sábado, 2 de septiembre de 2017

La amiga escritora de mi amiga



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La amiga de una amiga es escritora. Ha escrito una novela autobiográfica que nadie ha leído todavía. Perdón, sí, la ha leído una editora, o eso afirma en su carta de rechazo. Por lo visto es imposible publicar la susodicha novela porque no encaja con los criterios de la editorial. La escritora amiga de mi amiga ha pasado un verano horroroso; con el calor que ha hecho, se  pasó los días de julio y agosto  en plena tiritera,  debido a la rabia y la frustración que le provocó la falta de sensibilidad de la editorial. 

 La  novela es una monada asegura  mi amiga, aunque no la ha leído, pero pondría la mano en el fuego porque su amiga la escritora es súper simpática y el  hecho relatado, cierto, además de una pura exhibición de ingenio literario y profundidad psicológica. Mi amiga me cuenta que conoce la trama al dedillo porque fue testigo del sucedido: una jubilada –su amiga- de setenta y cuatro años se enamora de un policía local de cuarenta y dos años. Es correspondida hasta la extenuación. Por si eso no fuera ya muy excitante y sobre todo, muy reivindicativo de la libre sexualidad de las mujeres ancianas, añade al argumento un elemento de complejidad político administrativo. Resulta que la protagonista conoció al policía cuando  este depositaba  una multa en el parabrisas de su coche. Por aparcar delante de una zona reservada a las autoridades: oiga señora, ¿es que no ha visto la señal?  

De esa fortuita infracción, con posterior sanción económica, surgió una relación pasional inaudita que convirtió al guardia en prevaricador –le quitó la multa por amor-y a ella en una amante  salvaje que en las horas libres escribe, y de  pe a pa,  todas las vicisitudes y detalles de sus encuentros íntimos. Según mi  amiga, es una novela erótica, política, romántica y social.




¿Qué cómo acaba? El policía ha prosperado en el escalafón, es sargento y ella, desde el ascenso de su amado,  aparca donde le viene en  gana. Con un argumento semejante, de absoluta actualidad, la editora, incomprensiblemente, remitió la siguiente contestación:

Recibimos su paquete el lunes, así, como si nada, sin estar preparados. Algo aturdidos, abrimos la caja  y nos encontramos con este montón de papel atado como un salchichón. Desconcertados, con manos temblorosas, nos apresuramos a leer su manuscrito. Desde las primeras líneas su estilo nos dejó atontados. Cada página era como una bofetada que le dan a uno en pleno rostro, fríamente y sin motivo. Visiblemente contrariados, ninguno de nosotros ha tenido el valor de leer esta cosa hasta el final. Trastornados, descompuestos, no hemos tenido más remedio que tirarlo a la basura. Sí, ha entendido bien, lo hemos destruido. Dadas las circunstancias, eran lo único razonable que se podía hacer. Su historia nos embistió como una locomotora. Y eso, señora, no es normal. Por el bien de todos, haga el favor de dejar de escribir antes de que esto acabe mal” *

El texto en cursiva pertenece a una de las cartas de rechazo incluidas en el desternillante libro El arte de rechazar una novela, de Camilien Roy.  Es un libro aleccionador -y consolador- para quienes pretenden que una editorial publique su primera novela. Curte porque recoge un amplio catálogo de cartas de rechazo, de manera que al autor novel no le vendrá de nuevas la negativa; también  hay alguna carta de felicitación porque esa primera novela, la gran novela,  fue enviada por error  a un domicilio privado. Así que la familia disfrutó con la lectura y le pide al autor más manuscritos. 


Muchas de las cartas son crueles, despreciativas y otras, correctas, amables, pero casi todas exhiben  un tono reconocible para quienes hayan experimentado  el no y son, en su mayoría, una ejercicio de sentido del humor que ayudará a pasar el trago con mejor ánimo. 

