campanas de la iglesia anunciaban las doce.

Me sentía tan feliz que cerré los ojos para concentrarme en ese instante para  guardarlo en la memoria. El aroma del  jazmín real, el mismo que sirve para ensartar las biznagas malagueñas, me emborrachaba de dicha. Esta cursilada que acabo de escribir refleja con exactitud aquel estado mental de arrobo nocturno. 
Guiñé los ojos para enfocar mejor las estrellas, churrupée  la bebida, creí ver un meteorito en paso fugaz, pero enseguida advertí que la luz estaba muy cerca, entre los tiestos de lavandas. Frente a mí. 

Era el resplandor de la aparecida que al principio confundí con una vecina emboscada. Deduje su naturaleza fantasmal porque no tenía cuerpo, solo un halo blancuzco, como una gasa que cubriera su cuerpo inexistente. Carecía de rostro, pero a mi se me antojó ver dos ojos y una prominente barbilla. Fiel al protocolo paranormal, le pregunté: qué quieres, quién eres, por qué a mí, no me pidas cosas raras...

Soy  Yvette Guilbert, cantante de vodevil, que gané fama con la canción Madame Arthur, cuya letra fue escrita por el escritor Paul de Kock. Unas semanas antes de morir prometí leer toda su obra. Una locura, pero estaba tan contenta que me dio un repente de agradecimiento. Sería por efecto del pastís. Apenas leí unas páginas de sus  Mémoires  ¡zas, palmé!  Quiero que me sustituyas, cumple tú por mi, lee lo que yo no pude leer en vida para  que al fin  pueda descansar. Seamos amigas. ¿Quieres?  




De acuerdo, dije con irreflexiva prontitud.  Desapareció el espectro, se acabó la horchata, llegó la calor y  hoy, decidida a cumplir mi promesa, me entero que el tal Paul de Kock  (1794-1871) se hizo famoso con su primera y picante novela Georgette. Contable de profesión, dejó de trabajar de chupatintas en un banco para convertirse en  littérateur industrielle, al estilo Dumas. Ocurrió en 1820, cuando Francia fue pionera en tecnología impresora. En esa época, se multiplicaron las ediciones de libros y  florecieron las librerías. En el año 1827, por ejemplo, se publicaron 537 títulos nuevos de poesía. La lectura se universalizó, sobre todo en París. Había un total de 4.500 trabajadores censados en las imprentas de la ciudad, un cuerpo instruido que en los años siguientes tuvo mucho protagonismo durante las revueltas sociales.          

Pero no perdamos el hilo, el señor Paul de Kock, sistematizó la escritura, se rodeo de ayudantes para producir cuatrocientas novelas y  doscientas obras de teatro. Rico, le pagaban 20.000 francos por novela, vivió como un marqués. De su pasada fama quedan hoy tres frases de calendario (que es lo único que leeré de él).

Perdóname, Yvette, me has pedido un  imposible. 400 novela y 200 obras de teatro seguirán sin lectora del siglo XXI, y tú,  continuarás vagando en las noches de verano, tiempo propicio para sueños y promesas que jamás se cumplirán. Como escribió Paul de Kock, en el colmo del utilitarismo social: si pretendes conservar la amistad no pidas ni concedas favores a tus amigos.

 
                         
                   





lunes, 30 de mayo de 2016

La elocuencia de las cosas


Mano de mortero de Papúa- Nueva Guinea,  6.000 a C. Museo Británico 



La mano de mortero ha sido un utensilio imprescindible durante miles de años, ha servido para moler y mezclar, pulverizar alimentos y hacerlos digestibles. Quizás sea el objeto humano más valioso y decisivo para el desarrollo de la humanidad. La mano de mortero que ilustra la entrada está expuesta en el Museo Británico, es originaria de Papúa-Nueva Guinea,  de una antigüedad en torno a los seis mil años a. C. 

