domingo, 21 de marzo de 2010

Las obras literarias inconclusas -de autores famosos-generan un caudal inmenso de papel, que se reparte de manera bastante igualitaria entre reportajes periodísticos, tesis  académicas y especulaciones mediáticas de pelambre variada. Es el caso de Millenium, al parecer, su autor, Stieg Larsson, dejó  escritos novelones postreros que serán publicados hasta el día del juicio.  Una de las novelas inconclusas más famosas es El misterio de Edwin Drood de Charles Dickens. Empezó a publicar en  1870  su primera novela policíaca por entregas, veintidós capítulos  hasta unos días antes de su muerte, en julio de ese mismo año.  Se dice que quería emular la Piedra Lunar de su amigo el escritor Wilkie Collins, pero esa intención sea cierta o no, interesa poco por no decir nada. En 1870, Charles Dickens era un escritor reconocido que quiso  divertirse  con una novela de género detectivesco, le faltaba casi  la mitad de las entregas contratadas; ni trama ni esquemas de la continuación se encontraron entre sus papeles, de modo que el final de la historia del presunto asesinato de Edwin  se lo llevó  Dickens a la tumba. Tras su muerte hubo  varios escritores y hasta una médium  que escribieron la continuación de la novela, sin que él público reconociera en los distintos finales, algunos hilarantes y rocambolescos, el estilo del escritor británico. 
De Charles Dickens y su instrumento de precisión llamado novela,  me interesa su gran aportación a los cambios sociales: contribución decisiva dirigida a humanizar las condiciones penosas de las sociedades occidentales del siglo diecinueve. Con la descripción de  la pobreza y la miserabilidad urbana en Tiempos difíciles  y Oliver Twist, pasó por delante de las  leyes de reforma promulgadas en Inglaterra en 1832, y lo hizo mediante el relato minucioso  y sentimental de la explotacion infantil en las fábricas londinenses. De pronto, la abstracción de la intolerable vida de las masas obreras se concretó en personajes que tenían vida y la explicaban a sus lectores, en su mayoría personas de la élite industrial y  burguesa, la misma que imponía las abominables condiciones a mujeres, niños y hombres, explotación descrita en un lenguaje sencillo que  servía para mostrar un universo muy complejo de relaciones humanas y económicas.
                      
Imágenes obtenidas en webs de contenido público. Ilustración de un episodio de El misterio de Edwin Drood y retrato de Charles Dickens, en torno a la edad de 58 años, año de su muerte.  
 

lunes, 15 de marzo de 2010

Ladrillar



En el año 2008, en el mes de mayo, un meteorito se desintegró a la altura del término municipal de Ladrillar, en Las Hurdes; en una terraza de cultivo de olivos,  abandonada desde hacía tres lustros cayeron dos restos que no medían más de tres centímetros  el primero y con forma de higo  y ocho centímetros  el segundo, y que parecía una muela del juicio con raíz.

Los dos meteoritos fueron encontrados el 14 de marzo de 2010 por Elías, un buscatesoros que al primer vistazo los desechó, pero al cabo de unos minutos, cambió de idea, los recogió, tanteó con las yemas de los dedos la superficie negra, irregular y, para su asombro, con tacto sedoso y  los  guardó en el bolsillo  izquierdo del pantalón. De camino al pueblo de las Mestas, casi al anochecer, la carretera adquirió un tono azulado, no sólo el asfalto, también los pinos que se inclinaban desde las laderas de la montaña. 

Elías redujo la velocidad para observar mejor el fenómeno, desde el parabrisas echó un vistazo al cielo: dos nubes de color púrpura brillaban en el cielo casi oscuro. En ese mismo instante, el coche se detuvo, el motor se paró sin que Elías hubiera tocado el freno, ni el cambio de marchas. Salió del coche, el silencio era absoluto, sabía que era inútil recurrir al teléfono móvil, porque no funcionaría, estaba seguro, pero a pesar de esa confianza,  tuvo la tentación de comprobarlo y, sí,  efectivamente, el móvil estaba muerto, como el coche. Le pareció una noche bellísima, azulada  y violeta como una melena ondulante  que cubriera esa parte del planeta, por capricho para complacerle sólo a él; en el bolsillo de su pantalón, las dos piedras cósmicas palpitaban con un ritmo sosegado y profundo. Antes de iniciar a pie  la marcha por la carretera solitaria, Elías depositó los meteoritos sobre un tronco roto que encontró en la cuneta. A los pocos pasos, la noche se hizo gris, las dos nubes púrpuras desaparecieron y el teléfono móvil que guardaba en su chaqueta le sobresaltó  con su señal de mensaje recibido
-¡Cochina realidad y cochinos extraterrestres!
Volvió sobre sus pasos, se sentó en el asiento del coche al tiempo que una furgoneta de reparto pasaba a toda velocidad por su lado. Encendió el motor, antes de ponerse en marcha, se quedó pensativo durante unos minutos, arrepentido y también rabioso contra sí mismo.
-¡A la próxima, y ya van tres con esta vez, voy a llegar hasta el final, aunque sea lo último que haga en este mundo! Si quieren algo  de mí, que me lo digan a las claras de una puñetera vez.








