viernes, 2 de marzo de 2012

Historia de una cobardía


Nagesh Goud



¿Quién entre nosotros no siente, de tiempo en tiempo,  que en algún lugar de futuro se encuentra un rincón mágico, o quizá terrible, en el cual encontraremos la Vida  en una actitud llena de promesas?  

En el prólogo al  relato de Henry James, La bestia en la Jungla,  la reflexión  anterior tiene mucho sentido porque plantea un conflicto universal, encarnado en el protagonista, John Marcher.  Somos el fruto de nuestro compromiso con el mundo  y, muy en particular, por los lazos que nos unen a otras personas. El vínculo que nos da la oportunidad de vivir es el Amor, sin que medie el interés, la utilidad, beneficio personal o cualquier otra satisfaccion material.  ¿Un ideal amoroso?  Nada de eso, Henry James trata en su relato el asunto  fundamental:  la cobardía del ser humano que marchita sus esperanzas y su proyección como individuo libre en favor de un egoísmo que le incapacita para vivir con plenitud.

En La bestia en la jungla,  Marcher renuncia al Amor porque es incapaz de salir de si  mismo  para integrarse en el proyecto personal de otra persona.  La cobardía  y el egoísmo  le convierten en un no ser. Una muerte psíquica que espera la oportunidad para reunirse con la biológica.  Quien huye del compromiso y sus peligros, da portazo a la esencia de su condicion humana,  pierde la identidad que nos define como especie, de manera que quien elige no ser nada para nadie, se transforma en un zombi que camina  torpe y receloso porque está privado, por propia voluntad,  de discernir y valorar la existencia, atemorizado  ante la perspectiva de ser descubierto en su verdadera dimensión de individuo vencido por propia mano. 

Mata la vida que no hemos vivido más que la vida vivida. Lo saben los letristas de boleros quizás mejor que los filósofos  y  lo saben algunos al llegar al último tramo de la vida.
 ¿Qué haría usted si tuviera la seguridad de volver a vivir? La mayoría destaca que se comportaría con más valentía que habría elegido un camino con más riesgos, no materiales, sino personales. 

La conquista de experiencias vitales que iluminan   la existencia humana es un  motivo suficiente para apartar de nosotros  el miedo a vivir. Y luego, si nos queda tiempo, podemos  leer a Henry  James  en su mejor relato, escrito con tanta elegancia y sabiduría  que sabemos, ya desde las primeras páginas en qué lugar de la vida queremos estar.          

  

 

lunes, 20 de febrero de 2012

¿Escribir? pero si es muy fácil



Sol in cor de leonis, detalle del retrato de de Johannes Kleberger, 1525. Albert Durero


Hace unos días asistí  a una comida en la que uno de los invitados trataba de demostrar que  existía un conocimiento secreto en manos de unos pocos.  Apenas una docena de personas  están al tanto del  secreto, saben cómo controlar la sociedad, qué guerras se preparan  y  cómo  y dónde  tendrán lugar  las revueltas sociales

Si sólo unos pocos conocen esa información vetada al resto de siete mil millones de habitantes, era evidente que él era uno de los elegidos, le dije.   Sonrió con satisfacción. En realidad, me contestó, no soy  uno de ellos, la  información la he obtenido por medios que no estoy autorizado a revelar. 

Y siguió  comiendo su lubina a la espalda, sin perder la expresión beatífica de quien pudiendo  destruir el mundo en un segundo, prefiere seguir el vuelo de una  mosca.

La existencia de un poder oculto en posesión de documentos prohibidos y de un saber que conduce al abismo o al paraíso, es una fuente de inspiración inagotable para algunos escritores.  Las verdades secretas  vinculadas a la religión y la magia, a un poder sagrado del que brota el conocimiento  atemporal y perenne,  son interesantes motivos para escribir novelones de seiscientas páginas. 

Mujer con unicornio. Raffaelo Sanzio, 1505.
 
La saga de novelas basadas en el misterio, en las que se mezclan las más rocambolescas -e hilarantes- tramas ha dado pie a un blog desternillante, en el que pulsando F5, se activa un archivo del que emergerá el esqueleto de un guión, a disposición de quien tenga el capricho de  convertirse en escritor de best-seller que traten de  magia y arte pictórico, templarios y Banco Mundial, tesoros y cibernética, papiros y  extraterreste y etcétera. Crea tu propia novela

El creador del blog, un benefactor de la humanidad, regala argumentos sin pedir nada a cambio.   Con este inteligente juego demuestra cómo los saberes ocultos que ansía conocer  la humanidad son irresistibles y venden muy bien. Claro que eso ya lo sabía Chaucer, cuando escribió: prohibidnos algo y lo desearemos.

Un elemento  sobresaliente del blog es que, sin pretenderlo,  señala una obviedad: que la literatura del siglo XXI, está en un proceso de destrucción, cambio y acomodación a la sobrehumana cantidad de información que recibimos, que no de conocimiento (Nasbitt) y que las generaciones de nuevos lectores manejan  formatos que imponen otra manera de leer.  

Mientras tanto, el  guardián de  todos los secretos, estaba ya en los postres, rechupándose la cucharilla con  la que rebañaba el resto de flan, cuando suspiró con nostalgia y entornó los ojos. Puedo describir sus gestos con toda precisión porque no le quitaba el ojo de encima, con disimulo y en barridos sucesivos, como  quien no quiere la cosa.  Insistí en que me diera alguna prueba de su saber prohibido.
Reconocerás a los que están en posesión del secreto por un símbolo, el cuadrado  con eje de abscisas, que lo divide  en cuatro cuadrantes, tal es su poder que define todo lo que hay que saber en este mundo.
 Entonces, su mujer, que estaba en la otra punta de la mesa, le gritó: ¡Manolo, haz el favor de darte prisa que dentro de media hora tienes la  presentación de tu libro!  

            

 

lunes, 6 de febrero de 2012

La negritud

Imagen del blog, Shakespeare politics and Italy.



Una de las actividades más entretenidas es la que consiste en seguir la pista de  las novelas escritas por autores muertos en la flor de su éxito comercial. Como por arte de magia, en cuanto  el escritor pasa a la categoría de difunto, sus deudos y editores descubren que tenía escrita una o varias novelas, diarios, reflexiones y etcétera, a punto para ser publicarse cuanto antes.  Por ejemplo, el autor de best sellers Robert Ludlum: su producción novelística es superior ahora que ha pasado a mejor vida, que antes, cuando era mortal.

Otra diversión inocente es la de adivinar qué escritores célebres tienen negros. Quienes se dedican a escribir a destajo en el nombre de otros,  son personas  que se caracteriza por su humildad y por dominar el arte de las evasivas. Es necesario que posean astucia e imaginación -ésta última, imprescindible- para eliminar la sospecha cuando familia y  conocidos se interesan por su fuente de ingresos.         




Uno de los escritores millonarios y de más éxito editorial es el famoso Tom Clancy,  reconocida marca comercial que recauda cantidades astronómicas por sus novelas y  las adaptaciones cinematográficas de las mismas.  Reconoce la editorial y él propio  Clancy, que dispone de un equipo de colaboradores para montar la historia, recopilar datos, escribir capítulos y ensamblar la trama. De la supervisión del trabajo   se encarga el escritor y  la editorial. Todo funciona como una perfecta cadena de producción.
 