El origen y fecha del utensilio, con la precisión que hoy en día permiten los instrumentos de datación, significa que en esa zona del mundo ya existía agricultura en esa fecha  y, a la vista de la belleza de la mano, también un sofisticado arte ornamental. Varios morteros encontrados en el mismo yacimiento confirman que estábamos equivocados: la agricultura no nació  en Oriente Próximo.

La historia del mundo  en 100 objetos, de Neil Mac Gregor, director del Museo Británico hasta 2015, explica las últimas teorías de la evolución social humana, y lo hace siguiendo el rastro de los objetos, intencionadamente se aleja del texto, de la cultura escrita. Nuestra historia, desde la invención de la escritura, es demasiado breve, tiene muy poco recorrido para entender como hemos llegado hasta aquí. 



El autor y sus colaboradores desprecian los grandes hechos históricos, linajes,  batallas y revoluciones  para centrar su atención, por ejemplo, en esa piedra tallada en la que dos amantes se abrazan y que bien podría interpretarse como la representación del amor romántico, miles de años antes de que le diéramos ese nombre. La piedra, un canto rodado que fue trabajado para mostrar la unión física de  dos cuerpos, se remonta a nueve mil a. C.  En la escultura no hay señal de sometimiento ni brutalidad, es un intenso y tierno abrazo entres dos personas, en las que no se distingue el sexo. ¿Se puede ser más moderno?

Amantes de Ain Sakhrim. 9.000 a.C. Museo Británico 


La historia del mundo en 100 objetos, versión escrita de los programas que se emitieron en la  BBC y que su director, coordinador del programa radiofónico, ha  convertido en un extraordinario libro, en el que destaca la participación de otras voces, artistas, científicos que conjeturan, siembran interrogantes del porqué y el cómo influyó el utensilio en cuestión en el progreso de la especie

Nosotros, herederos de los escribas mesopotámicos, apenas seis mil años desde la invención de la escritura, estamos saliendo del cascarón en esta larga historia que nos precede. El texto  desvirtúa los hechos, de sobras lo sabemos, porque es fruto de nuestra visión personal, de los olvidos, manías, desprecios y simpatías que inspiran el relato escrito. En cambio, los objetos, como los cadáveres para los forenses, cuentan con precisión y para quien sepa ver, la biografía completa desde su nacimiento y hasta la jubilación. Son inanimada vida que habla por los codos.     
               

         

sábado, 23 de abril de 2016

Azar, el desenlace del argumento

Marilena Preda Sanc. Globe, 1999. Bienal de Bucarest


Creo que fue el escritor Julian Barnes quien defendió que el uso del azar, ese recurso que ata cabos inverosímiles, estropea un buen argumento. Acabo de comprobar que  su novela, El loro de Flaubert, arranca con la coincidencia de dos bibliófilos que se disputan el libro Recuerdos literarios, de Turgenev, y cómo esa casualidad dirige la atención hacia unas cartas, setenta y cinco, escritas por Flaubert y una joven institutriz inglesa.

Julian Barnes, quizás estoy equivocada y no es el autor de esa frase, fue pródigo en reunir coincidencias en el tercer capítulo de El loro de Flaubert. No desmerece la novela que el azar aparezca para unir intereses intelectuales y servir de pretexto para la historia.

Se trata de ficción no de atestados judiciales, y en todo caso, ¿por qué las  coincidencias, por muy enrevesadas que sean,  malbaratan una novela?  En la vida hay circunstancias tan insólitas que parecen inventadas por una mente paranoica, y si alguien lo duda que repase la prensa de estos últimos meses. La realidad política y social es un argumento descabellado y delirante.

La casualidad, lo inesperado, aquello que cambia el destino de una persona es una típica y recurrente fábula para ilustrar la fragilidad humana. Ya lo sabemos, no somos nada y dependemos de sucesos que están fuera de control. Nos sentimos ávidos del conocimiento de la verdad que oculta la ciega lotería de la vida. Quizás esa sea la única razón de la literatura: la búsqueda de los resortes misteriosos que atraen asombrosas casualidades, esas que determinan la suerte o desgracia.  