   

viernes, 9 de junio de 2017

La muerte abolida





Una casualidad  quiso que, de vuelta de un funeral, un libro que aún no había leído pasara por delante de mi campo visual. Había sido arrinconado en una estantería y allí estaba, a la espera de mi atención. Me acerqué a él sin verlo, como otras veces, pero en esta ocasión, al dejar unas  llaves en un cuenco, lo vi de verdad: Cinco meditaciones sobre la muerte de  François Cheng.

La muerte, de cerca, de lejos; de alguien famoso o de quién nos parecía simpático o soso en vida, trae una cantinela  repetida y convertida en consolador aforismo. No somos nada. Tanto sufrimiento para qué. Vivamos el presente  y etcétera. De manera que, vamos de un funeral a otro, sin conciencia de la muerte, siempre próxima.

El libro del poeta y traductor François Chang, nacido en China en 1929, es un punto de partida glorioso porque atiende al goce de vivir de la mano de la muerte. Vida y muerte no son dos hechos antagónicos aunque lo parezcan. Las cinco meditaciones las construye en torno a su experiencia vital, alimentada por las dos tradiciones culturales de las que es deudor, la china y la francesa.   
              
Anjou Bible, Naple 


Su infancia y juventud pasaron entre dos guerras. Se refiere a esa época con una mirada asombrada, pues creía que moriría joven. El hambre y las enfermedades le debilitaron, pero también consiguieron que apreciara la vida como un milagro insólito, digno de disfrutar. Su primera poesía se deleita en un sorbo de agua limpia, en el cielo claro, en la fruta que sacia el hambre.  
Reflexiona en voz alta y  no lo hace para ensalzar la muerte, sino para detenerse en ella, observarla y concluir que no es una fuerza negativa, al contrario, es una invitación a la urgencia de vivir. Ignorarla es alimentar el Mal, propiciarlo. Porque, asegura, la muerte, si está  presente integrada en nuestra  existencia,  nos abre los ojos a la belleza incomprensible del Universo y al respeto  por la vida. 

La cuarta meditación aborda la esperanza de la muerte como acceso, puerta a otra existencia. ¿Es una creencia que surge de nuestro miedo a la nada?  Reflexiona sobre las tradiciones religiosas, considera que ni siquiera el materialismo está libre del deseo de supervivencia espiritual. Incluso Mao Zedong, en su lecho de muerte, se complacía en repetir: pronto veré a Marx.

Chang menciona varias anécdotas, algunas referidas a la muerte de Keats y Shelley; la conexión mental del segundo con la muerte del primero y el premonitorio  poema de su propia muerte. Reconforta en especial la cuarta  Meditación,  por la nobleza con la que plantea, desde su propia experiencia vital y no religiosa, la inmortalidad.
Concluye que los muertos que hemos querido en vida son invisibles, sí, pero no están ausentes.

lunes, 1 de mayo de 2017

Chaos Kosmos



Acabo de leer Idios Kosmos, de Pablo Capanna, una biografía de Phillip K. Dick muy bien atemperada, su autor logra apartarse del camino del mito -creciente-para concentrarse en la obra y vida del escritor, lejos de  los  prodigios y profecías  que  miles de sus seguidores le atribuyen.

Es cosa sabida que Phillip K.Dick tuvo una existencia perturbadora  y marginal. Escribió obras que algunos interpretan anticipadoras del porvenir, o quizás ya estamos viviendo en ese futuro delirante. Sociedades tecnológicas dirigidas por incomprensibles máquinas;  humanos resucitados que negocian su próxima reencarnación y  mucha referencia a los presocráticos.  Lector de filosofía, pero también de la Biblia y de otros textos religiosos, entre ellos la Cábala, su pulsión  reinterpretativa se convirtió en una obsesión. Nada raro en alguien que escribía bajo el influjo de las anfetaminas y del alcohol.

Durante los últimos diez años de su vida, murió en 1981, escribió sin templanza un diario, crónica y apunte literario que ocupa más del 8.000 páginas  y cuyo título: Exégesis, señala la intención analítica, en una atmósfera interior cada vez más religiosa. No sabemos si consiguió aclarar por qué escribía, y sobre todo, si pudo dar respuesta a su gran búsqueda e interrogante vital:  ¿qué pasó el 3 de febrero de 1974? Él se refería a esa fecha como  2 3 74. 

