domingo, 16 de noviembre de 2025

Primates que intuyen la ignorancia

 

Imagen creada por IA


En el sombrío panorama social actual, elijo orientar mis lecturas hacia derroteros más placenteros. Hace unos días leí un artículo sobre la intuición en los primates, en concreto en los bonobos. Estos animales parecen detectar cuándo un humano o un congénere ignora algo que ellos sí conocen. Ante un interlocutor ignorante, su reacción no es el menosprecio ni la indiferencia; al contrario, se disponen a enseñar a quien no sabe.

Este comportamiento resulta asombroso porque implica dos elementos que con frecuencia se han atribuido en exclusiva a los humanos: la intuición y una forma elemental de altruismo. Es probable que algo semejante se dé también en otras especies. Lo que más me llamó la atención es que el estudio señala que los grandes simios pueden rastrear la ignorancia ajena y ajustar su conducta para ayudar. Por ejemplo, en pruebas con bonobos, cuando el humano no sabía dónde estaba la comida, los simios señalaban antes y con más frecuencia el escondite correcto, lo que indica que representan a la vez su propio conocimiento y la falta de conocimiento del otro.

Si esto es así, cobra sentido pensar que en algún punto de nuestra evolución se produjo un descalabro biológico y social. A fuerza de abrirnos camino para asegurar la supervivencia, nos hemos convertido en depredadores muy sofisticados. “El saber es poder” y “quien sabe calla” son dos aforismos que recomiendan silenciar lo que sabemos: primero, para conservar una posición de superioridad, y luego, para reservar ese saber en beneficio propio.

En cuanto a la intuición, conviene que rectifique: no es una facultad exclusivamente humana. Quienes hemos convivido con animales de compañía —en mi caso, gato y perro— sabemos lo desarrollada que la tienen. Puede que no anticipen nuestra ignorancia, pero sí captan con nitidez nuestros estados emocionales, y lo demuestran compartiendo la pena o la alegría a su manera.

A medida que se multiplican los estudios sobre especies animales y vegetales, aflora la evidencia de que no somos los más listos del planeta; en muchos casos quedamos atrás en comportamientos sociales que exigen inteligencia fina y compasión. Aunque hay que reconocer que nuestras destrezas son superiores en tecnología, en arte y otras disciplinas humanas, pero con demasiada frecuencia carecen de alma y de un propósito que trascienda la reafirmación del yo. Compartir conocimiento (gratis) nos daría la posibilidad de evolucionar para alcanzar algo parecido a una sociedad más bonoba.    




sábado, 6 de septiembre de 2025

No sabemos nada

 

 


No sabemos casi nada, menos mal. Vivimos con la ilusión de que nuestro conocimiento de la realidad es amplio, y eso nos anima a opinar de todo lo que sucede a nuestro alrededor. Y en cuanto empezamos a entender, aunque sea de manera simple y superficial, cómo funciona la mente, nos llevamos una gran desilusión; o bien hacemos caso omiso y seguimos adelante como si tal cosa.

Hace unos días estuve charlando con una mujer que se dedica al estudio de los sesgos del comportamiento humano. Lo más terrible del asunto es que nuestra visión del mundo es siempre sesgada. Un sesgo cognitivo es la manera que tiene el cerebro de tomar decisiones con rapidez; eso implica que la capacidad reflexiva y analítica queda arrumbada para precipitar la decisión, basada en prejuicios y percepciones que poco tienen de objetivas y racionales.

De todos los experimentos que realizan en el laboratorio, casi siempre con estudiantes, la conclusión de la que están bastante seguros es que funcionamos así porque es un mecanismo de supervivencia. Pensar y reflexionar exige tiempo y examen de por qué opinamos de una manera o de la contraria. Y no podemos permitirnos gastar tiempo reflexionando antes de hablar u actuar: semejante hábito impediría interactuar con otros de manera fluida y perderíamos la vida más pronto que tarde.

Durante miles de años el ser humano decide rápido apoyado en automatismos. Esta conversación me ha dado que pensar durante días. De darle tantas vueltas y analizarme cada vez que decía algo, he conseguido que mis interlocutores me pregunten: “¿Qué te pasa? ¿Te encuentras mal?”

Quizás el automatismo en las decisiones y los sesgos que lo acompañan nos han mantenido con vida hasta hoy, pero dudo mucho que prolonguen mucho más la existencia humana. No es extraño que repitamos los mismos errores, que las guerras se perpetúen y que seamos unos infelices por nuestra mala cabeza. Seguimos el mismo patrón automático desde hace miles de años.