Los buenos escritores ayudan a comprender el mundo, lo visible e invisible. Somos nuestros vínculos, pero conocemos de ellos un ínfimo catálogo. Cuando el libro que leemos  pone a nuestra disposición una rendija de claridad para reconocer los hilos, los zurcidos y bordados de los que estamos hechos, esa literatura se convierte en una sublime coincidencia. 


Fuente Vintage-spirit.blogspot

No me molestan las casualidades que redondean una historia, ni las califico de incongruentes cuando sirven de candil para mostrar aspectos de la realidad que, sin esa luz, no veríamos. Y, desde luego, el escritor benéfico es el que se atreve a indagar, a desafiar el sentido común y los tópicos con la intención de unir -y dar significado- a los fragmentos dispersos. 

De la búsqueda de coincidencias no hay que abusar. Podemos acabar majaretas. Ni en literatura ni en la propia vida, porque la característica principal de las coincidencias, de los hechos que disparan la euforia porque confirman una intuición o revelan un misterio, es que actúan por sorpresa, sin mediar acción alguna por nuestra parte. Menos mal, de lo contrario hace siglos que el azar sería una marioneta en nuestras manos y no al revés.       

    
           

 



 

domingo, 13 de marzo de 2016

Manías y desastres


Los amantes, René Magritte


Yo no sé si existe, seguro  que sí, un tratado que describa y  nombre un trastorno que consiste en ver en una conducta humana un personaje literario. Según he leído por ahí, es inagotable la capacidad social-y farmacéutica-para psiquiatrizar las clásicas manías de toda la vida. Así que doy por hecho que tengo un trastorno susceptible de corregir. Pondré un ejemplo de mi detestable comportamiento.

Si mi amiga X me cuenta que sale con fulanito desde hace diez años, y que le gustaría, mejor dicho, se pirra, por  compartir nevera, fines de semana y armarios con él, pero que la cosa está un poco verde porque su zangolotino acompañante tiene miedo al compromiso, mi contestación es la siguiente: 

_Estás con un Marcher, y esa clase de individuos son pusilánimes, cobardes camuflados, de quienes no hay que esperar nada bueno, salvo disgustos y que su labia nos provoque descuelgue de comisuras, ojeras y hasta dermatitis del pañal, si me apuras.     

_Pero es tan inteligente y se siente tan culpable... tiene sus razones, sufre más que yo, mira qué te digo. 

_Pues por eso, es urgente darle esquinazo cuanto antes. Voy a traducir sus excusas. Miedo al compromiso  significa: yo estoy bien y  no  tengo intención de romper, sigamos así porque yo no necesito afianzar vínculos contigo ni con nadie. Vivir en la superficie, sin riesgo, pasión ni pérdidas, ni olvido, es su lema, como aquella canción de Sabina.       

Esta conversación, que se repite desde hace un lustro, no tiene efecto alguno sobre mi amiga porque ya está hecha a una relación seca y estéril. Se conforma con abrazar el miedo de un individuo. 

Hace poco me preguntó quién era Marcher. A estas alturas, pensé, la infeliz quiere saber quién es el referente de su enranciado novio. 



Le dejé a mi amiga el relato de Henry James, La bestia en la jungla

_Te presento a Marcher, el hombre sin atributos vitales. Y ella, la protagonista, podrías ser tú.Eres tú, la mujer que consume su existencia detrás de la ventana. Siempre a la espera de quien es incapaz de querer a nadie, del hombre que no toca el barro humano parar evitar  mancharse los zapatos. 