Ocurrió que el 2 3 74  fue al dentista por un dolor de muelas, la anestesia consistió en una dosis muy alta de pentotal sódico. De regreso a casa, y aún bajo los efectos del anestésico mezclado con pastillas de anfetamina, abrió la puerta a una vendedora. Le deslumbró el colgante con el dibujo de un pez que la chica llevaba colgado al cuello.El símbolo cristiano primitivo le provocó una visión, la epifanía que marcaría el resto de su vida. Phillip K. Dick aseguraba que en ese instante se trasladó a la época de Jesucristo.Disociación, delirio, trance psicodélico que detalló en su Exégesis. A partir de esa fecha tuvo episodios de glosolalia. Hablaba lenguas que desconocía, por ejemplo el latín y el ruso, según afirmaba su esposa de esa época, lingüista de profesión y que se divorció de KDick, poco después. Es comprensible, vivir con alguien que apenas dormía, padecía brotes psicóticos y viajaba en el tiempo no debió de ser fácil.          


Fotografía de René  Maltête

Una explicación al creciente empuje de su obra, cada vez más popular, quizás obedezca a la sintonía con un mundo sumido en la incoherencia y la confusión, donde también se mezcla, en un inextricable ovillo, la ciencia, pseudociencias, religiones de todo pelaje y absolutos absurdos sin fin. ¿Naufragamos, como en sus novelas,  entre olas de paranoicas percepciones e ilusiones?  Diría que sí, que nuestro tiempo avanza alimentado por mentiras verdaderas, incrustadas -y consentidas- en nuestra mentes para conducirnos, en palabras de Phillip K,Dick a la entropía, o sea, a  la destrucción. Incluso es posible que la realidad sea un maldito holograma de una chiflada inteligencia que se entretiene con nosotros. Claro que esa interpretación tampoco es nueva,  también  Shakespeare  aportó similar conjetura cuando escribió: la vida es un relato contado  por un idiota, sonido y furia que nada significa.           


 

domingo, 26 de marzo de 2017

Libros sin dueño


Christine de Pizan


Cuando quiero escuchar una canción, accedo a ella con mi suscripción de Spotify, voy a mi e-tunes o conecto una radio en el móvil. Y si quiero ver una película, vieja o de actualidad, también tengo suscripción en Filmin y en otros portales de cine. Cuando viajo a otra ciudad, reservo un apartamento a un particular, en la plataforma correspondiente y legal.

En el trastero de mi casa se arrinconan viejos cedés, disco de vinilo y películas en varios formatos que ya no  sirven si no se usa el reproductor adecuado. ¿Para qué guardarlas si puedo verlas con mejor calidad en Internet?  No vulnero los derechos de autor porque pago por escuchar música y ver cine siempre que quiero.

¿Y qué pasa con los libros?  La lectura sigue siendo una actividad principal y placentera para muchas personas, se lee tanto o más que antes, pero en otro soporte y por otros medios.  Duele,  y a algunos les parece una traición imperdonable, abandonar los libros para leer en una pantalla. Dicen que no es lo mismo tocar el papel y olerlo que pasar páginas  con  un simple movimiento de dedo.    

Los libros, su difusión tradicional, está paralizada en  circuitos arcaicos. Los autores, salvo pocas excepciones, no pueden vivir de los derechos de autor, primero porque son cantidades ridículas sobre el precio total del libro y, en segundo lugar, porque se liquidan tarde, o no se liquidan jamás y se vende poco libro físico.  Los escritores, por más que se le eche la culpa a la piratería, son unos parias económicos como lo fueron antaño sus colegas. Desde que la edición  se convirtió en un bien cultural susceptible de rendimiento económico (y antes también) son raros son los que pueden vivir en exclusiva de sus publicaciones. ¡Ah, bueno que los poetas muertos no dan la lata y son susceptibles de rescate y homenaje!  Es el único consuelo. La muerte es el momento glorioso de la mayoría de creadores. El breve instante donde se reparan las injusticias y el desprecio social a quienes  malvivían gracias, en muchos casos, a la buena voluntad de amigos y familiares. 