En todo caso, quienes conocen a fondo esta característica del pensamiento humano son los que manejan el márquetin político y comercial: esos son los verdaderos señores de la guerra y del poder.  Y mientras tanto, sigamos con la ilusoria creencia de que sabemos lo que hacemos, a nuestro cerebro le encanta tener razón incluso cuando se equivoca.  



sábado, 28 de junio de 2025

Los invisibles

 

Josefa Tolrà. Imagina Art 


Hace unos días, una amiga me habló de Josefa Tolrà, una mujer que vivió en el Maresme entre 1880 y 1959. La vida de Tolrà y, sobre todo, sus obras, son un reflejo de las capacidades ocultas que algunas personas desarrollan tras vivir hechos dramáticos que las marcan profundamente. En su caso, dos de sus tres hijos murieron: uno durante la Guerra Civil y el otro en un campo de concentración durante la Segunda Guerra Mundial. Fue en esa época, cuando rondaba los cincuenta años, que se le revelaron sus facultades pictóricas y literarias.

Pronto adquirió fama, ya que, al parecer, también tenía el don de la sanación. Sus obras interesaron a Antoni Tàpies y Joan Brossa, quienes la visitaban con frecuencia. Además, personas relevantes de la época se sentían atraídas por esta mujer que creaba al dictado de “seres de luz”, esos entes invisibles que la guiaban. Sin apenas formación, escribía textos en español con notable corrección, algo inusual para una mujer tan humilde y sin instrucción escolar. Sus pinturas y parte de sus escritos se conservan actualmente en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, el MACBA y en colecciones privadas.

Si alguien siente curiosidad por conocer a esta artista mediúmnica, Pilar Bonet es la principal especialista en la vida y obra de Josefa Tolrà. Ha dedicado más de dos décadas a su estudio, conversando con familiares, investigando sus cuadernos y comisariando exposiciones sobre la médium. Su libro más relevante es "Josefa Tolrà. Mèdium i artista" (Associació Josefa Tolrà, 2020), la primera monografía exhaustiva sobre Tolrà, que recoge tanto su biografía como un análisis detallado de su producción artística.

Otro caso más cercano en el tiempo es el de la médium Rosemary Brown (1916-2001). Esta mujer, que apenas había cursado tres años de piano y carecía de otra formación musical, asombró con sus composiciones improvisadas o dictadas en partitura, que Brown escribía con total soltura. Compositores y expertos como Leonard Bernstein o el musicólogo Érico Bomfim no dudaron de su genialidad, difícil de explicar. En los años sesenta y setenta, se hizo famosa en el Reino Unido por esta capacidad insólita en alguien con tan limitada formación musical. Rosemary era cocinera en un colegio hasta que ganó notoriedad y se dedicó a exhibir sus dotes. Contaba que, a los siete años, se le apareció Franz Liszt para prometerle que algún día le dictaría su música, y así fue. Chopin, Bach, Beethoven, Rachmaninov y su preferido, Liszt, le dictaban composiciones que Rosemary escribía y ejecutaba con seguridad y precisión. Este don también se le manifestó tras la muerte de su madre y de su marido. Sus apariciones en la BBC asombraban a expertos musicales por la rapidez y fidelidad estilística de la música dictada por el autor invisible que guiaba sus manos.

Las explicaciones sobre personas que apelan a espíritus para justificar capacidades sobrevenidas suelen tomarse como una broma por quienes están convencidos de que no existe otra realidad que la material. Sin embargo, entre la multitud de farsantes y embaucadores que viven del engaño espiritual, existen personas que, sin llegar al caso de Tolrà o Brown, poseen conocimientos asombrosos que parecen ir más allá del mundo que conocemos. Ojalá en el futuro alguien nos explique cómo podemos, los no mediúmnicos, despertar capacidades dormidas. En el caso optimista de poseerlas. 

 

viernes, 9 de mayo de 2025

Libros que no leeremos





     En torno a la lectura y los libros se han escrito millones de palabras, con pretensiones y opiniones variopintas:  se lee poco, que no se leen libros de calidad, se publica demasiado, que hay más escritores que lectores. Y podríamos seguir enumerando razones sobre los libros que “hay que leer” y aquellos que se consideran poco menos que basura y, por lo tanto, se deben despreciar. Todos (lo reduzco a algunos)  queremos ser escritores y vender mucho en Sant Jordi. El deseo se enfoca en convertir nuestra novela (ensayo, poemario, manual, etc.) en un best seller o, si no hay necesidad de dinero, pasearnos como escritores de culto, exquisitos y admirados, para que rabien los vulgares escritores que venden miles o millones de ejemplares. De culto quiere decir escritores cuya obra vende poco, muy poco, pero que son reverenciados por los críticos y en los suplementos culturales de los periódicos.

     

     En fin, este parloteo viene provocado por la tremenda cifra de libros que se publican en todos los soportes y que ningún ser humano podrá leer más que en un porcentaje minúsculo a lo largo de su vida. Y eso, en el caso de que tenga pasión por la lectura y una vida larga. Ya ni hablo de aquellos manuscritos que jamás se publicarán. Entre estos, estoy segura, habrá maravillas literarias y asombrosos descubrimientos que nunca conoceremos.