domingo, 7 de marzo de 2010

Cuando era una chiquilla, las tardes de los domingos como las de hoy, frías y tristes, las pasaba  metida en un cine de barrio, sesión contínua  en la que echaban dos películas. Desde las cuatro a las nueve el cine era nuestra casa, un lugar de recogimiento en el que pasé  muchas de las mejores horas de mi vida. 
En el siglo XXI es casi imposible que un director de cine salga de la nada, sin haber pisado una escuela de cine o la universidad, en el siglo pasado no ocurría así, los mejores directores y guionistas de cine eran en su mayoria autodidactas apasionados. Uno de ellos fue Frank Capra, nacido en un  pueblo de Sicilia, Bisaquino, emigró junto a su numerosa familia, todos analfabetos, a Estados Unidos, a  Los Ángeles. En su autobiografía, Capra nos cuenta cómo  fueron sus comienzos, y lo hace sin pizca de autocompasión ni resentimiento por la dureza en la que creció. Con  mucho sentido del humor, del que se desprende un inmenso amor  por su  oficio y sus semejantes, relata la manera en la que un adolescente empeñado  en tener estudios, trabajaba en varios empleos a la vez para pagarse la escuela y más tarde la universidad, y no sólo eso,  sino que parte del dinero ganado iba a parar a su familia. En ese escenario  cinematográfico de hombre hecho a sí mismo, se formó Capra; de ahí, de ese magma nacieron peliculas inolvidables que reflejan un estilo de vida forjado en los sueños y en una ambición que despreciaba el dinero fácil.


Es tan creíble y emocionante ¡Qué bello es vivir!  porque el personaje principal, encarnado  de manera sublime por James Stewart, es el espíritu del propio  Frank Capra. En 1921, con el título de químico bajo el brazo y la mafia enriqueciéndose con la Ley Seca, el  sindicato siciliano de contrabandistas de licores le ofreció un trabajo  en el que, para empezar, le pusieron un fajo de dólares sobre la mesa, veinte mil dólares que le sacarían de la miseria. Cuenta Capra que con sólo veinticinco centavos en el bolsillo, aquella misma mañana lo habían echado  de su  habitación de alquiler por no poder pagarla, tuvo por un momento la tentación de aceptar el trabajo, pero  un impulso le llevó a salir corriendo y  coger el primer tranvia que pasaba por la calle, se subió a él en marcha, sin saber adónde se dirigía. Se enteró por el conductor  de que el tranvía finalizaba en un parque. La escena fue la siguiente: 
-¿Al parque?  bueno, quizás ocurra allí lo que espero. 
-¿El qué? - preguntó el conductor. 
Frank Capra sacó todo su capital del bolsillo, le dio cinco centavos al  conductor y echó el resto por la ventana. 
-Esta es la semana de los chalados- dijo el conductor al ver cómo caían las monedas por la calle. 
En el parque se estaban construyendo unos estudios cinematográficos, el chalado  Capra, sin nada en los bolsillos, trabó conversación con un director teatral al viejo estilo, sin conocimiento de las técnicas de cine, -Capra tampoco-  empeñado en hacer una pelicula, y  fue Capra, con sus ideas sobre cómo debía hacerse la pelicula quien la dirigió, él,  que no habia pisado un escenario en su vida.