Huene´s Book shopping
Georges Hoyningen, 1944

Sospecho de quienes critican  la piratería como arma destructiva de la  creación, quizás en realidad se refieran a que la práctica de copiar para leer, escuchar música  o ver cine, perjudica su modelo de negocio.  En mi época estudiantil se copiaba a saco, la copistería de la facultad  echaba chispas. En mi adolescencia, las cintas de casete iban de mano en mano. Piratería sin paliativos, sin embargo la cuestión principal de los cruzados  del copyright no es el perjuicio a los autores  de la obra,  sino el de los beneficiarios del control y difusión de la creación. 

El modelo de negocio cultural -literatura, música, cine- está en vías de extinción. Los buenos libros son mucho más  que  objeto de explotación económica, proporcionan un beneficio general a la población, sirven de inspiración, instruyen y  alientan el pensamiento crítico. Este el punto olvidado para hacer hincapié en el rendimiento económico de la propiedad intelectual.

Los creadores quieren que su obra se difunda por todo el planeta, que emocione y sirva para transformar el mundo en el que vivimos. Ese deseo les encadena a contratos miserables de cesión y explotación de la obra. Es un pacto mefistofélico en el que pierden el control sobre su creación  y las ganancias derivadas que producirá en el futuro. 

El punto esencial  para cualquier autor es la no limitación de su obra, compartir y difundir su trabajo por todos los medios para que llegue al máximo número de lectores. Los ingresos económicos procederán de conferencias, vídeos, clases y actividades relacionadas con su obra. Tal como hoy han asumido los músicos. Si  nos empecinamos en  mantener políticas editoriales ciegas a los intereses de los escritores con la cantinela de las protección del copyright, estamos entorpeciendo el carácter universal y libre de la obra literaria. 

Cervantes, Joanot Martorell, Shakespeare y Dante estarían de acuerdo conmigo. Hasta 1710 no hubo legislación protectora de los derechos de autor, y esta circunstancia no les impidió  escribir y a nosotros, disfrutar y aprender con ellos, en libro prestado, epub de distribución libre, copia o piratería.   
                   

lunes, 27 de febrero de 2017

Google o el mito unificador




En los años treinta del siglo XX, el matemático Kasner buscaba un nombre que designara al  número formado por un uno seguido de cien ceros, diez elevado a cien. Como no se le ocurría ninguno que le sonara bien,desafió a su sobrino de nueve años para que inventara una palabra apropiada. Le convenció de que se haría famoso en todo el mundo si daba con la palabra mágica. 
El niño le propuso Googol y poco después, añadió un segundo nombre  para una cifra  aún más grande, para el diez elevado al google:  el googleplex.

En 1998 los creadores del buscador eligieron Google, porque representaba a la perfección la inmensa cantidad de datos disponibles. Y es una palabra eufónica, desprovista de carga ideológica, nacional o religiosa. Desde luego, hay otros buscadores y muy buenos, pero es Google el más representativo. El que simboliza la cultura de nuestro tiempo, tan  frenética, heterogénea, múltiple, entrecruzada por infinitos caminos virtuales y, también tan egotista. 

Un mito posmoderno  que hemos visto nacer y crecer y que define nuestra época. Google, el Zeus del siglo XXI, a quien invocamos varias veces al día para  encontrar un peluquero, contemplar un códice Maya o escribir una entrada de blog. 

Los habitantes internaúticos de esta planeta, se cuentan ya en 4.000 millones; y 5.000 millones los conectados a servicios móviles, telefonía con acceso a internet en su mayoría.  Provoca  asombro y perplejidad sabernos dentro de este maremoto arrasador, donde la conexión ininterrumpida hace factible que tengamos miles de amigos y contactos. Es evidente que esa amistad multiplicada y la difusión de la vida privada, hasta en los detalles más insustanciales, es una subversión profunda de la sociabilidad anterior a Internet. 