En España se publican 252 títulos cada día, aproximadamente. 89.347 libros el año 2024.       

      En el mundo, se publican anualmente entre dos millones y medio y tres millones de libros. Cuando leo estas cifras, me digo a mí misma que nunca podré alcanzar a leer ni un miserable uno por ciento de todo lo que se publica. Esto no me perturba tanto como pensar en los miles, millones de manuscritos rechazados, y que en algunos de ellos se guardarán verdaderos tesoros. Por pura probabilidad, al menos otro uno por ciento de lo no publicado será material literario extraordinario.

      

      La capacidad humana para expresarse es inagotable, y la pulsión por ser famoso y recibir atención mediática es el objetivo principal de millones de personas. Lo novedoso del asunto es que muchas editoriales buscan celebridades para que escriban, les guste o no escribir y tengan algo que decir,  porque saben que unos miles de ejemplares los comprarán sus fans. Y aquí se me abren las carnes, porque sé que la mayoría de manuscritos de autores sin pedigrí en redes son rechazados, muchas veces sin siquiera ser leídos.


     No es un reproche a los editores; es la constatación de que vivimos en una época desquiciada, en busca desesperada del beneficio económico inmediato. La lentitud en el trabajo, el oficio sin prisas y acompañado de reflexión, es considerada hoy una disparatada manía. Efímero, rápido, olvidable  y lucrativo podría ser el lema universal que mueve el mundo en el que vivimos. Y, mientras tanto, millones de libros sin lectores.



miércoles, 5 de febrero de 2025

Algo contigo ...que no es amor

 

                                       

Imagen creada por IA


A sus ochenta años, Clara ya no esperaba sorpresas. Su vida se había vuelto predecible: el café con leche por la mañana, el paseo por el parque, la novela a media tarde y las llamadas esporádicas de sus hijos. Pero un día, al volver del mercado, algo la detuvo en seco.Un enorme anuncio colgaba sobre el puente de la carretera, anunciando una nueva colonia llamada  Fatidique. No era la fragancia lo que llamó su atención, sino el rostro del hombre en la fotografía.

De cabello entrecano y ojos profundos, sonreía con una mezcla de melancolía y desafío. Algo en su expresión le resultaba familiar, aunque no lograba recordar de dónde. Durante días, Clara  pasó dos y tres veces bajo el puente, buscando excusas para ver el anuncio una y otra vez.

—Abuela, ¿qué haces mirando ese cartel todos los días? —le preguntó su nieta Sofía una tarde.

—Nada, es que me recuerda a alguien.

Sofía tomó una foto al anuncio.

—Es un modelo cualquiera, bastante viejo, por cierto. Pero si tanto te gusta, podríamos investigar quién es.

Clara fingió no darle importancia, pero en su corazón nació una esperanza ridícula, absurda. ¿Y si realmente podía encontrarlo? ¿Y si ese hombre aún vivía?

Sofía cumplió su palabra. Buscó el nombre de la empresa, encontró al fotógrafo de la campaña y, después de varios correos, consiguió un nombre: Julien Moreau. ¡Sí, era él! No era un modelo profesional, sino un mecánico retirado que había aceptado posar para la publicidad casi por casualidad. Regentaba una librería de segunda mano en París

—Abuela, vive en París.

Clara sintió un escalofrío. París. De allí era,  él mismo se lo dijo hace más de cincuenta años, cuando ella era una madre joven y soñadora que vivía de rentas.

—Tengo que verlo.

—¿Hablas en serio?

—Sí.

Sofía, emocionada con la locura de su abuela, la ayudó a comprar un billete de avión por internet.

Cuando Clara llegó a París, su corazón latía como el de una muchacha de veinte años. Encontró la dirección de Julien en un cuchitril librería del Barrio Latino. Con pasos temblorosos, entró al local. El hombre que buscaba estaba sentado en un rincón, hojeando una revista de motores de avión.

—Disculpe… —su voz tembló—. ¿Usted es Julien Moreau?

Él levantó la vista. Sus ojos, los mismos del anuncio, se posaron en ella con curiosidad.

—Sí, soy yo.

—Esto le parecerá una locura, pero… nos conocimos  hace muchos años.

Julien frunció el ceño, intentando recordar.

—¿Cómo se llama usted?

—Clara Montserrat.

La revista cayó de sus manos.

—¿Clara? No puede ser…pensé que te había perdido de vista para siempre.

El tiempo pareció detenerse.

Julien la observó con asombro. Había sido su casera, aquella mujer joven que le echó de su piso con cajas destempladas.

—Te lo quería dar —susurró él—. Durante años, pero siempre salía una cosa o la otra.

Clara sintió los ojos húmedos por culpa de aquel local polvoriento.