Fotos:  Frank Capra y  James Stewart. Autobiografia: Frank Capra,  el nombre delante del título. T&B editores, 1999.

domingo, 28 de febrero de 2010

Impulso lector




No sabía Bita (Benedicta)  que la lectura le proporcionaría tantos beneficios  estéticos, porque si lo  hubiera sabido antes, cuánta pasta y sinsabores se habría ahorrado. A Bita, ingeniera agrónoma de profesión, en la actualidad desempleada, la lectura por placer, sin utilidad  ni beneficio inmediato, le pareció siempre una pérdida de tiempo que sólo podían permitirse los ociosos adinerados, o simplemente los vagos. 
Es bien sabido que en la vida, los principios y las certezas que han dirigido nuestros actos, un día cualquiera se esfuman para demostrarnos qué equivocados estábamos y, lo que es peor, para reírse de nosotros, por pánfilos y cretinos.
El día D de Bita ocurrió un 25 de febrero, la hora H no podía ser otra que las cinco y el lugar un Carrefour cualquiera,  sin  titubeos  compró un libro, el primero que palpó su mano, sacado de un  cajón de todo a 1 euro. Le gustó  por el color de la portada,  amarillo y rojo y porque era pequeño y quedaría perfecto para calzar la mesa de la cocina.

En cuanto llegó a casa, el libro fue a parar debajo de la pata coja de la mesa, Bita observó que, si bien la mesa había dejado de cimbrearse, persistía un ligero temblor en cuanto  le ponía la mano encima. Dispuesta a sacar provecho del  euro gastado, tomó el libro y  calculó  cuántas páginas debería arrancar para que la cuña fuera de provecho. La mutilación alcanzaba hasta la página 274. Ese acto fue su perdición: arrancó de cuajo  las cuarenta y cinco  páginas sobrantes y, en vez de echarlas a la basura, los ojos se le fueron al  siguiente párrafo, que leyó en voz alta: el poeta como un gallo fogoso  parece batir  las alas para prepararse al estallido de la supuesta inspiración. Pensó que esa frase era una estupidez, pero continuó leyendo, de pie, en la cocina, sin entender de qué iba esa rara y absurda historia,  un impulso, que parecía venido del más allá, le despertó la curiosidad y quiso empezar desde el principio la novela o lo que fueran  ese conjunto de hojas impresas; descalzó la mesa para recuperar el resto del libro, como si fuera víctima de un hipnotizador  invisible, se fue con el libro a la bicicleta estática, pedaleó durante una decenade kilómetros mientras leía palabras y mas palabras de una trama incomprensible. Al final de la última frase de la página 274   leyó Vinogradus, como si fuera su fin de etapa  después de atravesar el Tourmalet un mediodía de julio, se echó al suelo, sudorosa y con el corazón palpitante, besaba el libro, reía  y lloraba al mismo tiempo, entre lágrimas y mocos se decía a si misma: 

¿Te das cuenta, Bita?  diez kilómetros, que se dice pronto, y un kilo menos de grasa.  ¡Dios Santo! con este libro incomprensible  voy a conseguir una silueta de sílfide.  

domingo, 21 de febrero de 2010

Los labios de la sabiduría permanecen cerrados, excepto para los oídos que pueden entender, la frase  pertenece al libro El Kibalión, un librito, manual  teosófico o catálogo de principios esotéricos, que fue publicado  a finales del diecinueve por autor anónimo. El caso es que, según dicho texto, la doctrina que contiene será entendida y sus conocimientos darán fruto a quienes estén en condiciones de recibir sus enseñanzas y, por lo tanto, sólo los que  posean ciertas condiciones mentales se verán atraídos  por su lectura.  Hasta hace pocos días no sabía de su existencia, fue la anécdota que explicaba un lector, Manu, a propósito de mi último post, quien me llevó a la búsqueda de la cita sobre la sabiduría dirigida a un restringido grupo de personas. Encontré varias versiones de El kibalión,  he leído algunas de sus páginas en las que figuran  axiomas Herméticos que conducirán al adepto al  dominio de las leyes físicas.
Es asombroso comprobar cómo en estos últimos años,  han convertido en bestsellers libros que han copiado  con exactitud, no sólo el espíritu, sino también la letra  de El Kibalión: sietes principios que son el secreto para conseguir cualquier deseo por más estrambótico e inverosímil  que sea.
Tras toda esa infame  producción libresca actual, milagrera y de crecepelo, permanecen ocultos tratados y manuales, en general  nacidos durante la Edad Media y el Renacimiento que intentan conciliar la filosófia, las ciencias naturales, la religión y ritos paganos en  un intento de comprender e interpretar las leyes de la naturaleza, en general  con la pretensión de gobernarla y de obtener beneficios personales. Me parece muy sensata la recomendación de  Limojon de Saint Didier en su libro "Le Triumph Hermetique" publicado en 1699, que aconseja:  estamos ya sobradamente convencidos de que existe  ya una demasía de libros que tratan sobre la filosofia hermética, y de que al menos que se quiera hablar de esta ciencia claramente, sin equívocos ni alegorías, cosa que ningún sabio hará jamás,  valdria mucho más guardar silencio que llenar el mundo de nuevas obras  más propicias a turbar el espíritu...
       