El universo de los negros no se reduce a la literatura, también en las artes plásticas y  en la investigación científica se produce el mismo fenómeno, que se concreta en la voluntad de seguir haciendo caja cuando la inspiración, la enfermedad, la muerte o la pereza, ha dejado fuera de juego al famoso. No es nada nuevo.  Ser  negro mediante contrato laboral  no causa más molestias que cualquier otro trabajo asalariado,  pero  si  la relación laboral es para crear, inventar, descubrir  y tu obra acaba con el nombre de otros, entonces al explotado con tan malas artes le sale un sarpullido rebelde e incurable.

Un  caso celebre de usurpación de la creatividad y el esfuerzo es el que sufrió el  científico Nikola Tesla.   Acaba de publicarse una biografía escrita por Jean Echenoz, no la he leído pero sin duda recogerá la desgraciada relación de Nikola Tesla con sus empleadores. 
 
Desde Edison a Westinghouse y Marconi, todos ellos, se aprovecharon de la genialidad de este científico a quien no sólo le arrebataron la autoría y las ganancias de sus inventos, sino que sufrió todo tipo de difamaciones y falsedades sobre su persona y actividades.


Hace seis años leí un artículo sobre este genial inventor, que por aquel  entonces no conocía.  Busqué todo lo que había publicado sobre él, y hay mucho, incluso existe una Instituto-fundación  Tesla en Nueva York,  ciudad donde vivió desde que abandonó  Serbia,  lugar de su nacimiento.


La vida de Tesla es apasionante, está plagada de sucesos raros, incluso  su  propia muerte tiene todos los ingredientes para barruntar  que sus inventos alcanzan una trascendencia  que supera  los límites de la ciencia clásica. Cuando murió, agentes del FBI entraron en la habitación del hotel donde residía para llevarse todos los papeles. Esta información la encontré en las biografías, relatada por una sobrina que dijo  haber encontrado la habitación limpia. Sin embargo, en la página oficial del FBI niegan, con bastante ironía, por cierto, que existan esos archivos. Todo lo anterior contribuye a que exista una variopinta lista de teorías conspiradoras basadas en las invenciones secretas, ocultas al público por la susodicha y distinguida agencia federal de investigación.   

En 1976 se subastaron tres cajas con papeles de Tesla que fueron adjudicadas por veinticinco dólares. El nuevo propietario se llevó el lote sin saber que pertenecían al científico, o sí lo sabía pero le importaba un rábano, porque el buen hombre las apiló en un rincón y se olvido de ellas.  Unos años más tarde denunció  que tres hombres, vestidos de negro, precisó a la policía,  entraron por la fuerza en su casa  para robarle las cajas. 

Otro misterio sin resolver,  porque  en qué cabeza cabe que alguien puje para llevarse un lote y luego lo olvide sin que le pique la curiosidad por saber qué hay escrito en los centenares de páginas sueltas y varios cuadernos. Los ladrones iban vestidos de negro y se llevaron las cajas, como si fueran de la funeraria.
En fin, alguien miente: el FBI, el adjudicatario o la sobrina. Quizás los tres. Me gustaría saber si los hombres vestidos de negro, trataron con respeto los papeles póstumos de Nikola Tesla.      

      

domingo, 29 de enero de 2012

Tarde de domingo



William Orpe, Self-portrait, 1910. The Metropolitan Museum of art.
 

Hace unas semanas, un suplemento literario publicó un artículo sobre un autor misterioso: Trevanian. Tengo los tres libros que se publicaron  en España, La sanción del Eiger -se hizo una película con Clint Eastwood de protagonista- La sanción del Loo y Shibumi.  Durante un tiempo, un mes más o menos, leí a Trevanian y Dorothy L. Sayers, mientras en el tocadiscos sonaba  Breakfast in America de Supertramp, que entonces me gustaba mucho y ahora no tanto.     

Los dos escritores, tan distintos, tenían como protagonistas a  individuos  cultos y sibaritas, en especial Jonathan Hemlock, profesor de arte, que mata por encargo, vive en una iglesia rodeado de pinturas de grandes artistas  y es el tipo  duro  que se las sabe todas; en cambio, Dorothy L. Sayers, tiene a Lord Peter Wimsey, cuyos recursos intelectuales y astucia  son más que suficientes para descubrir al asesino. No mata ni se le ocurre usar la violencia física, en todo caso, algún empujón y sólo para zafarse de perseguidores y en legítima defensa.  

He vuelto a Trevanian, y  he tenido que dejar el libro al cabo de pocas páginas, por aburrimiento. 


Dorothy L. Sayers sigue magnífica  e indestructible, y su personaje,  Lord Wimsey, tampoco  decepciona.  En la novela,  El misterio de Bellona Club,  el detective que lo es por ayudar a los amigos  y sin ánimo de lucro, está leyendo un ejemplar del siglo XIV, de Justiniano, que le produce un placer muy especial.  Así que tenemos  a un hombre que disfruta leyendo la compilación de Derecho Romano, y eso no es todo, cuando  le interrumpe el mayordomo  para informarle de una visita que le priva de tan agradable lectura, musita: ¡Diantre!

La escritora británica publicó su primer novela en 1923, el Londres de la época,  las costumbres y usos sociales han desaparecido, pero Lord Wimsey nos trae noticias de la sociedad,  la de antes y la de ahora, con toda la carga de hipocresía y mezquindades; también generosidad y una comicidad basada en las incongruencias  del comportamiento humano, que nunca pasa de moda y que la escritora supo  analizar con delicadeza sin despreciar la sorna.

Mi intención hoy era escribir de Machado de Assís y de su novela Memorias Póstumas de Brás Cubas, pero se me ha ocurrido poner a Supertramp en Spotify -en un ataque  de nostalgia dominguera- y  ya se sabe que la evocación de tiempos pasados es traicionera.  
De la mano de  It's raining again,  me he desviado de mi propósito y ahora  ya es tarde. Sólo diré que el escritor brasileño del siglo XIX, Machado de Assís,  concibe en estas Memorias Póstumas  un retablo moral, irónico y bien hilvanado. Es la crónica de un muerto que se empeña en contarnos sus inventos y andanzas mientras reflexiona sobre la teoría filosófica de un  loco.
              

        

sábado, 21 de enero de 2012

Cultura sin permiso.

Imagen de 1910, propaganda de un teléfono sin hilos. Paleofutureblog.


El escritor llega a algo a costa de estudios interminables que representan un capital de tiempo o de dinero; el tiempo vale dinero, lo genera. Su saber es pues una cosa antes de ser una fórmula, su drama es una experiencia costosa antes de ser una emoción pública. Sus creaciones son un tesoro, el más grande de todos; produce sin cesar, trae consigo disfrutes y pone en marcha capitales y fábricas. De esto no se sabe nada. Nuestro país, que vela con escrupulosa atención por las máquinas, por los granos, la seda, el algodón... no tiene oídos, no tiene ojos, no tiene manos, en cambio, cuando se trata de sus tesoros intelectuales. Señores, nuestra desheredación es infame; pero no crean ustedes que éste sea el peor de los males del pensamiento.

No pedimos socorro ni protección, no tendemos la mano. Suplicamos que se iguale el pensamiento a las mercancías; no amenazamos, suplicamos que no se nos despoje.