—Ya lo sabes, Julien, me adeudas seis mil euros con los intereses de mora. Sinvergüenza,  que te fuiste sin pagar las dos mensualidades que me debes.¡ Con lo que hice  por ti, que te daba siempre de cenar y a veces de merendar!

El destino, caprichoso, los había llevado por caminos distintos, pero ahora, medio siglo después, les daba una segunda oportunidad.

Y esta vez, ninguno pensaba desaprovecharla. Julien le entregó un cheque  que Clara, al día siguiente en Barcelona no pudo cobrar porque era un cheque sin fondos. Y la pobre Clara, otra vez engañada, se murió del disgusto en la sucursal del banco.     

 

martes, 24 de diciembre de 2024

No me conoces

 


Imagen realizada por IA

El otro día caminaba apresurada por la ciudad. Las luces navideñas y el gentío que, como yo, se detenía ante los escaparates o entraba en las grandes tiendas en busca de un regalo me producían una sensación lacerante, como una punzada en el corazón. El ambiente navideño siempre me ha parecido artificioso, mucho más en estos tiempos en los que se ha convertido en el gran ritual consumista del que muy pocos en nuestra sociedad se libran. 

En la zona de la ciudad por la que caminaba, muy céntrica, avisté dos vagabundos. Uno era tullido, sin piernas, delgado y con el torso desnudo a pesar del frío, y el otro, un anciano rodeado de cachivaches que hacía sonar un vaso de aluminio abollado que contenía algunas monedas. Pensé que era un escenario tan triste e irreal que me entraron ganas de cerrar los ojos. Parpadeé a propósito y seguí caminando. Las conversaciones de la gente me llegaban a ráfagas: "si ya te digo, quería las botas pero luego preferí comprarme un bolso, si ya sé que tengo muchos, pero ese en particular me encantó..." y "yo qué sé qué haré en Nochebuena, pues los langostinos y la sopa de galets".

Al llegar a la avenida, cientos de personas echaban fotos con el móvil a las luces colgadas de las farolas y a las guirnaldas que iluminaban de un extremo al otro la calle. No me parecían humanos; pensé que quizás estaba viviendo dentro de una simulación, de un juego en el que los escenarios se sucedían y en ese instante me tocaba atravesar la pantalla del episodio "Navidad feliz". Me dirigí a una calle más tranquila y apenas transitada. En un pequeño comercio de telas, la luz mortecina del escaparate mostraba antiguos maniquís vestidos con telas estampadas a modo de saris. Entré sin intención de comprar, solo impulsada por un deseo irracional e inexplicable. Detrás del mostrador, un joven moreno que lucía un mostacho propio de épocas pasadas me preguntó en qué podía atenderme. Señalé una tela verde con estampados de flores rosas. Una tela fea por la que pagué cinco euros porque estaba de rebajas. Era un corte de metro y medio. Le dije que la quería para forrar cojines, y él alabó mi gusto. En esa confianza surgida en menos de dos minutos, me anunció que la tienda cerraba en una semana y que sentía lástima porque era un negocio familiar de cuatro generaciones. Además, dijo, ya no podré charlar con clientas de toda la vida, como usted. "No me conoces", le dije, "es la primera vez que entro en esta tienda". Me respondió: "sí, claro, todas dicen lo mismo". Salí con tanta rapidez  de la tienda que casi rompí el cristal de la puerta. Regresé a la avenida principal y con mi móvil también eché una foto a las luces.


sábado, 19 de octubre de 2024

La Inteligencia Artificial es mi amiga




Hace una semana tuve la suerte de charlar con Gisela Baños, escritora, divulgadora científica y una mujer tecno optimista, como yo. 

La charla, que inserto hoy en el blog, merece atención porque estamos rodeados de una delirante especulación sobre los males que infligirá esa bestia parda llamada IA, capaz de aniquilar a la especie humana en cuanto se percate de que es más lista que nosotros.  

Claro que la IA tiene sus peligros, pero mucho más interesantes son sus bondades. En todo caso, los humanos estamos destinados a extinguirnos antes o después. De manera que más vale que nos dediquemos a gozar de sus ventajas y aprender sobre esta realidad tan cambiante que nos lleva rumbo a lo desconocido. 





lunes, 5 de agosto de 2024

La chica y la cabra de la curva

 


        Inventar buenas historias no es fácil. Algunas son tan buenas que pasan a pertenecer a la categoría de leyendas (urbanas). La chica de la curva es una de ellas, es tan conocida aquí como en Australia o en Chile. De  autoría desconocida, mantiene todo su  encanto y efecto a través de los años. Cada vez que se escucha la historia por primera vez provoca un estremecimiento de miedo mezclado con atracción. Hasta que te percatas de que es una invención, un cuento que se reproduce en cada generación con idéntico éxito. El núcleo narrativo permanece intacto, solo hay algunas variaciones ornamentales, según la imaginación de quien la explica.