Folon


Hemos matado el viejo régimen, un nuevo orden se aproxima. No sabemos cómo afectará a nuestra especie, unificada en la conexión a la red planetaria de un mundo parcelado en fronteras y muros, -y gran paradoja- que anuda a la gente en relaciones que circulan sin visado por todo el planeta. 

Nuestra representación de la realidad se ha desplomado por el peso  de los puentes que conducen a todas partes. Cierto que, como reflexionaba el sociólogo Simmel, hay muchas puertas que se cierran sin embargo, los puentes nos abren a territorios en los que merece la pena aventurarse.

No estamos hoy en condiciones de interpretar los mitos fundacionales de la nueva cultura digital, deberá pasar tiempo antes de que podamos analizarlos. Y, más importante, desmitificarlos para ir en busca de nuevos mitos que reflejen los miedos, sueños y anhelos de la humanidad.    
        

       

domingo, 15 de enero de 2017

Si tengo la gripe, leo a Balzac



En el relato de Balzac, Gabinete de antigüedades, un viejo marqués: De Esgrignon, acompañado de su joven hermana y  el hermoso hijo y único heredero, convoca todas las tardes  a los realistas de la población (Alençon). En el salón principal del marqués, se escenifican  desahogos y lamentos por la supremacía perdida y la ruina económica y social. Ya no volverán los tiempos de esplendor, aunque ellos aún no lo sepan, o no quieran saber.




Como es natural,en las reuniones conspiran sin ningún resultado,  contra los constitucionalistas, mientras suspiran para que el régimen de la Restauración les devuelva legitimidad aristocrática, bienes y prebendas, así como otros privilegios que barrió la Revolución y el Código Napoleónico.

Balzac, tan agudo, perspicaz y verborreico, escribe con sorna pero también con cierta compasión por una clase social ignorante,  en vías de extinción, que no se ha percatado  de que el mundo ya no será un paisaje de pelucas empolvadas, dónde una  bella reclamará pasteles para la chusma vociferante y hambrienta.

Cuando tengo la gripe leo a  Balzac. Reservo para la enfermedad este poderoso analgésico y jamás me ha fallado. No hay nada más placentero y provechoso que leer, envuelta en las brumas de la fiebre, la descripción de engaños, aspiraciones truncadas, encumbramientos y caídas -sí, y también de reflexiones morales y sociales-. Me sana la lectura de quién escribió con  tanta pasión y verdad en la ficción, tanta  que desearía estar  dentro del relato para alertar de que se cuece tal traición o advertir a quien se precipita al abismo dirigido por su vanidad y soberbia.  

De las historias balzaquianas, siempre se puede obtener una lección inmediata, al igual que  con los grandes escritores de todos los tiempos. Las emociones, deseos y aspiraciones  sobre los que escriben son idénticos a los nuestros. A sus personajes no les falta un amor malsano o la persecución loca del de éxito, el ascenso social, dinero y fama  que será, más pronto que tarde, la cuerda que enredará sus vidas.




Y si hubiera que encontrar similitudes con nuestra época, me refiero al Gabinete de antigüedades, diría que, si se observa con atención, aparecen enseguida. Hoy, en occidente, no se estilan la guillotina  ni la codificación napoleónica, pero sí tenemos una tecnología en continuo cambio que impone otra manera de relacionarse  que dibuja un futuro imprevisible. 

La conexión digital permanente, el sometimiento a la avalancha de datos y la fácil manipulación mediática  exige de nosotros un esfuerzo titánico para reconocer la poca verdad que puede haber en la información. Del abandono de nuestra  privacidad -es la guillotina que decapita al viejo régimen-en beneficio de corporaciones que cosechan nuestros datos, al control de nuestros actos no media más que un frágil línea. ¿Quiénes gobernarán el mundo?

