sábado, 21 de julio de 2018

Mentiras verdaderas



Hace una semana alguien en quien confío por su  buen criterio y sentido común,  me habló de una serie que echan en una plataforma digital,  de esas que están desplazando a la tele, convertida en entretenimiento residual para viejos y pobres. La serie en cuestión trata de un especialista en movimientos faciales, gestos imperceptibles que él sabe interpretar para revelar qué se esconde detrás de las palabras. 






El protagonista dirige una empresa dedicada a cooperar con la justicia y, gracias a sus dotes, determinar la culpabilidad de los sospechosos; tiene dos colaboradoras la mar de listas  –pero no tanto como él-que también saben leer las señales faciales.  Desde el primer episodio me encandiló, aunque he de reconocer que después de ver media docena ya he perdido interés porque, como pasa casi siempre con las series, se repite el patrón y las historias son previsibles, un error imperdonable.


La cuestión es que en la serie, me he redescubierto, sí, yo también sé leer el lenguaje facial y corporal. Al igual que una de las ayudantes del doctor Lightman (imperdible nombre) el conocimiento del lenguaje no verbal me viene de nacimiento. No es por hacerme la chula, pero mientras veía la serie pensaba, caray, si eso ya lo practicaba yo en mi tierna infancia. Sucede que con el tiempo y el saber profesional y libresco, la intuición queda relegada a un espacio cada vez más reducido y, como cualquier habilidad natural, si no se practica casi se pierde.

Anny Ondra, Carl Lamarc, 1930



La palabra adquiere unas proporciones descomunales en el discurso humano, inmerecida en mi opinión, porque si el lenguaje es fundamental para entendernos, los límites del lenguaje son los límites de nuestro mundo (Witggenstein)  las señales involuntarias de nuestro cuerpo tienen un poder comunicativo muy superior. Ahí tenemos como ejemplo  el discurso político y religioso, o cómo el lenguaje sirve para traicionar los hechos, pero para quien sepa observar y traducir los gestos, el engaño de los líderes queda al descubierto.       

Afirman los que saben que el tono de voz y la modulación transmite un 30% del mensaje; el lenguaje corporal (incluye los músculos faciales) el 80%, así que nos queda un esmirriado 7% para trasmitir lo que queremos decir y conseguir que nos crean. 

Quizás por esa  razón la literatura es la mejor y más eficaz mentira, sólo la palabra  escrita, desprovista de referencias físicas logra que la verdad aflore por encima de la verdadera intención del autor.



domingo, 4 de febrero de 2018

Función de onda a las doce





Una de las formas de representación del estado físico de las partículas es la función de onda,  dimensión infinita  que reúne los posibles estados de la materia.  Quien quiera saber más sobre la función de onda que lea que a Von Neuman, Feynman, Max Born y otras notables mentes de la física más avanzada, porque nada más puedo ni sé explicar.  


¿Por qué elegí este título para mi novela?  Porque función es palabra  polisémica, tanto designa una sesión de teatro como la actividad concreta de un órgano biológico, instrumento mecánico, musical, atribución administrativa o, una simple y entretetenida función de circo. 

En cuanto a onda, más de lo mismo: onda o caracolillo, pliegue en el pelo, en el vestido, en un líquido; onda que es también la forma de  propagar los campos electromágnéticos en el espacio. ¿Y doce?  Las doce uvas, apóstoles, el sistema musical dodecafónico, ese sistema atonal que me pone de los nervios; la doce del mediodía, de la noche, los doce hombre sin piedad y tantos doces que no enumero para no cansar. 


Función de onda a las doce, abre un campo de significados casi infinitos de los que me aprovecho para contar, entre risas y lágrimas, la vida de una mujer cincuentona, en paro que, la muy ilusa, cree en la literatura, preciso: cree que si escribe una novela saldrá de la pobreza y  conseguirá pagar la hipoteca de su casa. ¡Pobrecilla! 

He colgado en el lateral, Función de onda a las doce para quien quiera leerlo, es gratuito y descargable, si alguien saca algo en claro, le agradeceré que me lo haga saber.    

La ilustración del libro es un regalo de Marina Durany, pintora y músico.