La historia es la siguiente: en una carretera poco transitada, ocurrió un accidente donde murió una joven (veinteañera, treintañera  o  adolescente). El espíritu de esta malograda mujer quedó para siempre jamás clavado en el  lugar del accidente. Es un fantasma cuya única obligación consiste en advertir a los conductores de la peligrosidad de la curva. No siempre se aparece, solo cuando existe un peligro inminente, ya sea por mal tiempo o porque se acerca un conductor imprudente que viene de frente a toda velocidad. En la carretera aparece la chica, vestida de blanco, que detiene con un gesto de su mano el coche elegido.



Por raro que parezca, en la historia siempre paran los conductores. Cuando le preguntan a la joven qué ocurre, ella les advierte para que conduzcan con cuidado porque hay una curva mortal. A continuación se desvanece. A veces el fantasma entra en el coche porque asegura que va de camino al siguiente pueblo,  aunque desaparece cuando se ha sobrepasado el lugar maldito.   

Este relato reúne todos los elementos de un cuento gótico: la noche, una bella joven y un peligro mortal que acecha. La frase  la chica de la curva se ha convertido en un lugar común, una fantasía que casi todo el mundo acepta como un chiste. Yo también me reía de la chica de la curva hasta hace dos días. Pasaba la medianoche cuando salíamos de la casa de unos amigos, cerca de Collbató, un  pueblo en las estribaciones de la montaña de Montserrat. Es una montaña muy conocida por su tradición misteriosa. En ella, un día fijo de cada mes (el 11)  se reúne gente que asegura comunicarse con los ovnis; además, se pierden personas que jamás han vuelto a ser halladas. Para algunos es una montaña mágica.




Nuestros amigos viven en una masía a la que se accede por una pista forestal. Eran las doce y media de la noche cuando emprendimos el viaje de vuelta a casa. Antes de llegar a la carretera comarcal, en una curva bastante cerrada, nuestro focos alumbraron  una cabra a la que estuvimos a punto de atropellar. Nos detuvimos. La cabra miraba fijamente las luces del coche desde el centro de la estrecha pista. Era imposible esquivarla. No se apartaba, así que decidimos salir del coche y convencerla con aspavientos para que dejara libre el camino. Clavada en la tierra y con la mirada desafiante,  la cabra salvaje no se movió un centímetro a pesar de nuestros saltos,  movimientos bruscos y gritos. Nada le hacía efecto, ni siquiera cuando agotamos el últimos recurso: cariñosas palabras y ofrecimientos de frutos secos (revenidos) que olvidamos en la guantera hacía más de un año: vete, bonita, déjanos seguir, toma unas almendritas... 

La cabra permanecía impávida, incluso cuando intentamos empujarla. En ese momento, de la oscuridad nocturna sin Luna emergió una chica, vestía una falda larga blanca y un jersey azul celeste, nos dijo que la cabra no era una cabra, en realidad, sino el espíritu de un montañero que se había matado muy cerca de allí. La cabra (el montañero) quería protegernos de la muerte. Después de esta explicación, conjurado el peligro, nos invitó a continuar el camino. En ese instante contemplamos una estrella fugaz que atravesaba el cielo, era una luz verde esmeralda preciosa que duró apenas dos segundos. En tan breve tiempo se esfumaron la cabra y la chica.

Sentimos un escalofrío. Dentro del coche y rodeados por la noche  oscura y silenciosa no pronunciamos palabra. Encendí el motor y empecé a conducir muy despacio sin apartar los ojos de la pista. Pasados cinco minutos llegamos a la carretera comarcal. A quinientos metros se veían luces azules y rojas intermitentes, una ambulancia y dos coches de policía ocupaban la carretera. Cuando llegamos a su altura detuve el coche para preguntarle al guardia que autorizaba el paso alternativo de coches: un coche ha chocado con una cabra,  la conductora está bien, pero la cabra ha muerto debido al impacto. Suspiramos de alivio (por nuestra buena suerte). El encuentro en la pista forestal anticipó la muerte, sí, pero de la cabra.    

Las imágenes que ilustran esta entrada han sido generadas por I.A Midjourney

El texto es propio sin intervención de I.A.G          

domingo, 16 de junio de 2024

El Tiempo no existe, dicen

 




                             Naturaleza muerta resucitada. Remedios Varo  



Algunos titulares siembran falsas esperanzas en relación al avance del conocimiento humano y de sus aplicaciones prácticas. El título de la entrada de hoy es un ejemplo. Hace dos días leí tal rotunda afirmación: El Tiempo no existe. Me lancé a la lectura, y claro, al final del artículo sobrevino la decepción. Estemos o no de acuerdo, y limitados siempre por  nuestra ignorancia, el Tiempo nos pasa a todos por encima como una apisonadora sobre el negro asfalto. Y si solo fuera una percepción de la mente humana que contradijera esta hipótesis de ausencia del Tiempo, los efectos son idénticos a su existencia pues es palpable las consecuencias sobre nuestra realidad física. 