 
Honoré de Balzac publicó en noviembre de 1834 una carta dirigida a los escritores, el fragmento anterior pertenece a ella. El plagio,  las copias, el mercadeo con creaciones de otros sin que les sea reconocido el mérito, ni  pagado el trabajo a los artistas  significa el final de una cultura libre. 


Que existan webs en los que se intercambian archivos, que el tráfico de ideas  no se interrumpa y que la información viaje a toda velocidad a la disposición de cualquiera que tenga conexión  es una Revolución  con mayúscula, como nunca antes se ha conocido. ¿Hay que limitar una tecnología con leyes que penalizan esta gran ola de conocimiento y creación en manos de la gente?  

La respuesta es  no. Otra cosa es que  no hay  mercado en el que los bienes sean libres y gratuitos,  internet ha de someterse a unas reglas internacionales que garanticen la protección de los derechos de  propiedad intelectual  de creadores e innovadores, esa es la base para que pueda seguir floreciendo  esa nueva clase emergente creativa, en palabras de Richard Florida, que nace con internet y que se está convirtiendo en una cultura muy poderosa.    

La leyes que protegen contra la piratería, como el caso de SOPA y PIPA, son el intento a la desesperada de las grandes corporaciones de la industria  de distribución de contenidos  que ven en internet un territorio ignoto y amenazador, un dominio público para compartir y crear.  




Lawrence Lessing, en su libro Cultura Libre, explica  que en 1945 se produjo un  conflicto que acabó en los tribunales con una sentencia famosa. Venía  a cuento de la aviación que empezaba a tener un gran desarrollo. Granjeros de Carolina del norte con tierras cercanas al aeropuerto, veían  morir sus pollos al paso de los aviones de combate. Se presentó demanda contra el gobierno por invasión de la propiedad- el cielo sobre sus granjas-y el consiguiente perjuicio económico. 

El fallo del juez fue el siguiente:  el sentido común se rebela ante esa idea de propiedad de los cielos, por más derecho consuetudinario  que sea, las leyes han de ajustarse a las tecnologías de su tiempo.  




domingo, 8 de enero de 2012

Siberia

Autumm day, Sokolniki 1879.  Isaac Levitan


Siberia. Dieciséis mil kilómetros de punta a punta, desde Yakaterimburg hasta el mar de Ojotsk. Colin Thubron recorrió esa distancia  en su mayor parte en ferrocarril. Atravesó  Siberia  durante los años finales del imperio soviético.  En su libro En Siberia, cuenta que en algunas aldeas habló con viejos que no distinguían  el régimen zarista, la  Revolución y la Perestroika. En esas tierras se decía que el Zar queda muy lejos y Dios está muy alto,  quizás era una manera de que el forastero, noble ruso o camarada del partido, entendiera que el territorio estaba libre de esclavitud y de cualquier tipo de servidumbre externa. Un salvaje este, un lugar peligroso, una tierra marcada por la ley física del más fuerte.  El paisaje que describe  Colin Thubron es la pesadilla de un agorafóbico, está habitado por personas que deambulan por inmensas ciudades trazadas con tiralíneas estalinista y mucho, mucho alcohol en vena. 
  
 La Siberia. En Barcelona hay una famosa peletería con ese nombre, en la que jamás he puesto los pies porque los abrigos de pieles me sientan fatal y, de haber tenido dinero  para una marta cibellina o un visón, lo habría gastado en un viaje  a Mélijovo, donde vivió Chéjov en una casa con un jardín donde en primavera florecían los cerezos.  

Princezna. Alphonse Mucha


¡Espérame en Siberia, vida mía!  es una novela de Enrique Jardiel Poncela que leí  en la adolescencia y me dejó  una querencia tal por ese descomunal territorio que, a pesar de la tundra, la taiga, los lobos y  las minas, los borrachos y el fantasma de Rasputín, sería capaz de viajar hasta Novosibirsk en enero  para tomarme un refresco en la plaza del pueblo, e incluso si hubiera algo de luz, leería fragmentos de la novela que trata de amor y es tan  profunda que parece tolstoiana. Para muestra, un botón: 

El secretario continuó la lectura equivocándose más que nunca. Decía: 
 -Y estando acabando la sesión , y siendo yo secretario se me rogó el mes pasado  que...
El presidente le interrumpió:
-¿Qué pone en el acta? ¿Se me rogó o me se rogó? 
-Se me rogó 
-Pues se dice me se.
-Se dice se me.
El presidente le miró de un modo torvo  y pegando con el bote  en el borde del tonel, aulló:
-Se dice me se, bestia. 
Una pausa. El presidente continuó :
-Cuando ibas al café a comer ¿qué pedías entremeses o entresemes?
-Entremeses- contestó el secretario anonadado. 
-¡Pues entonces!   




   

martes, 27 de diciembre de 2011

Año nuevo 2012



Barco de mariposas, Vladimir Kusch.



El 1 de enero inauguraré mi agenda  de tapas plastificadas y con  goma. No es una Moleskine, tan de moda ahora, es una agenda barata que me ha costado 6 euros. Escolar, práctica, con las lunaciones, las equivalencias con el sistema métrico decimal y las distancias kilométricas entre las principales ciudades europeas. No he usado jamás esos apartados tan útiles, pero me gusta que los tenga.  La agenda es de fácil manejo, cabe en casi cualquier bolso porque no mide más de diez centímetros. A principios de año anoto un deseo, en la primera página y a lo largo de los doce meses escribo  de vez en cuando si el deseo se  acerca o aleja  y qué expectativas tiene de cumplirse.  Hasta la fecha no se ha cumplido ningún deseo -hace diez años que inauguré la costumbre- circunstancia que al principio me cabreaba y hoy me parece una suerte enorme. La vida está llena de paradojas. 

G.K  Chesterton  escribió en 1904, el 1 de enero, cuarenta y ocho propuestas para el año  nuevo, conocemos las dos primeras: no escribir sobre el año nuevo y  retirarse a un monasterio para el resto de su vida. Ya de buena mañana del 1 de enero, traicionó la primera y la segunda quedó en agua de borrajas; de las cuarenta y seis restantes no  sabemos nada.   Reflexionaba Chesterton sobre las divisiones arbitrarias del tiempo,  al que imaginaba como una serpiente infinita a la que hay que darle tajos para que nuestros sentidos tengan la oportunidad de percibir la finitud del tiempo humano. Proponía  una campana, un tilín, una alarma que nos avisara cuando estuviéramos en pleno  disfrute de los placeres cotidianos. Una voz que nos dijera: faltan tres minutos  o una hora  para que se acabe lo bueno. 

Detalle de Música para la danza del tiempo de Nicolás Poussin.

¿Sería un sinvivir?  pues quizás al principio, pero luego nos esforzaríamos por exprimir hasta el último instante la oportunidad de disfrutar de un charla con amigos, de un granizado de café en una terraza de verano, de un baño en una cala de Cadaqués o de un paseo por el campo. La puñetera campana tañería para sacarnos del gozo y devolvernos a la vida gris y autómata, pero habríamos ganado consciencia de nuestros actos y de lo bien que lo pasamos tantas veces al día, un bienestar que vuela sin percatarnos y que se mide en segundos o, con mucho optimismo, en  minutos.  



Según el escritor británico, esa simple advertencia del final de lo bueno, nos provocaría un aumento de las ganas de saborear y disfrutar de la vida. En realidad, Chesterton iba un paso por delante, pretendía que fuéramos conscientes de la muerte - un hecho ineludible- para despertar a la vida y empezar de nuevo todas las mañanas. El 1 de enero, por ejemplo, es un buen día para intentarlo.    