Pensé que la lectura de ese perfecta crónica del egoísmo y la cobardía causaría el efecto de una revelación, una especie de relato sanador que le curaría de su ceguera, pero  todo lo que dijo al devolver el libro fue:

_Se parece a nosotros como un huevo a una castaña. Desde luego, hija mía, qué poca sensibilidad tienes con las amigas.Prefiero Los puentes de Madison

La bestia en la jungla, de Henry James,  relato de dos vidas echadas a perder por seguir el impulso de huida en los asuntos del corazón, que son todos los que importan de verdad. 
También se puede leer como una fábula social, en la que un inane confina en la desgracia a sus semejantes cuando decide no involucrarse en el sufrimiento humano.        
 


         
                 

domingo, 31 de enero de 2016

El juego de la ilusión




Hubo un tiempo en el que el Debate dirigido hacia la pomposa búsqueda de la Verdad –incierta y provisional-congregaba,  divertía y enseñaba al público algo de provecho para la vida práctica y/o contemplativa. No se negaba la participación a quien tuviera algo que decir sobre el asunto. En aquella remota época,  imaginamos la Grecia clásica de los escépticos, quizás en Mesopotamia, en la China donde creció Confucio o en  India de Buda, la dialéctica servía -y sirve-de eficaz mecanismo para desarbolar falacias y demostrar  que se puede defender, con argumentos  lógicos,  una cosa y su contraria.


Juan Arnau publicó en 2008 El Arte de probar. Ironía y lógica en India Antigua. Fondo de Cultura Económica, 2008.   Aunque tiene las hechuras y apariencia de un texto académico, es lectura agradecida al alcance de cualquiera que quiera acercarse a la Filosofía de tradición budista e hindú, para conocer la escuela de los Vitandines, dedicados a destripar razonamientos lógicos con el fin de evidenciar la debilidad de todo argumento. 



Gracias a Juan Arnau conocemos a los seguidores del  filósofo Ngarjuna, quien  se complacía en debatir sin afirmar jamás. Pretendía demostrar que la realidad es una ilusión y que el poder persuasivo, tan querido por políticos y medios de comunicación,  radica en que sus destinatarios ignoren el mecanismo, el truco sobre el que construyen sus afirmaciones. Es en el misterio y la ignorancia donde se despliega su efectividad, tal como actúa la magia del Circo y el Teatro, espectáculos en los que reconocemos  la urdimbre del engaño.        

La lectura de El Arte de probar es un  tratamiento muy efectivo para resucitar neuronas, tan maltratadas por el griterío político y mediático. Peor que el cambio climático (caso de que tal anuncio sea cierto) porque nos están matando la capacidad de pensar por nosotros mismos, y es una contaminación de cadencia lenta, al estilo de   Kill me softly  with his song, aquel éxito de Roberta Flack.



Para quien no pueda leer el libro, aquí dejo el enlace de la conferencia  en la que Juan Arnau habló de los Vitandines, fue en  Casa Asia, el 29 de enero de 2009

El autor dedicó la conferencia a la memoria de José Luis Giménez Frontín. Merecido recuerdo para quien tuvo la perspicacia intelectual y sensibilidad sobrada para  animar la vida cultural de Barcelona durante años. Una época, ahora añorada, en la que, como en los chistes de Gila, alguien podía decir algo -inapropiado con la versión oficial- desde lo altura de la tramoya sin ser defenestrado del debate público (y que pareciera un accidente).  

sábado, 5 de diciembre de 2015

Prudencio de Pereda y el teveriano Agapito




A partir del año 1898, miles de españoles emigraron a  Nueva York, un tercio de ellos procedían de Asturias, según recoge un estudio del profesor James D. Fernández, catedrático de Literatura y cultura española en la Universidad de Nueva York.  El pico de inmigrantes españoles en la ciudad alcanzó las 30.000 personas entre 1920 y 1930, y pocos años después, la Colonia dejó de existir porque la segunda generación, hijos y nietos de los inmigrantes, eran ya estadounidenses de pleno derecho, libres del paraguas protector de los compatriotas.        