Nos movemos en una línea temporal: pasado, presente y futuro están  separados en nuestra cabeza. Recordamos qué ocurrió hace veinte años (pasado); saboreamos un helado de vainilla hoy (presente) y anticipamos  detalles del viaje programado para la próxima semana (futuro). Si el tiempo es solo una percepción de nuestra mente sin aval teórico de la física, hay que concluir que nuestro cerebro es muy poderoso porque consigue que suspiremos de nostalgia por el pasado que no fue o que anhelemos con ansia el mañana que no será.     

La teoría física que defiende la ausencia de tiempo en el universo se une a la filosofía, y aquí es cuando abrazo esta hipótesis que alienta mis ilusiones sobre la fantasía de moverme en un universo sin tiempo. ¿Pero en qué universo? Pongamos que puedo desplazarme en el plano de esta realidad familiar, necesitaré  unas coordenadas físicas para elegir dónde caer. Porque no se trata de ir a parar a un momento histórico atroz y que me pille en medio de un fregado y quede cautiva en un época oscura. 

La fantasía de ser viajera en el tiempo la he tenido desde que era una niña. Recuerdo quedarme dormida imaginando que aparecía en el futuro lejano (más guapa y mejor vestida), mientras charlaba con el señor Spock, en la nave intergaláctica de Rumbo a lo desconocido.

¡Qué poco he cambiado! Si hoy pudiera elegir el instante del no tiempo, también escogería el futuro, ese lejano inexistente que se abriría como un libro en blanco sobre el que proyectar mis esperanzas. En esa circunstancia de salto al futuro, sería una mujer más joven y lista de lo que soy hoy, y ya puesta a escoger, tendría facultades paranormales. Entendería todas las lenguas de los seres intergalácticos y terrenales. Incluso podría hablar el lenguaje de las plantas para pedirle a mi  ficus que crezca de una vez. Espero que muy pronto la teoría pase a la práctica, al momento glorioso en el que podamos flanear por mundos estelares en cualquier fase del no tiempo. 




   

sábado, 16 de marzo de 2024

Efecto Zeigárnik

 



En 1927, la psicóloga Bliuma Vúlfovna Zeigárnik descubrió  que el cerebro humano recuerda mejor las tareas que dejamos pendientes antes que  las acabadas. 

Este principio psicológico se aplica también a la literatura. Nos engancha la historia que no acaba de redondear el final, la que deja un final abierto que sugiere  un continuará, siempre que el autor no  recurra al engaño ni a la trampa. Los lectores, también los espectadores audiovisuales, apreciamos que el relato sea coherente y que el final cuadre con el planteamiento, pero eso no significa que exijamos un final cerrado donde todo encaja a la perfección, como si fuera un mecanismo de relojería.

Siguiendo el recorrido cognitivo del relato, cuando  nuestro cerebro lee una ficción, o la contempla en la pantalla, recibe una información muy valiosa que, según sea el final, nos lanza una advertencia: no te fíes de los desconocidos o confía en los desconocidos. Y este aprendizaje que nos prepara para abordar situaciones reales, procede de la ficción, no solo de la experiencia personal.

A veces nos asombra que un relato alcance fama universal y se convierta en símbolo y referencia cultural,  quizás lo atribuimos a la suerte que tuvo su autor, al momento histórico de su publicación, pero lo más decisivo es que de una manera inconsciente o sin saber muy bien el porqué,  el autor ha dado con la clave de lo que le gusta a nuestro cerebro: una trama que conecte con nuestras emociones, que tenga autenticidad, aunque sea del género fantástico y que no estampe un final concluyente que desvirtúe las expectativas y el esfuerzo del lector.

Hoy existen grandes avances en el conocimiento del cerebro, es probable que no se tardará mucho en generar una fórmula ideal para escribir bestsellers. Y quizás no será por la mano de un humano sino la de una Inteligencia Artificial que sabrá cómo dosificar golpes de efecto, finales sugerentes e incompletos y emociones que conmoverán al lector más curtido. Hay un pero, este creador artificial no tendrá apenas público porque la lectura en soporte de papel se ha convertido en una actividad residual de una generación predigital. No existen los finales perfectos.   


          

jueves, 18 de enero de 2024

Amor de Lama

 

En alguna ocasión he hablado de mi amiga Casilda. De sus tropiezos y  mala suerte amorosa. Sus idas y venidas con hombres de todo pelaje no han mermado en nada su confianza en el Amor, con mayúscula. Desde luego, le digo mil veces que, en lo referente a los hombres,  todo lo hace mal y así le va.  Admiro de Casilda su  voluntariosa ilusión, a pesar de las decepciones incontables. Cree que ese hombre ideal con el que sueña, en su imaginación un tipo adorable en todos los aspectos,  la está esperando en algún lugar a la vuelta de la esquina.  ¡Por Dios, qué inocente eres! Le digo. Somos amigas desde la infancia y podemos enfadarnos y reconciliarnos sin que esos pequeños desencuentros tuerzan nuestra amistad.

