domingo, 22 de febrero de 2009

Afghanistan mon amour


   
  Helen Menken and Basil Rathborne 1926 (Jacques Virieu) NYPL


Apenas había entrado en la habitación del hotel, Dora se quitó las botas negras, casi militares con herrajes plateados que cerraban la embocadura de la pierna y se probó los zapatos, de piel tersa y de un azul limpio y elegante, pensó en su vestido de seda amarilla y aunque lo tenía en su armario de Bruselas, podía muy bien imaginar el efecto que causaría el conjunto en la próxima fiesta del Instituto.

- Son preciosos y una verdadera ganga, ¿no opinas lo mismo, amor mío?

-No están mal, quizás demasiado llamativos para mi gusto. Ese azul no acaba de convencerme.

-¿No? pues, para que lo sepas, tengo intención de ponérmelos en la fiesta del Ejército.

José se sentó en la butaca que había junto al ventanal desde el que se podía ver la Rambla, con los puestos de flores y pájaros. Observó el movimiento lento y cadencioso de la multitud que avanzaba como impulsado por una invisible fuerza, sin voluntad propia, parecían muñecos en una cinta sinfín. Le comía la  melancolía.

-Dora, quizás este año no podamos ir a la fiesta.

-¿Qué? ¿Por qué? ¿Qué pasa?

Cómo podía decirle a su mujer con la que había compartido veinte años de su vida y dos hijos, que en Afghanistan, en su último destino como oficial de la OTAN, en servicios de inteligencia militar, se había enamorado alocadamente, lo reconocía, de una militar turca, de nombre falso: Adéle.
Era algo imposible, no podía ni siquiera juntar las palabras necesarias para explicar lo que sucedió en el Hotel Edén, mientras  Adéle hablaba con los tres talibanes soplones que se vendían por una caja de viagra  y dos botellas de güiski pelón.

Rememoró la escena, cómo la miraba a hurtadillas, enamorado como un bobo adolescente. Adéle negociaba con tres tipos de aspecto recio y matón. Gracias a ella obtuvieron un plano de la región este del país, donde tenía su asiento la guerrilla. Adèle, cinturón negro de kárate, pelo negro azabache, bigote sombreado como el de un muchacho púber, absolutamente adorable, no dejaba de pensar en  ella noche y día. Llegó a creer que estaba bajo los efectos de un hechizo como explicación a la perturbación que no le abandonaba.   
-Voy a estar sensacional. Explícate,¿porqué no podremos ir a la fiesta?
-Pues porque coincide con el cumpleaños de tu madre.

-Pero si mi madre cumple en otoño, no sé qué te pasa, estás atontado, hijo mío.

Dora caminó con sus zapatos azules por la habitación del hotel, con saltitos, imitaba un baile de pareja, canturreaba,  pensó que su marido era el hombre más cariñoso y familiar de todo el orbe, no solo le regaló una semana en Barcelona, sino que pensaba en su suegra como si fuera su propia madre.



2 comentarios:

  1. Esta claro: Oficial de la Otan en Afganistán, y además, alemán, esto no puede ser bueno para el cuerpo ni la mente (no digo si necesario o no).
    Espero, con fruición, el siguiente relato.
    Gracias y ánimos.

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  2. Desde luego, malo para el cuerpo ha de ser porque Afganistan no es precisamente un lugar de recreo, lo de ser alemán no lo veo tan pernicioso -por ahora-.

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