           

viernes, 23 de diciembre de 2011

Feliz Navidad

Queridos amigos,  deseo que no os falte el coraje, el amor y  la generosidad  para apartar de vuestra vida  todo lo sombrío y áspero, esta Navidad y los días que le siguen.


Cuando todas las esperanzas
estaban enterradas,
todas las fuentes secas,
todas las preguntas calladas,
todos los fuegos apagados,
entonces, en medio de la noche,
la débil fuerza de una semilla
rompió la costra de la Tierra.
Gloria Fuertes
 

viernes, 16 de diciembre de 2011



Durante años,  las tardes de domingo las pasaba en un cine de barrio de sesión doble, de manera que las criaturas ocupábamos los asientos batientes de madera, con la merienda en una bolsa de tela. Ni refrescos ni botellines de agua, el grifo de los baños nos suministraba líquido potable cuando era necesario. Éramos delgaduchos, casi todos, con alguna excepción que mirábamos  como una rareza y una desgracia. Aunque mi aspecto, alta y muy delgada, también me valió  algunas burlas que no me han dejado ningún trauma, o eso me parece. Durante un tiempo quise ser muy bajita para dejar de ocupar el último lugar de la clase en los desfiles escolares. Luego descubrí que  casi mejor era  quedarme como estaba.


En el cine de mi barrio  no había contemplaciones con la sensibilidad infantil. Un programa habitual era una de risa y otra de miedo o acción,  según criterios muy amplios.  Aún recuerdo un domingo en el que primero vimos  El libro de la selva  y luego nos endilgaron El Conde Drácula,  con un Bela Lugosi que provocó la intervención del acomodador, al que temíamos más que al propio Drácula porque no se conformaba con deslumbrarnos con su linterna, sino que se ayudaba de una corta vara para atizar a quienes expresaban sus emociones a grito pelado saltos y otras habilidades motrices.  Pedagogía de vanguardia porque daba un resultado óptimo. Ese domingo,  regresamos a casa corriendo y por el bordillo de la acera, temerosos de que el vampiro nos saliera al encuentro desde cualquier portal oscuro. 



M.R. James


No me gustan las películas de terror, ni las de acción, ni las escenas de persecuciones ¿Será consecuencia de un trauma? A cambio  me encantan los cuentos de fantasmas escritos por un único autor: M.R. James.  Los relatos son perfectos  mecanismos  de precisión, y lo más sobresaliente es la mesura en el uso de los adjetivos. 

En el cuento El maleficio de las runas, un erudito, especialista en tratados alquímicos que trabaja en el Museo Británico  es víctima de una venganza. El escritor de un infame  libro de brujería pretende que su obra sea publicada,  pero la negativa de la mayor autoridad sobre este tipo de textos -el estudioso del Museo Británico-  le parece intolerable al  autor, que despechado, urde un diabólico plan para acabar con la vida de Mr. Dunning, un  bendito que se pasa el día estudiando manuscritos del Saber oculto.  



La estrategia maligna  se inicia una tarde cuando regresa a casa en el tranvía. Por la noche  Mr. Dunning ha de dormir sólo en casa. Ruidos, puertas que se abren y cierran, luces que se apagan. En fin, lo habitual cuando una presencia quiere llamar la atención.  En la cama busca a tientas fósforos para encender una vela, en vez de eso se encuentra con la cabeza de un ser ominoso ¿y cómo reacciona? pues diciéndose que está pasando una noche lamentable. Mr. Dunning, se refugia en su despacho  para evitar tales inconvenientes  


M.R James (1862-1936)  fue decano del King's College de Cambridge, director de Eton, pero sobre todo un hombre de curiosidad insaciable, experto  en arqueología, filología y otras disciplinas emparentadas. Sus cuentos tienen el aliciente añadido de que escribe sobre lo que conoce y en escenarios familiares. Los 31 relatos que publicó son  como las sesiones doble del cine:  risa y miedo. Si alguien decide leerlo, por favor, que no olvide la linterna. Por si se va la luz.           
  
          

miércoles, 30 de noviembre de 2011




Hoy, Google  recuerda el nacimiento de Mark Twain hace 176 años.  Este verano he tenido la oportunidad de seguir la huella del escritor. En 1880  realizó un viaje por los Alpes suizos, en poblaciones como Zermatt o Meiringen,  conservan los libros de huéspedes de los hoteles donde se alojó, con su firma y, en algún caso, con la explicación de una anécdota. No soy mitómana, pero  en uno de los libros de hotel, rocé con mi dedo la caligrafía del escritor mientras la vigilante suiza estaba distraída.  Y en ese instante, sopló una ráfaga de aire - la ventana del museo estaba abierta-que  atribuí al espíritu del escritor. Una risa, tal vez. Ya sé que no está bien porque si todo le mundo hiciera lo mismo... 





Quién haya leído algo de la vida de Mark Twain, sabrá que tuvo  muchas experiencias sensitivas, premonitorias, entre ellas se incluye la de su propia muerte y la de su hermano. No me extraña nada,  pues parece ser  habitual que personas muy sensibles son capaces de percibir conexiones que se oculta detrás de la realidad física de nuestro mundo.  Sin ir más lejos, la última película de David Cronemberg, Un método peligroso,  muestra al psicólogo suizo Carl G. Jung también como otro que tenía premoniciones, en los ratos que le quedaban libres después de escribir cartas larguísimas a Freud y curar a una paciente de la que acaba enamorado, a pesar de toda su contención helvética y calvinista. 
      

La agudez,  ironía,  y  profundidad de la observación son las señas de la obra y  vida de Mark Twain.  Por cierto,  una vida  que no fue fácil, en lo personal sufrió la muerte de sus hijas y esposa; también la ruina económica, pero esas experiencias no le robaron su sentido del humor, un instrumento que usó con maestría  para desenmascarar las hipocresías sociales y políticas, la manipulación y la mezquindad humana, mientras nos arranca una carcajada. Hoy tenía pensado colgar otra entrada, pero en estos turbulentos tiempos,  bien merece el bueno de Mark Twain que recordemos sus palabras para no olvidarlas mientras vivamos.






 Jamás hubo una guerra justa, jamás hubo una guerra honrosa, por la parte de su instigador. Yo miro en lontananza un millón de años más allá, y esta norma no se alterará ni siquiera en media docena de casos. El puñadito de vociferadores (como siempre) pedirá a gritos la guerra. Al principio (con cautela y precaución) el púlpito pondrá dificultades; la gran masa, enorme y torpona, de la nación se restregará los ojos adormilados y se esforzará por descubrir el por qué tiene que haber guerra y dirá con ansiedad e indignación: -Es una cosa injusta y deshonrosa, y no hay necesidad de que la haya-. Pero el puñado vociferará con mayor fuerza todavía. En el bando contrario, unos pocos hombres bienintencionados argüirán y razonarán contra la guerra valiéndose del discurso y de la pluma, y al principio habrá quien les escuche y les aplauda; pero eso no durará mucho; los otros ahogarán su voz con sus vociferaciones y el auditorio enemigo de la guerra se irá raleando y perdiendo popularidad. 