El día siguiente de Reyes fuimos juntas a un funeral. Se nos ha muerto un amigo y allí estuvimos las dos, con nuestros abrigos negros que solo  nos ponemos en los funerales de invierno. No lloramos porque nuestro difunto amigo murió en la cama, en los brazos de su nueva novia. Una muerta fantástica, ¡quién la tuviera! Decía Casilda. Hacía solo pocos meses que los ahora difuntos  se habían conocido y fue para ambos el amor definitivo. Murieron en un abrazo pacífico, la culpa, o la dicha según se mire,  la tuvo una estufa de gas.  Envidiable final para los románticos. En el funeral, Casilda me susurró al oído: ¿Has visto a ese bajito que está en la segunda fila? ¿El de la melena gris? Sí, ese mismo. ¿Qué le pasa?  Pues que nos hemos cruzado una mirada  cuando el coro cantaba  la canción de Serrat. Hoy puede ser un gran día era la favorita de nuestro amigo. Y también es una de mis preferidas. ¡Esto no puede ser otra cosa que una señal del destino! 

Salimos de la capilla y el hombre de la melena gris se acercó a nosotras. Nos besó y exclamó con una alegría impropia en un tanatorio: ¡pero qué puñeteras sois! ¿me recordáis?  Por más que me esforzaba, mi memoria  no daba con el personaje,  sonreí sin decir ni una palabra. No como Casilda, que por no desaprovechar la oportunidad de quedar bien con el destino, le dijo:

-¡Claro que me acuerdo, qué tiempos aquellos!

Cada día os daba hostias! Y echó una risotada que incomodó a los deudos, pues la gente pululaba a nuestro alrededor dando el pésame a los familiares.

Entonces lo recordé,  fue  aquella carcajada extemporánea la que rescató de la memoria remota la identidad de aquel bajito barrigón, con pendiente de aro plateado en la oreja izquierda: ¡el monaguillo de nuestro colegio!

Sin hacerme ni caso, se abrazaron con fuerza y se besaron cerca de los labios. El ex monaguillo le dijo a Casilda.

-Nunca te he olvidado

-Y yo tampoco- Contestó ella.  

Creo que las declaraciones de los dos eran mentira, pero qué importa. Se notaba que querían liarse cuanto antes. Les dejé solos enseguida, paré un taxi y me fui a casa. Casilda no me llamó hasta el mediodía siguiente.  Habían pasado la noche juntos y  planeaban que él se iría a vivir con ella  en pocos días, el tiempo necesario para hacer la mudanza y empaquetar sus cosas. Le recriminé a mi amiga su precipitación, un error que siempre la llevaba al fracaso irremediable. Pero Casilda no sigue ningún consejo sensato, ella, que se las da de racional, tiene la emocionalidad de un pubescente.

-Casilda, ese hombre no te conviene. Piénsalo bien  antes de meterlo en tu casa. Dices que se acaba de jubilar, y no sé de qué porque me dices que los últimos diez años los pasó rezando por la paz del mundo en un monasterio budista. ¿Pero tú crees que este hombre puede compartir la vida contigo? No creo que sea una buena decisión. 

-¡Qué va, te equivocas, es una excelente decisión. El se dedicará a cocinar y arreglar la casa.  Figúrate el ahorro. Despediré a la mujer de la limpieza. Cuando llegue a casa del trabajo, estará Óscar esperándome  con una copa de vino  blanco y  sopa ramen. Se ve que el monasterio era de budistas japoneses y domina el sushi.

-Eres abstemia y el pescado crudo te da alergia.

- Pues con un vaso de agua, qué más da, y un muslo de pollo. Lo importante es que me estará esperando.

-Tú eres idiota, además de ser teniente coronel, y él solo busca ahorrarse el  alquiler.

-Sí, lo que tu digas, pero se ha hecho lama, es  un líder espiritual como si dijéramos, precisamente  lo que yo andaba buscando. Es el hombre ideal,  me conducirá por los derroteros del amor espiritual y carnal, que lo uno no quita lo otro   

Han pasado dos meses y  lo último que sé de mi amiga es que ha dejado el ejército, Ahora vive con su lama en un pueblo de Teruel. Han adoptado ocho cabras  y practican el saludo al Sol todas las mañanas, según me cuenta.  Lo que ella no sabe es que Óscar está en busca y captura por un delito de estafa a mujeres incautas con el cuento del budismo. Y lo que Óscar no sabe de Casilda, o quizás ya lo sabe a estas horas,  es que es campeona internacional de tiro al plato y, sobre todo, es una mujer que responde a las traiciones y desplantes con la frase lapidaria de los vengativos: ni perdón ni olvido. Les deseo lo mejor, en especial a las cabras. 