                      
Fragmentos de manuscrito de Ramón Llull. Arxiu Corona D´ Aragó y  Universitat de Barcelona.
Fausto o El alquimista. 1652,  Rembrandt. 

sábado, 13 de febrero de 2010

La buena dirección


      Placa del Pioneer, un mensaje para civilizaciones extraterrestres.


En la playa de la isla se acumulaba la basura dejada por la marea  baja, entre los restos de plásticos, ruedas de coches y una trona en la que se adivinaba el resto de pintura azul, había una botella de gaseosa con el tapón oxidado y dentro de ella un trozo de papel. 
El mensaje de la botella fue echado al mar en el pueblo de Pobra do Caramiñal, Galicia,  el 5  de agosto de 1964, lo firmaba Francisca Pousa. Decía así: 

A quien pueda interesar: tengo dieciséis años, soy bien parecida y busco  un novio extranjero para casarme y tener hijos, me gustaría que fuera americano. El que quiera ser mi novio  que me escriba a la siguiente dirección: calle Lombiña, 16, bajos. Prometo contestar. 

En el papel cuadriculado, una hoja arrancada de un cuaderno escolar y debajo de la firma, la autora del mensaje había pegado una foto recortada. Su propia foto, en la que se apreciaba la timidez adolescente en la sonrisa apenas dibujada en el rostro enmarcado por una melena oscura, repeinada con artificio para disimular las orondas mejillas.

El 7 de octubre de 2009, en la playa de Osprey de la Isla Gran Turca, William  J. Pertierra, de sesenta y tres años, paseaba a Max, su perro mil leches recogido diez años antes frente a la Iglesia de Santa Maria, en Cockburn Town,  donde lo había visto rondando durante días en busca de amo. Le impuso al perro el nombre de Max por el personaje de Luces de Bohemia, obra escrita por su  paisano Valle Inclán.

El tapón de la botella estaba tan soldado al vidrio que no hubo más remedio que romper la botella con una piedra; la hoja de papel doblada en cuatro pliegues, amarilla y quemada en los bordes, conservaba la caligrafia redondilla y la foto intacta de Francisca.  Durante unos momentos, William J. miró al  horizonte despejado en el que se veían los primeros barcos del día llenos de turistas, luego  miró de nuevo  la foto y la firma, se mojó los labios y besó, un poco mareado por la emoción,  el trozo de papel.
-Max, ven aquí. Hay Dios o Diablo ahí arriba que se burla de nosotros. 
El perro lamió la mano temblorosa del amo que se derrumbó sobre la arena, incrédulo y maravillado de tener entre sus manos el mensaje de su antigua vecina y  primer amor de juventud.       

domingo, 7 de febrero de 2010

En la corta historia del Alpinismo, apenas dos siglos, el relato de los primeros hombres y mujeres que se aventuraron a trepar hasta las cimas de las montañas, provoca admiración y espanto; lo segundo por la temeraria valentía con la que se atrevieron a subir los picos de los Alpes y Pirineos y lo primero por la vestimenta de bombachos y americanas, las botas claveteadas y las gorrillas que  poco protegerían a quienes alcanzaron el Mattherhorn, el Aneto o el Montblanc; y sin embargo lo hicieron, y algunos incluso sobrevivieron y repitieron muchas veces durante toda su longeva vida, como es el caso de algunos guías legendarios.
Me encanta  la literatura de montaña de principios y mediados del siglo XX,  hay mucho romanticismo y también un halo de candidez en los perfiles de los protagonistas, por ejemplo en  las novelas de R. Frisson-Roche: Regreso a la Montaña  o el Primero de la cuerda. La descripción de las ascensiones tiene, en muchas ocasiones, un carácter épico individual, en el que importa más que el desafío y la consecución del objetivo la emoción que proporciona la naturaleza.  El autor ponía en boca de Armand de la Bolla Nere, personaje de la novela Regreso a la montaña, estas palabras: " sentíase alegre sencillamente por existir y por amar lo que amaba: la pureza de la mañana, el paisaje invariable..."             
             
Foto del libro Les Aiguilles de Chamonix de Henri Isselin. Ed. Arthaud, 1961