Antes que pase mucho tiempo verás este hecho curioso: los oradores serán echados de las tribunas a pedradas, y la libertad de palabra se verá ahogada por unas hordas de hombres furiosos que allá en sus corazones seguirán siendo de la misma opinión que los oradores apedreados (igual que al principio), pero que no se atreven a decirlo. Y, de pronto, la nación entera (los púlpitos y todo) recoge el grito de guerra y vocifera hasta enronquecer, y lanza a las turbas contra cualquier hombre honrado que se atreva a abrir su boca; y finalmente, esa clase de bocas acaba por cerrarse. Acto continuo, los estadistas inventarán mentiras de baja estofa, arrojando la culpa sobre la nación que es agredida, y todo el mundo acogerá con alegría esas falsedades para tranquilizar la conciencia, las estudiará con mucho empeño y se negará a examinar cualquier refutación que se haga de las mismas; de esa manera se irán convenciendo poco a poco de que la guerra es justa y darán gracias a Dios por poder dormir más descansados después de este proceso de grotesco engaño de sí mismos».
  • Fuente: El forastero misterioso  (1916), Cap. IX

lunes, 21 de noviembre de 2011

Rafal olbinski. Unsetlling tendency to see art print.

El otro día me di una vuelta por una librería muy bien surtida, buscaba un libro que no encontré, pero me llevé a casa uno que, como quien dice, me salió al paso. Un libro de pocas páginas que colocaron en un lugar equivocado, confundido por uno de esos manuales de autoayuda sobre la manera más rápida de hacerse con  un trocito de felicidad. Sí, lo confieso: anduve merodeando por esa sección frecuentada, casi siempre,  por personas de mediana edad, algunas con las heridas de la vida  zurcidas  sobre la piel. Eché un vistazo a la  enorme estantería de más de dos metros, dedicada a enseñar  métodos variopintos y estrafalarios para conseguir la serenidad, el bienestar emocional, la ausencia de dolor, el perdón a los semejantes y por fin, el olvido.

Iba de un lado a otro, sin que mi cerebro enviara a mi mano la orden para que cogiera un  ejemplar, los títulos me dejaban fría, hasta que mi mirada se fijó en un libro estrecho, de apenas 80 hojas:  La analfabeta, un relato autobiográfico, la autora es Agota Kristoff.  Al primer momento creí que era una narración a lo  Pablo Coelho, en la que alguien vive - imagina- una experiencia que le somete a pruebas para alcanzar un conocimiento espiritual vetado a la gente ordinaria. No era el caso, en cuanto leí  el primer párrafo, supe que ese libro que cuesta seis euros, estaba esperando un rescate urgente. La analfabeta  empieza así:  Leo. Es como una enfermedad. Leo todo lo que me cae en las manos, bajo los ojos: diarios, libros escolares, carteles, pedazos de papel encontrados por la calle, recetas de cocina, libros infantiles. Cualquier cosa impresa.

 Cuando acabé de leer La analfabeta, cambié la  opinión que encabeza esta entrada;  casi estaba por volver a la librería y preguntar por quién tuvo la feliz idea de dejar el libro entre toda esa morralla de promesas banales, para invitarle a  un café con cruasán.  Ayer por la tarde, mientras planchaba, intentando alisar una odiosa blusa llena de pliegues, se me ocurrió que hay libros que debieran estar camuflados en las secciones de autoayuda, y  con un régimen de alquiler para que, una vez leídos, pasaran a otras manos necesitadas, pero con un añadido al final  consistente en páginas en blanco, a modo de diario.  Los lectores, antes de resolver el alquiler,  dejarían escrito cómo les ayudó la lectura de ese libro, si ese fuera el caso, de manera que otros pudieran beneficiarse por la acumulación de las experiencias ajenas sobre el texto original. 

Es una buena idea ¿no?  pues ya está inventada, me acabo de dar cuenta. Y hace años que corre por ahí, gratis y sin tener que andar firmando contratos, ni perder el tiempo con la búsqueda del libro misterioso entre los estantes abarrotados de la librerías.  El invento recibe el nombre de Blog.



Laureà Barrau. La lectura, 1899



Alguien escribe, cuando quiere y de lo que le apetece, la gente puede leerlo o  pasar de largo. Existe una página en blanco para que los lectores contesten, precisen, defiendan, se opongan, agradezcan o se rían. No existe  para el escritor de un blog conflictos de intereses económicos, porque no hay  una empresa detrás ni pago a cambio de opinión. Un blogger es el mejor ejemplo en este mundo de lo que significa la libertad de expresión.

¡Ah! y el libro de Agota kristoff no trata de la felicidad, sino de cómo una mujer húngara  que trabaja de operaria en una fábrica suiza de relojes,  aprende francés pasados los treinta  años para poder escribir en una lengua extraña.       


viernes, 11 de noviembre de 2011

Chance encounter at 3.A.M. Red Grooms, 1984.

Abel Speiis, un veterinario militar jubilado, aficionado a descifrar los jeroglíficos del periódico y toda la clase de pasatiempos y adivinanzas, era llamado el ruso por sus vecinos. La culpa del mote la tenía una pelliza que se echaba sobre  los hombros durante todo el año. El ruso se dedicaba con especial éxito a los criptogramas. Ganó el primer premio de un concurso nacional descubriendo, en una ininteligible serie de 18 agrupaciones de letras,  la primera estrofa de La Marsellesa.  La pasión por la criptografía y  el enamoramiento loco de una vecina, la mujer de un comerciante de aceite de oliva, eran sus únicas ocupaciones. Ésta  última pasión  era conocida por los vecinos, a quienes el ruso pedía consejo sobre el amor que profesaba a la mujer de otro, una belleza que lucía pelusa oscura sobre el labio superior. No hubo manera de convencer al ruso para que le confesara su amor. No se atrevía, "no osaba declarar su llama".

Georges Perec, escribe esta historia de Abel Speiss, inquilino de uno de los pisos del edificio parisiense donde ubica su deslumbrante  novela:  La vida instrucciones de uso.  De Perec está todo dicho, 747. 000 entradas en  Google lo definen, deconstruyen, catalogan y  exaltan.

Yo me quedo  con las emocionantes coincidencias que ha generado la novela en mi propia vida.  Quizás no soy objetiva,  pero yo diría que en la novela de Perec se ocultan, si no mensajes, si algunas bromas dirigidas a sus lectores, a ciertos lectores. A una lectora en particular, quizás.  Podría considerarse que lo que acabo de escribir es un delirio, algo así como ese trastorno de algunos pirados que están convencidos de que los locutores de la tele cuando hablan se dirigen a ellos.

Georges Perec y su gato
La coincidencia más desopilante  ocurrió un día en el que estaba sentada en un cine, acababa de comprar   La vida  instrucciones de uso, lo tenía en mis manos y leía la contraportada mientras la sala se iba llenando de gente. En la fila y asiento de delante, se sentó un señor con bigote, era bajito, cosa muy de agradecer en esas circunstancias.  El señor del bigote sacó  de una bolsa de la Librería francesa, otro ejemplar de la novela de Perec, y como yo, empezó a leer la contraportada. Guardé inmediatamente mi libro, avergonzada del qué dirán por compartir los mismos gustos literarios con un señor que tenía pinta de inspector de aduanas.  En aquella época yo tenía una concepción del mundo muy limitada, en Europa había fronteras, aduanas y monedas nacionales. Y llovía mucho.
Ahora, dos personas sentadas una detrás de la otra haciendo exactamente lo mismo,  es  un  embrión de   flashmob, pero entonces era simplemente una rareza o una broma.  