lunes, 13 de noviembre de 2023

El final de todas las cosas

 


 

Hay días en las que una no está para nada. Por ejemplo hoy, 13 de noviembre, me he levantado con el propósito de cumplir tres asuntos pendientes. Primero, sacar brillo a la escalera de mi casa; el segundo, acabar el capítulo de un libro que me inquieta. Y no porque sea de intriga, de serie negra o de fantasía lovecrafiana. ¡Qué va! El libro en cuestión, publicado en 1992 y releído varias veces, me enfrenta a la realidad inconmovible de que nada cambia, a pesar de las apariencias. Gilles Lipovetsky ya no está de moda, pero en el libro al que me refiero, El crepúsculo del deber, afirma que nos movemos en el pantano de una nueva ética, falsa, que encumbra el individualismo e invita a la felicidad personal sin obligaciones ni responsabilidad.

En la época en la que se publicó este libro no existían redes sociales, ni grupos de whatsapp. Nada semejante a la adicción actual por el exhibicionismo y el culto narcisista en el que se ha convertido la realidad. ¿Nuestra atadura a los móviles y al frenesí de las noticias instantáneas, nos conduce al descalabro? Sí, pero de manera distinta al de otros tiempos porque está aliñado con una tecnología que apenas comprendemos, aunque nos dirige con idéntica intensidad al final que padecieron, por ejemplo, los cretomicénicos. Nos toca presenciar la caída de nuestra cultura y sociedad. No pasa nada, es un patrón que se reproduce en los últimos doce mil años, por poner un rango de tiempo conocido.

El tercer asunto pendiente era acompañar a una amiga al Registro Civil para completar el expediente matrimonial. Su boda era el motivo. ¡Qué ilusión tenía, la desengañada! Y yo también, en mi papel de madrina. Ya le había echado el ojo a un precioso vestido de seda salvaje y hasta tenía elegidos unos maravillosos pendientes que habían pertenecido a una desconocida, los compré hace una semana en uno de esos comercios de compraventa de joyas. No habrá boda, mi amiga se ha enterado esta misma mañana de que su prometido se ha largado con otra al país de Togo. Nada de llantos y lamentaciones, le he dicho, de un buen pendón te has librado. Y nos hemos ido juntas a tomar un vermut, berberechos, patatas y aceitunas para celebrar el final de todas las cosas. Hoy no he abrillantado la escalera, tampoco he leído a Lipovetsky y mucho menos he sido madrina de boda. Una jornada perfecta.    

miércoles, 6 de septiembre de 2023

La dama oscura

 



Cosmovisión amazónica. Guillermo Arévalo


No me refiero a los veintiséis sonetos de Shakespeare dedicados a la dama oscura. El poeta cantaba el amor a una mujer que no destacaba por su belleza, el modelo de belleza de entonces. Su dama oscura era una mujer de carácter veleidoso, infiel que no perdía ocasión de menospreciarlo. Tales traiciones amorosas no mermaban su  entrega y delirio por la dama. 

Exactamente lo que ocurre hoy. Escribe el filósofo David Fideler, en su libro Restaurar el alma del mundo, publicado por Atalanta, que nuestros pensamientos giran en torno a la imagen que nos hemos hecho del mundo. La imagen de la época en la que vivimos, de su naturaleza, es el origen  que está presente en el pensamiento de este periodo de tiempo histórico. La cosmovisión ha sido siempre el substrato de las creaciones artísticas, inventos, tecnologías y la manera que tenemos de relacionarnos entre humanos. Nuestra generación arrastra la imagen nefasta del mundo del siglo XXI ¿Cómo librarnos?    

La dama oscura es la realidad que percibimos plagada de peligros, amenazas, traiciones, malos augurios y sin embargo, en vez de abominar de ella nos atrae fatalmente. Nos hemos convertido en adictos a las malas noticias, reales o inventadas. Este verano del 2023 ha sido la versión posmoderna de esta estrofa del soneto shakesperiano: 

Dos amores poseo, consuelo y desespero, 

que como  dos espíritus en mí, tienen influencia

Es el ángel honrado, muy bello caballero

es el ente malvado, dama de oscura esencia (versión  poética de Alba Bonastre

Sin tiempo  que perder, oscilamos entre el desespero y la necesidad de consolarnos con la esperanza de un tiempo futuro más amable para la humanidad. La dama oscura parece que ha extendido su influjo sobre la sociedad y ya muy pocos creen que nos libraremos de sus trapacerías y maldiciones. Nada es permanente y como hubo otras cosmovisiones, así estará naciendo otra muy distinta, en algún lugar del planeta. Necesitamos inspiración para cambiar la mirada. Será la creación artística, la ciencia sin intereses económicos que la envenenen, la tecnología sin codicia y un espíritu desafiante y alegre, las manos que apartarán la dama oscura de nuestro camino.