No soy esperantista, por ahora, aunque espero convertirme algún día en miembro de tan distinguida sociedad. Esta declaración de principios
quiere ser también una muestra de rendida admiración por Lázaro Zamenohf, el
creador de un lenguaje que deberíamos hablar todos los habitantes del planeta
Tierra. Es muy probable que si el esperanto
fuera la lengua de uso universal, aparte de la lengua local de cada cual,
más de una guerra y enfrentamiento violento se habrían evitado o se evitará,
tiempo futuro que no debemos olvidar.
El esperanto, para algunos un invento fruto de la extravagancia de
un raro, es una lengua perfecta; sin tropiezos gramaticales apenas, no hay declinaciones
ni irregularidades y cualquiera puede aprenderlo dedicándole unas pocas horas
semanales. Lo más importante es que esta lengua creada por Zamenhof es una oportunidad para salvar las diferencias lingüísticas que nos dividen.
En julio de 1887 se publicó en Varsovia el primer libro en esperanto, Internacia Lingvo (lengua internacional), publicado bajo el seudónimo de "Doctor Esperanto"
El
objetivo del médico polaco era cumplir con su ideal de fraternidad universal que se inspiraba en
el respeto por todos los seres humanos sin distinción, para alcanzarlo era preciso facilitar la comunicación
verbal. Que cualquier lugar del mundo fuera nuestra patria,
que nos uniera el habla, esa conquista evolutiva que convierte el
lenguaje en un instrumento sofisticado, elegante y bello con el que manifestamos
ideas, deseos ilusiones y necesidades.
Detrás de la creación de Zamenohf, oftalmólogo polaco que se educó en Rusia y que,
sin ánimo de hacer chiste, fue un visionario a la altura de un Tesla o
Einstein, reina un conocimiento, quizás intuitivo, de la profunda influencia
de la lengua que hablamos sobre la realidad y viceversa.
Se dice en el Talmud que las lenguas importantes en el mundo son
cuatro: griego para cantar, latín para guerrear, siríaco para honrar a los
muertos y hebreo para hablar.
Variaciones sobre esta sentencia se encuentran en
textos históricos, leyendas populares y afirmaciones como la de Louis Le
Laboureur, gramático francés del siglo XVII, quien tras años de estudios, vino
a afirmar lo siguiente: nunca puede ser oscuro el francés porque los franceses
seguimos en nuestra lengua el orden de la naturaleza que es el orden de nuestro
pensamiento; también Brunetière, quien en 1894 se dirigió a la Académie Française
en su discurso de ingreso de tal manera: el francés es la lengua más clara, más lógica
y transparente que el hombre haya hablado jamás.
Podemos encontrar perlas semejantes en todas las culturas, épocas
y tradiciones lingüísticas. El hablante
cree, con fe religiosa, que su lengua es superior, mejor, más útil, funcional y
expresiva que el resto de lenguas, sobre todo la del vecino, que suele ser una
birria andante. Por poner un ejemplo de majadería en torno a una lengua, valga
la del lingüista danés Jespersen, que opinaba que el inglés era muy superior al
francés: “porque el inglés es una lengua metódica, eficiente, sobria y lo mismo
que es una lengua es una nación” por lo visto, los ingleses le molaban.
En After Babel, George Steiner defendió que las lenguas con tiempos verbales futuros
aseguran el porvenir del pueblo que los habla, o al menos, dan esperanza sobre la existencia de un
tiempo más allá del hoy, circunstancia según
él, que salva a las naciones con lenguas
de “futuridad articulada” del suicidio
generalizado.
Ha resultado que la argumentación
de Steiner, escrita en 1975, tiene mucho
de profético pues desde esa fecha han
desaparecido docenas de lenguas que carecen de temporalidad futura. Quizás no
sea por eso, sino porque eran habladas por tribus que fueron invadidas por
otras tribus con más influencia en el territorio o simplemente porque no era
una lengua útil para sus hablantes.
Los últimos estudios sobre lingüística y neurolingüística refieren
que no existe ni una sola lengua terrestre que no comparta la misma gramática
subyacente, basada en idénticos
conceptos. Un descubrimiento que dinamita el prejuicio de que las lenguas nos
hacen distintos. La lengua materna tiene una influencia insignificante sobre
nuestra manera de pensar porque –ahí viene lo demoledor para amantes de la
diferencia entre etnias y pueblos- los seres humanos pensamos en términos tan
parecidos que son inidentificables, hables el arameo, el alto alemán o el
chino mandarín.
El próximo 15 de diciembre
se conmemora el nacimiento de Zamenhof (1859). Se celebrarán actos en todo el mundo. Lecturas en esperanto,
encuentros y reuniones donde se hablará la lengua de creación artificial entre personas de muy
distinta procedencia e idioma.
He de decir que muy cerca de donde vivo, en Sant Pau d’ordal, Subirats,
tiene la sede el museo de esperanto con abundante documentación sobre el origen y evolución de esta lengua. Su fundador fue el farmacéutico Lluís
Hernández Yzal, que nació en 1917, el
mismo año en el que murió Lázaro Zamenhof.
Visité el museo hace unas semanas
y es asombrosa la cantidad de literatura
escrita en esperanto, las miles de postales procedentes de todo el mundo; carteles preciosos
de mediados de siglo XX, anunciando los congresos que se celebraban, algunos en Barcelona; y la historia sobre el empuje que tenían las
sociedades esperantistas, sobre todo en Cataluña, en la década de los años
veinte y treinta del siglo XX.
En la actualidad hay dos millones largos de esperantistas. Existe una red internacional de acogida -gratis-con domicilios y teléfonos de contacto. Todo por amor a la lengua y sus ideales, hoy pasados de moda. Un esperantista tiene como orgullo abrir su casa y ser el anfitrión del extranjero, hermano de lengua. Se puede viajar por todo el mundo sin pisar un hotel, de casa en casa, disfrutando de la amistad sin otro interés que extender una lengua que nos abre la mente y el corazón.
Esperanto mi ŝatas. Gracoj, Lázaro Zamenhof (El esperanto me gusta. Gracias, Lázaro Zamenhof)