La película que echaban en el cine era La genou de Claire. Casi no recuerdo el argumento, porque estaba pendiente del señor del bigote,  a quien miraba la calva al mismo tiempo que me preguntaba qué otros libros tenía en la bolsa que reposaba en el asiento vacío junto a él.  Casi al final de la película, el señor que debió de sentir mis ojos en su nuca, se volvió hacia  mí, diciendo alto y clarito: ¿Qué? 
Yo contesté ¿qué de qué?  Esta respuesta lo  desarmó, ¡Ah, bueno! pues entonces, nada.

Acabó la película y salimos cabizbajos, Rhomer era tan lento que costaba un poco recuperar el habla.  En el vestíbulo, mi alter ego lector, se acercó para pedirme disculpas por la mala manera con la que se había dirigido a mi.  Me explicó que era mentalista profesional, que se ganaba la vida como ilusionista. Su capacidad de ver más allá de lo que ve la gente normal siempre le ocasionaba algún sobresalto, no se quejaba porque esa habilidad era su pan, pero a veces no se podía controlar y pasaba lo que pasaba.  Le enseñé mi libro. ¡Ah, comprendo! dijo  y ya en la acera, rebuscó  en el bolsillo interior de la americana del que sacó una tarjeta que rezaba así:  Abel Spe, mago,  ilusionista, espectáculos a domicilio.  Un tarjeta muy formal  en la que figuraba un número de teléfono con el prefijo de Teruel.

Abel Spe y Abel Speiis, una coincidencia retroactiva porque hasta una semana más tarde no me percaté de ella. Luego, pasados los años he ido coleccionando casualidades en torno a la novela y sus personajes. Nada extraño porque bien mirado, La vida instrucciones de uso es una descripción pormenorizada en la que está representado el mundo que conocemos.             


viernes, 28 de octubre de 2011



El mundo es bueno, a veces. En el año 1932 se cometió un crimen, otro  más. El 9 de diciembre de ese año, en una tienda clandestina de venta de alcohol, dos hombre entraron con el propósito de robar la recaudación. En la trastienda un policía tomaba una copa con la dueña. Los atracadores dispararon al policía, el botín fue de dos dólares. En 1932, en  la ciudad de Chicago se cometieron 365 asesinatos, sin contar los ocho bajas de agentes de la policía metropolitana.  Dos raterillos en libertad provisional fueron detenidos, la única testigo, la dueña de la tienda, reconoció al que disparó y a su compinche. El barrio polaco de Chicago  sufría los embates de la depresión y la miseria. Los dos desgraciados, también de origen polaco fueron condenados, Franck Wiecik, el asesino, a la pena de  99 años de prisión. 

Once años más tarde, una anuncio por palabras en el Chicago Times, llamó la atención de un periodista. Se ofrecía  una recompensa de 5.000 dólares para quien diera con los autores del asesinato del policía.   Los interesados en cobrarla tenían un número donde llamar: Call Northside 777 y el nombre de una mujer a quien dirigirse. El periodista desconfía del anuncio, quizás es cosa de la mafia, desde luego, se huele un engaño porque el asesino ya está encerrado entre rejas. El número corresponde a una edificio céntrico de la ciudad, pregunta por la mujer que firma el anuncio. Al fin la encuentra en una de las plantas, está de rodillas y friega el suelo de las oficinas. Es una mujer de la limpieza, polaca, la madre del asesino.  Tiene la absoluta convicción de que su hijo es inocente, lleva once años limpiando oficinas para ahorrar la  recompensa destinada  a quien demuestre el error que ha llevado a su hijo a  prisión para el resto de su vida.  


El mundo es bueno, a veces.  El periodista, duda de la inocencia de Franck Wiecik, hay mucha confusión en sus primeras declaraciones ante la polícia, sin embargo, quizás la madre esté en lo cierto. Su jefe en el periódico le empuja a seguir con la investigación, los artículos que publica sobre el caso son un completo éxito. La gente empieza a interesarse por el caso. Averigua que Frank tenía mujer e hijo, que se divorciaron poco después de entrar en prisión. Ella está casada con otro, un buen hombre, que le ha dado su apellido al niño. El propio  convicto  presionó a su mujer para que se divorciara, no quería que su hijo sufriera el estigma de un padre presidiario. 
 
Sólo existe una posibilidad de sacar a Frank de la prisión: una prueba que destruya el testimonio de la único testigo. El periodista se arriesga, no teme enfrentarse a la fiscalía ni al cuerpo de policía, descubre que las pruebas sobre las que se construyó la acusación de culpabilidad son una chapuza. Consigue que la comisión del perdón, último órgano judicial para revisar casos ya juzgados, esté dispuesta a reunirse para que pueda presentar el hecho probatorio que demuestre la inocencia de Franck. 

En 1943, Franck Wiecik y su compañero fueron puestos en libertad, exculpados del crimen y reconocido el error en el veredicto de culpabilidad del jurado. 

Este caso real fue llevado al cine por  Henry Hataway en 1948, la película se titula Call Northside 777, aquí se lo cambiaron por el de Yo creo en ti.  El papel del periodista lo interpretó James Stewart.  La película cuenta la historia con estilo de atestado criminal.  No hay lugar para sentimentalismos  ni  lamentaciones. El director se permite un sólo efecto: el sonido de los silbatos de los trenes;  en Chicago, durante esa época, las vías corrían paralelas al barrio polaco. Un poco antes del final, las campanas de una iglesia repican  al paso del periodista que viaja en un taxi camino de obtener la prueba definitiva. 

El mundo es bueno, a veces. La voz en off nos recuerda que un hombre recuperó la libertad y el honor gracias a la  fe de una madre, al valor de un periódico y a la negativa de un periodista de aceptar la derrota. 

Es muy feo explicar el argumento de una película, y peor, un auténtico delito sin tipificar por ahora,  explicar el final como lo acabo de hacer, pero me asiste una razón poderosa:  la acabo de ver ahora mismo y quiero contarla porque merece la pena prestar atención a la reflexión final, no porque sea esperanzadora, que lo es, sino porque encierra un valioso mensaje. Reconoce la bondad de un mundo donde, ahora y siempre,   la codicia, el egoísmo  y el desprecio por los valores humanos a veces no triunfa gracias al valor, la honradez y  al empeño de un puñado de gente anónima.   
   
 

domingo, 16 de octubre de 2011

Roman Opalka, Detail, julio de 2007. 



Hace unos meses conté que una señora alemana, lectora de este blog, me envió un comentario muy crítico, lo hizo por correo electrónico porque no le gusta la exhibición en internet. Desde entonces, la señora lectora se ha convertido en mi referente, exagero un poco, pero  es verdad que aprecio mucho sus agudas observaciones  porque sé  que sólo la anima el deseo de crítica constructiva en un intento de mejorar la calidad  de los blogs que acostumbra leer, entre ellos el mío.Su altruismo es admirable.   Hace pocos días recibí otro de sus correos, en esta ocasión quiere saber qué motivos  tengo para cambiar tan a menudo la foto de mi perfil. Opina que soy una mujer voluble y eso no le hace ni pizca de gracia.