En  la  Colonia española en Brooklyn nació Prudencio de Pereda en 1912. El nombre, de resonancia aristocrática, identifica a quien escribió en inglés cuentos y varias novelas jamás publicadas ni traducidas en España. La última de las obras que escribió fue Molinos de viento en Brooklyn, publicada por primera vez en Nueva York en 1960.

Apenas nada sabía de Prudencio de Pereda, la primera información me llegó gracias al blog de Jorge Ordaz, y de la reseña de Gregorio Morán en La Vanguardia, a propósito de la publicación, por primera vez en español de Molinos de viento en Brooklyn,  en la editorial de Gijón: Hoja de Lata 


Fotografia de la exposición  la colonia española en Nueva York


La pocos datos que se conocen de Prudencio de Pereda se pueden leer en los enlaces, de manera que no voy a redundar en la biografía.

El 1 de diciembre se presentó la novela en la Librería La Central del Raval, en Barcelona. Jorge Ordaz, Gregorio Morán y el editor de Hoja de Lata contaron  las anécdotas, coincidencias, casualidades, y también los obstáculos y esfuerzos que ha costado sacar a la luz esta obra. Faltó el traductor, Ignacio Gómez Calvo para explicar alguna particularidad del original  que merezca destacar.         

Me intriga un escritor de origen español, desconocido, de vida breve -murió en 1973-sin descendientes, amigos o conocidos que puedan dar señas de cómo fueron sus últimos años y del porqué de su opacidad literaria y personal. Otra rareza es que apenas existan referencias del oficio asignado a los españoles de la Colonia neoyorkina: la venta de puros habanos falsos que era la principal fuente de ingresos de los teverianos. No hay tampoco pistas sobre el origen y etimología de la palabra que daba nombre al oficio. 





Teverianos. Suena a grupo religioso protestante de rígido código moral, al estilo cuáquero. Nada más lejos, el teveriano Agapito es un personaje simpático que puntea la primera parte de Molinos de viento en Brooklyn, y personifica al pícaro de corazón noble que jamás traicionará a los amigos. El hilo de la historia cose las andanzas del narrador, de la mano de su abuelo, con el fulgurante enamoramiento de la viuda cubana y la iniciación sexual. Es también, en el retrato del carácter desabrido de la abuela, de las devotas-supersticiosas españolas, del anticlericalismo masculino, donde asoman las contradicciones culturales. Españoles de zonas preindustriales incrustados en una sociedad remota, moderna e incomprensible, dónde era tan fácil enriquecerse como tocar la ruina.                      

La narración tiene un inicio glorioso por su sencillez, induce a adentrarse en la historia para saber en qué consistía el negocio de los puros. 

Cuando era pequeño  pensaba que la nacionalidad de una persona determinaba su trabajo. Nosotros éramos españoles, y mi padre, mi abuelo y mis tíos se dedicaban todos al negocio de los puros.

Recomiendo no empezar a leer por la noche el diario  adolescente de  Prudencio de Pereda -novela de autoficción-, porque el efecto inmediato es no pegar ojo. En caso de no seguir este consejo, difícil de cumplir en mi caso, es necesaria una linterna frontal en la mesilla, para disfrutar de la lectura sin despertar al durmiente vecino o por si hay tormenta y apagón de luz. Leer hasta las tantas es un goce maravilloso cuando el motivo es una buena historia, bien contada y con un magnífico epílogo. 





                

domingo, 1 de noviembre de 2015

La servidumbre de la cofia




¿Por qué es tan fácil encasquetarse la cofia? Qué lejos queda aquel simbólico quitarse las libreas, como acto de libertad contra la Tiranía. Aquí estamos, a punto de sobrepasar el primer tercio del siglo XXI, siervos y enfermos de una ceguera intelectual y emocional que no parece tener cura por el momento.  

En su Discours  de la servitude volontaire -Tratado contra la Servidumbre Voluntaria- escrito por Étiene de La Boétie a la edad de dieciocho años, se pregunta cuál es la razón del consentimiento que nos convierte en siervos y por el que abdicamos de nuestra condición de seres libres. 