No serán los partidos que conocemos, ese grupo de viejas glorias ajadas que ser reúnen  en su Gabinete de antigüedades para llorar y patalear, mientras confían en la llegada de tiempos mejores. Como los realistas, conspiran, sin éxito, y  añoran  una época que se ha esfumado para siempre.          

 

domingo, 20 de noviembre de 2016

La última noche de Galois






Cuando pienso en Évariste Galois, sobre todo antes de meterme en la cama, reprimo el impulso de beber una cafetera, (al estilo Balzac)  encender la luz de mi mesa de trabajo y sin perder un segundo, trabajar  hasta ver salir el sol, después de acabar todas mis tareas pendientes.  
Menos mal que es un pensamiento fugaz, sin energía ni fuelle para convertirlo en acción, poco después, duermo tan ricamente y sin remordimientos.

La vida de Évariste Galois, quiero decir su última noche de vida, fue muy productiva, tanto que escribió toda  su teoría matemática, Teoría Galois, dónde resolvía un enigma relacionado con ecuaciones polinómicas y que hoy sirve como base para las comunicaciones y navegación por satélite.  

Genio de las matemáticas, murió en 1832, apenas a los veintiún años, por las heridas infligidas durante un duelo. La noche entre el 29 y 30 de mayo, las horas previas al lance, se sentó a la mesa y con un cuajo admirable, anotó con precisión y claridad sus descubrimientos matemáticos. Después de cada párrafo y notación de sus fórmulas, escribió: "¡No tengo tiempo!"  Acuciado por la inminente muerte, dirigió toda su voluntad y  coraje a escribir la obra cumbre de su vida, sin otro temor que no fuera dejar inconcluso su trabajo. 













Sabía Évariste Galois que era imposible vencer al militar que le había retado, así que olvidó cualquier otra preocupación para concentrarse en dejar testimonio de su teoría, sí, pero también, escribió cartas a sus amigos y familiares y, como aún le quedaba una hora, redactó un manifiesto político que tituló:"Carta a todos los republicanos".

Este asombroso joven fue el hijo de un padre volteriano, enciclopedista, anticlerical y muy aficionado al verso satírico. Galois padre, alcalde de Bourg-la-Reine, una población cercana a París, se dedicaba a versificar -sin traspasar el límite de la ofensa personal-  las andanzas de los personajes del pueblo. La iglesia también fue destinataria de su ímpetu poético, por desgracia ese fue un error que pagó muy caro. 
Sucedió que llegó al pueblo un cura aficionado también a la rima. En verso y con la firma del poeta Galois, difamó y calumnió a un personaje importante de la comunidad. Esta mala finta del eclesiástico le provocó un decaimiento insuperable que acabó en suicidio. El escritor César Aira, defiende en su obra Cumpleaños, que lo peor para Galois padre, fue  la alegre usurpación de  su estilo poético y no tanto los destructivos versos contra el patricio local.



A los diecisiete años, Évariste Galois  sufre la desgracia del suicidio paterno, un suceso que le confirmó el mal fario que arrastraba. Su  extraordinaria inteligencia, avalada con su contribución a las matemáticas no fue suficiente para aprobar el examen de ingreso de la École Polytechnique, considerada la mejor escuela de ciencias de la época. Dos veces fue denegado su ingreso. 

Podemos imaginar la frustración alimentada por otras adversidades académicas. Por ejemplo, envió copia de sus descubrimientos a uno de los matemáticos más notables, no solo para que valorara su teoría, también como carta de presentación para la Academia. No obtuvo respuesta porque su trabajo se perdió en algún despacho. La siguiente decepción: el Gran Premio de Matemáticas, en el que presentó su teoría para la resolución  de ecuaciones que fue calificada de incomprensible y oscura.

Las últimas palabras de Évariste Galois antes de morir se las dirigió a su desconsolado hermano: "No llores, necesito todo mi valor para morir a los veintiún años"  Qué envidiable temperamento y qué solemne final.