Usted no es Roman Opalka, escribeAfortunadamente no lo soy, de lo contrario estaría criando malvas y no  saboreando un café con hielo mientras escribo esto al ritmo de la música de Preservation Hall Jazz band y en concreto con la melodía,  St James Infirmary -muy apropiada para animar funerales-. El cambio de foto de mi perfil no tiene otro objetivo que proporcionar una imagen reciente, esta es de hoy a las 4 de la tarde. Quizás algún día reuna todas las fotos que he ido colgando para embarcarme en la creación de una obra de profunda reflexión existencial, pero por ahora me conformo con aparecer en el blog tal como soy a día de la fecha. Mi capacidad introspectiva deja mucho que desear así que tampoco confío en dejar nada aprovechable para la posteridad, quizás un álbum de fotomatón.    
   
El 6 de agosto de 2011 murió el artista Roman Opalka, la obra que nos deja tiene un único título: Opalka 1965/1 a infinito. A partir de 1965 hasta la fecha de su muerte pintó 233 cuadros, a los que bautizó con el nombre de  Detail, en ellos  anotaba una progresión numérica, siempre con el mismo pincel sobre fondo negro, que a partir de 1972  fue aclarando. Con la anotación de números sobre el lienzo, y una vez terminado se fotografiaba, siempre en idénticas condiciones. Así desde 1965, una década más tarde incorporó la grabación de su voz para recitar los números que acababa de pintar. Cuando murió, el detail acababa con el número  5.607.249. 

¿Tiene significado su obra?  es obvio que la tiene. Hay una búsqueda  y, al igual que Brossa hizo con el alfabeto, el aparente sinsentido se llena de contenido ante ese número final que representa la desaparición física de Opalka.  Nos enfrentamos con un hombre a quien le interesa la observación del paso del tiempo  y su consecuencia en la materia, representada en su propio cuerpo, voz y rostro.  Hay que tener valor y  temperamento obsesivo para dedicar más de cuarenta años a una exploración del tiempo sin perder de vista que detrás de cada número pintado  le esperaba la cifra final.

Un tipo así es intrigante, y mucho más misterioso resulta que su obra sea valorada en un mundo en el que lo trivial manda y lo inconsistente marca los destinos de la humanidad.  Me gustaría saber si se respeta la obra de Opalka por lo que tiene de permanente enfrentamiento con su cronología personal  o simplemente su obra adquiere notoriedad por lo que tiene de rareza - friki-. No lo sabremos por ahora, por mi parte agradezco el esfuerzo de gente como Opalka,  que  refleja de manera sublime la frase que pronunció Margo Channig ( Bette Davis en Eva al desnudo) cuando dijo: si persigo algo quiero perseguirlo, no que me persiga. Exactamente lo que hizo toda su vida Roman Opalak, que en paz descanse.


domingo, 9 de octubre de 2011

Un nuevo día

The road west. 1938. Dorothea Lange
 
Jean Valjean roba un pan para alimentarse, esa mala acción le condena a galeras y prisión. La ayuda de un desconocido, a quien previamente ha robado, le libra de ser encarcelado y, ese acto de perdón de su víctima le exculpa y rehabilita, pero ha de ocultar su identidad de expresidiario porque un policía le persigue.   Fantine es una obrera, pobre y sin instrucción de ningún tipo, tiene un hija secreta a la que maltratan  unos mesoneros infames que son sus cuidadores. Para sobrevivir y pagar la manutención de su hija, Fantine deberá prostituirse, pues descubierta la falta moral por las colegas del taller y enterado el patrón de su condición de madre soltera, la echa del trabajo. Valjean y Fantine cruzan sus destinos en el momento en el que la pobre desgraciada está agonizando;  Cossete, la hija de Fantine es adoptada por Valjean. Mientras tanto, hay un revolución en marcha, la de 1830 en París, una continuación de la revolución española de 1820 y anticipo de las revueltas de 1848.  Un ciclo revolucionario que recorrió Europa en la segunda mitad del siglo XIX. Esta historia es la trama de Los Miserables. Ahora la han convertido en un musical, ayer fui a verla. A través del dramatismo decimonónico de la puesta en escena, palpita una verdad que tiene vida propia y cuyo testimonio pasa de generación en generación. 

En 1934, un joven escribe un cuento de veinte páginas. Tiene suerte,  Una odisea en Marte lo publica  una revista de Ciencia ficción. Un año más tarde, Stanley G.Weinbaum, el autor, muere dejando en herencia 23 cuentos, once de ellos publicados a título póstumo.  En esa misma época, Dorothea Lange, una mujer norteamericana que cojea debido a una poliomelitis infantil, se gana la vida como empleada de la Farm Security Administration, una especie de ministerio de agricultura.  Viaja y  fotografía lo que ve.   El país vive las consecuencias de la gran depresión, una cuarta parte de los trabajadores se queda sin empleo, el 63 por ciento de los empleados en la industria tiene un trabajo a tiempo parcial con un salario insuficiente para vivir.  Las carreteras de Estados Unidos son una larga marcha de desposeídos a la búsqueda de una oportunidad para sobrevivir al descalabro social. 
Refugees from Abilene, 1936. Dorothea Lange

Nuestro escritor fantástico imagina, en esa época tenebrosa, el viaje a Marte de unos astronautas. Llegados a Marte,  uno de ellos se pierde en el planeta, su destino se cruza con el de un extraterrestre no marciano que andaba - mejor dicho, saltaba- por allí. Es una especie de avestruz  inteligente a la que el humano enseña media docena de palabras y que le acompañará hasta que encuentre al resto de la tripulación terrestre. Tweel  es el pájaro inteligente que viene de otro mundo  y que goza de unas condiciones envidiables pues no necesita comer ni beber y puede dar zancadas de 30 metros de longitud. En Marte hay monstruos horripilantes pero muy tentadores, el principal  es la bestia de los sueños, puede ver tus sueños y, lo que es peor,  convertirse en ellos.  El astronauta, agotado, no percibe el peligro, sueña con la chica de la que está enamorado en la lejana Tierra, la bestia aparece ante él con la apariencia de la mujer deseada, por fortuna Tweel está allí para impedir que su amigo terrestre vaya hacia ella para ser devorado por su sueño.
Los Miserables persiguen un sueño que, ahora lo sabemos, no se harán realidad nunca, cantan: el futuro alumbrará un día con un nuevo sol que brillará igual para todos. Stanley Weinbaum, nos prevenía de ese monstruo inmundo, de otro planeta, que se sirve  de los sueños para  acabar con  la vida y Dorothea Lange fotografíó el final de un sueño.  

viernes, 30 de septiembre de 2011

                   Walter Leistikow. Evening mood at Schlactens, 1895. Berlín State Museum.
                                                        


 
Todos los años  por la fiestas de la  Mercè, en Barcelona, una parte del Paseo de Gracia se convierte en un lugar tan acogedor como mi rincón favorito del sofá.  La feria del libro viejo y de ocasión, reúne a libreros de toda España, aunque cada vez hay menos casetas y posibilidades de encontrar el libro que, según  algunos,  aparece cuando de verdad lo necesitamos. 