La Boétie lo escribió en 1548, en el contexto de las guerras de religión en Francia entre protestantes y católicos. El Tratado es una indagación y también un rechazo directo, y muy bien argumentado, contra el Absolutismo. En mi opinión,  es un texto político que induce a escarbar en el pozo oscuro de las emociones humanas.  Veamos una de sus frase: en la obstinada voluntad de servir el amor a la libertad desaparece.   

Matanza de San Bartolomé. François Dubois, 1572

Claro, Étiene de la Boétie,  si perdemos de vista nuestra libertad personal y colectiva para entregarla a un tercero, caemos prisioneros en nuestras propias bridas. Los ejemplos abundan y están por doquier.¿Qué explicación tiene que en sociedades modernas, sean democracias liberales o socialdemocracias, la gente entregue su voto a quienes les recortarán derechos y libertades conseguidos hace menos de cien años, para obtener un imposible bien superior personificado en un ideal patriótico, religioso o xenófobo? 

El Discours de la servitude volontaire, se publicó en 1574, once años después de la muerte de La Boétie a la edad edad de treinta y tres años, gracias al empeño de Michel de Montaige. La simpatía de este último por el texto y su autor, salvó del olvido estas páginas, apenas 20, de enriquecedora lectura, en las que asombra la erudición y sentido común del joven pensador.        



Casi cuatro siglos después, Peter Washington, en el El Mandril de Madame Blavatasky ha escrito una excelente y bien documentada exposición del origen, contradicciones y embustes de las sociedades espiritistas, teosóficas, New Age y asimiladas, que recorren el mundo occidental desde mediados del siglo XIX hasta finales del XX
   
¿Y qué relación tiene La Boétie con El Mandril de Madame Blavatsky?  Palmaria, porque desvela la fascinación, la atracción fatal  que impulsa, contra toda racionalidad, a  echarse en brazos de causas y creencias que llevan consigo, en no pocas ocasiones, la autodestrucción anímica, cuando no física y económica. 

Aldous Huxley, Aude, Katherine Mansfield, el arquitecto Frank Lloyd Wright y su esposa. Científicos,artistas e intelectuales cayeron en un momento de su vida, o para siempre, en las sectas más estrambóticas que podamos imaginar. Entregaron patrimonio, fincas, dinero, joyas, para que los líderes de las diversas iglesias y/o sociedades secretas  pudieran recrearse en una vida de lujo y caprichos gracias a teorías llenas de vaguedades, unos cuantos trucos de magia y la ilusión de ser aceptado en el  grupo de elegidos por los dioses. 

El libro de Peter Washington muestra el poder de las promesas, cuánto más etéreas, más efectivas.
Gurdjieff, un gurú la mar de avispado, prometía la perfección pero antes era preciso someterse a sus caprichos. Por ejemplo,imponía la renuncia a la libertad personal y la realización de sacrificios físicos, humillaciones y vejaciones como acceso rápido e imprescindible para conocer el Camino de los Maestros. Si su adepta era una escritora, fue el caso  de Katherine Mansfield, le obligaba a abjurar de su talento creativo para concentrarse en  mondar zanahorias durante horas y horas, a veces en la cocina y otras, según se le antojaba, de noche en una infecta buhardilla. Para echarlas a la basura después. 

Katherine Mansfield
Líderes y gurús, depositarios de doctrinas secretas  (se admite también en este rango los mandatos populares que no salen de las urnas) ejercen un influjo perverso sobre personas inteligentes que en otros aspectos de su vida, son muy competentes y capaces. 
¿Cuántas cofias y plumeros vamos a aceptar ponernos, con nuestras propias manos, para contentar al señorito de turno?

Es aterrador -más que un desfile de Zombies- que prefiramos interpretar el papel de Gracita Morales, en Operación secretaria antes que el de Katharin Hepburn en La reina de África.