En mi juventud, la feria del libro viejo del Paseo de Gracia me producía una emoción casi comparable a un flechazo amoroso. En aquella época, el curso no empezaba hasta entrado octubre y,  a finales de septiembre, el aburrimiento de unas vacaciones interminables, convertían la feria en mi particular Ascot. Pasaba toda la tarde  revolviendo entre los libros,  entonces apilados en desorden; mezcladas las láminas antiguas y las gacetas de la ciudad con ejemplares atrasados de La Vanguardia, Triunfo y tebeos de toda condición.  Me encantaba llegar a casa con el capazo lleno con el trofeos de unos cuantos libros y las manos mugrientas. En el autobús soñaba con encontrar algo extraordinario dentro de uno de los viejos, o no tan viejos  volúmenes que acababa de comprar y el viaje pasaba en un vuelo, con las ensoñaciones que me rondaban muy lejos del paisaje que se veía desde mi asiento.  A los diecisiete años, me robaron el monedero en la feria y  a los diecinueve, también. 

En la plataforma del autobús, ante el cobrador sentado como en un exiguo púlpito, farfullé que no tenía dinero para pagar el billete, pero que prometía pagarlo al día siguiente. Anda, pasa, me dijeron en las dos ocasiones. Al día siguiente, en la parada, que era final y principio de la línea, quise pagar mi billete y no aceptaron el pago. La compañía de transportes metropolitanos de Barcelona, tenía unos empleados rumbosos y confiados con la potestad de regalar algún que otro viaje gratuito.    

Barcelona, en los años setenta, era un lugar en el que te robaban la cartera y al día siguiente llamaba la guardia urbana a casa  para que fueras a recuperarla, con el dni  y mi agenda diminuta de teléfonos en su  interior. No echo en falta esa época, pero si siento  mucha nostalgia por aquella  feria del libro que entonces ocupaba las dos aceras del Paseo de Gracia, atravesaba la calle Aragón y seguía hasta acabar en la calle Mallorca.  

Este año, como siempre, he vuelto a recorrer las pocas casetas que aún quedan. Ofertas de tres por dos,  restos de colecciones,  premios literarios de postín y mucho oropel,   pero toda la mercancía es de poco interés para los bibliófilos -no es mi caso-. Estuve en la feria el martes pasado y compré  unos cuantos libros, entre ellos un ensayo de etnobotánica, con sus preciosas ilustraciones; otro sobre Londres y la evolución de sus edificios desde el siglo XVI; una novela de González Ledesma y un libro, descuartillado y en bastante mal estado  del escritor británico  Warwick Deeping. 

En los años veinte y treinta, W. Deeping causaba furor, era un escritor muy conocido y sus novelas, casi siempre historias de amor, impregnadas de espíritu eduardiano según leo en Google, se vendían  como rosquillas. Una de sus novelas, basada en su experiencia de soldado en la primera guerra mundial  fue hecha película, primero muda y más tarde sonora. El escritor tuvo mucho éxito, fue best seller durante años.  ¿Y hoy, quién sabe o se acuerda de él?  Probablemente, sólo un puñado de profesores de literatura y algunos lectores intrépidos o casuales. En una de las reseñas que he leído estos días sobre Deeping, me he enterado de la  antipatía que le tenía George Orwell, pues lo calificaba de escritor sin ningún mérito que, muy injustamente, se estaba forrando escribiendo historias insípidas y convencionales. 

Es gracioso y muy aleccionador, comprobar cuántos escritores, en menos de un siglo, han perdido toda su gloria y lustre comercial. Orwell tampoco puede ir chuleando en el otro mundo, en el caso de que haya  coincidido con Deeping (en el más allá) habrá probado su propia medicina. Me refiero a las burlas de Orwell  y su  desprecio por la obra de Deeping, éste último, estoy segura,  le habrá  mostrado su gran hermano, que ha pasado a convertirse en la marca de un engendro pestilente con el que las televisiones europeas narcotizan al personal.   

lunes, 19 de septiembre de 2011

                             
                               Ammonite. Jacek Yerka.

Apenas llegué al  aeropuerto, el de Barcelona, terminal 1, supe que jamás pisaría Madagascar. Se acabó el trabajo antes de haber empezado, las tortugas y su ciclo reproductivo no me interesaban. Mientras arrastraba mi maleta por el pasillo de salidas internacionales, cavilaba sobre las raras combinaciones y casualidades que habían concluido en una oferta de trabajo inverosímil, y mi delirante aceptación del encargo. ¿En qué estaría pensando cuando  respondí que a mi no se me caían los anillos por pasar tres meses siguiendo el trazado que dejan las tortugas en la arena?  Desde luego, no pensaba en Dostoievski ni en su pasión por la vida, tan bien reflejada en sus descripciones de ambientes brutales y cochambrosos, donde la veta de oro fino del ser humano luce como un repentino sol en la oscuridad de la noche.  

¿Cómo es posible? me preguntaba, que una organización internacional me hubiera reclutado. Reclutar, verbo que deleita a los de recursos humanos,  como si  en vez de un contrato de trabajo, se dedicaran a ojear levas para una batalla, o peor, una guerra. Por error, mi  perfil profesional fue a parar a un proyecto internacional, donde  alguien que en tiempos pretéritos fue compañera de estudios, me ofreció un salario exiguo a cambio de la aventura tortuguil, total, me dijo, para registrar  la población de esas bestias no hace falta ser una lumbrera, ni saber latín.  


La apreciación tan rotunda de mis facultades intelectivas  y cognitivas produjo tal efecto de fascinación, que no pude volver a ser yo misma hasta el día del viaje. Por lo visto, mi reacción no fue nada anormal, dentro de lo que cabe; se sabe que el ser humano tiene esa pequeña tara: le entontece que cualquiera, ya sea un taxista o la médico de la seguridad social, nos diga que lo sabe todo de nuestra personalidad. Es una mezcla de admiración y orgullo frente a quien ha perdido su  tiempo en averiguar lo interesante que somos.

La reacción, lo sabe todo de mí, por lo tanto merece que cumpla sus expectativas, me provocó una ardiente disposición a caer bien a las tortugas; prometí ser sociable con mis colegas,  amable con los cocineros de la reserva biológica de la biosfera o cómo se llamara aquel invento;  y, sobre todo, a ser discreta en lo referente a mi pasado. Estudié en tres días el Inter-american sea turtle convention, me aprendí la taxonomía de las Cheloniidae y cometí el error de llevar en mi bolso Crimen y Castigo.

Una tarde extremadamente calurosa del principios de julio, un joven salió de la reducida habitación que tenía alquilada en la callejuela de S...y, con paso lento e indeciso, se dirigió al puente K...
Había tenido la suerte de no encontrarse con su patrona en la escalera. 

Dovstoievski  empieza con este párrafo la descripción de los atormentados pasos de Raskolnicov, como el título de la novela advierte, se trata de un crimen sancionado con el correspodiente castigo -7 años en Siberia-que culmina con un final feliz.   Estas primeras palabras de la novela las leí en la lanzadera que me llevaba al aeropuerto; seguí  con Raskolnicov en la cola de la facturación de Air France, destino Orly, era un vuelo con escala;  pasado el control de pasajeros, continué leyendo, mientras tomaba un café en una de las desangeladas cafeterías:  buenas tardes, Alena Ivanovna. Y fue en ese instante cuando  recuperé el dominio sobre mis actos. Como Raskolnicov, si cometía el crimen de perseguir tortugas, para censarlas, debo aclarar, no para exterminarlas, el destino me reservaría un ominoso castigo.  Porque un delito es, y muy gordo, andar por ahí  haciendo lo que otros quieren y no lo que nosotros deseamos.